viernes, 31 de enero de 2014

LA INTEGRACIÓN NUESTRAMERICANA COMO NECESIDAD IMPOSTERGABLE EN LA EDUCACIÓN DEL SIGLO XXI[1]
(Parte I: Espacio y tiempo. La Abya Yala)

Yherdyn Peña[2]

            Comprenderse, y más aún, aceptarse tal cual se es; parte de la condición de saberse consustanciado con un pasado que nos identifica como pueblo milenario. Comprender en toda su complejidad la consuetudinaria condición de colonizados que han pretendido imponernos desde los múltiples medios y desde las diferentes estructuras de dominación aquellos que se han erigido como cuna de la cultura y la civilización.
            Generar una identidad honesta, se constituye hoy por hoy en un compromiso ineludible en los que los actores políticos, sociales, culturales, y por supuesto, educativos deben asumir sin más demora. Pero para ello, se necesita a su vez, observar y evaluar de manera crítica las llamadas superestructuras sociales sobre las cuales se cimientan nuestra conciencia ciudadana. Y en este sentido poder entender el cuadro ético y moral al cual nos hallamos circunscritos.
            Por esta razón,, en la jornada de hoy, he venido a compartir con ustedes algunas consideraciones que sobre el devenir político educativo de lo que hoy se da por llamar América Latina se han gestado a lo largo de su complejo proceso de formación y consolidación. Partiendo por supuesto, de la experiencia evidenciada en el contexto educativo venezolano.
            Consideraciones que de por sí, constituyen parte de un proyecto más amplio que se encuentra en desarrollo, y por ello, quiero acudir a vuestra venia y a la de los organizadores para dividir en dos partes esta exposición para que una de ellas, apoyado en el recurso audiovisual lo pueda ilustrar de mejor manera y retomar a una reposada lectura para el debate.  
            De igual manera, deseo aclarar que la primera intención es encarar lo pertinente que resulta entender la relevancia del conocimiento del espacio geográfico ya sea como mecanismo de dominación, o por el contrario, como instrumento liberador. De esa internalización puede gestarse en el ámbito educativo un accionar más crítico y comprometido con el verdadero ejercicio de la Soberanía del Pensamiento.
            A este respecto, se desea destacar que, desde la construcción de una espacialidad no sólo periférica si no que además, profundamente minusválida y subordinada se han venido formando por generaciones los hombres y mujeres de Nuestra América y desde ella, se prefigura a su vez la intencionalidad de una conciencia sumisa.
           
Somos un subcontinente[3] de unos 21 millones de kilómetros cuadrados y de más de seiscientos millones de personas, a pesar de ello, el trato que se dispensa a la región (por propios y extraños) no se corresponde con esta condición. Es preeminente aún, y sobretodo, en los textos escolares, la condición de colonizados que arrastramos por más de 500 años. Existe toda una carga sígnica modeladora de una conducta alienada que nos presenta como minusválidos frente a quien ostenta el poder hegemonizante. Y es así, que desde la cartografía hasta las iconografías usadas en la mayoría de los textos escolares van dirigidos a potenciar tal alienación.
            Y a pesar de que se han venido gestando importantes esfuerzos, para generar una visón más realista de nuestro plantea, dichas iniciativas han quedado completamente aisladas, y no han tenido la cabida en los planes, programas y proyectos de nuestros sistemas educativos. De esta manera, desde la visión de los pueblos originarios de Nuestra América, pasando por el mestizaje, hasta la percepción de nuestros modelos políticos y de organización, han sido profundamente desplazados y distorsionados.

Es por ello, que de manera recurrente se señala, la necesidad de estructurar herramientas y estrategias, conducentes a la descolonización del pensamiento y de la forma misma en la que nos miramos. Urge que comencemos a mirarnos desde nuestro propio espacio, y más aún con nuestro propio mirar[4].


A partir de esta primera realidad, que es a su vez, una simple consecuencia del conjunto de elementos que se dibujan desde las pinceladas del otro elemento por el cual he venido hasta aquí el día de hoy: Nuestra Historia. Cómo romper esa tradición discursiva, generadora de desigualdad y negadora de la diversidad es otra de las tareas que desde el ámbito escolar tiene que gestarse para lograr un nuevo sujeto formado a partir de nuevos referentes ciudadanos y republicanos.
            Bien refería el Libertador Simón Bolívar que, “Nos han dominado más por la ignorancia que por la fuerza”. Y esta afirmación se afianza además por la aseveración popular de que; “las cosas por sabidas se callan, y que por calladas, se olvidan”. Y por esta razón, es que gran parte de nuestra memoria está consagrada –aunque parezca contradictorio- al olvido.

            El reconocimiento de la Abya Yala como primer paso.
Previo a la llegada de Cristóbal Colón a tierras americanas, este espacio estaba habitado por un conjunto de sociedades poseedoras de una diversidad de condiciones culturales y sociales. Los indígenas Kunas llamaban a esta tierra como Abya Yala cuyo significado, es tierra de vida, madre tierra. Esta manera de nominar al espacio sobre el que se hace vida, implica a su vez, una concepción de vida particular, que para ese entonces, el europeo desconocía por completo.  
A este respecto, podemos señalar que, la globalidad como realidad fáctica se produce en 1492, antes de allí no se puede hablar de tal cosa. Sólo después de ese doce de octubre es que el ser humano se encuentra con el “otro”, se establece a su vez, una relación que engendra un rompimiento con la mismicidad que había imperado en ese intrincado cultural que había sido Europa hasta finales del Medioevo. La llegada del viejo mundo al nuevo va a producir una ruptura creadora en la historia de la humanidad que no contó con la asimilación de ninguno de los asaltados en la aventura colonial, y en este sentido, se debe destacar la afectación en ambas orillas del atlántico, se descubre una diversidad sorprendente que de inmediato se pretende extinguir por el temor a lo desconocido. Con América se cierra el círculo de la imaginación y se consolida el de la supuesta certeza.
            De esta manera, se puede asegurar que la globalización es el más depurado producto de la modernidad, puesto que por obra de ese encuentro, de esa convivencia y de la cotidianidad que de ella se genera, se depura la concepción de la unicidad restringida y acorralada, perseguida e intolerada; todo en procura de la reducción del ser a lo novum*. Pero que desde el discurso del europeo, irónicamente lo nuevo es lo que trae el viejo continente; mientras que, lo originario americano queda supeditado como salvaje, y por supuesto incompatible con lo nuevo. Lo europeo en esta semántica no sólo representa lo nuevo, si no, que implica a su vez, el progreso, el desarrollo, la cultura y lo culto, el avance. Lo otro, lo contrario, y por opuesto, su sentencia es desaparecer irremediablemente.
            El asalto cultural que se desencadena el doce de octubre, tendrá una repercusión tal, que transformará los estilos convivenciales en ambas costas de ese mar ignotum (el atlántico) y más allá. América se convertirá en el laboratorio cultural más amplio y más productivo que jamás haya concebido la humanidad. Esa condición de alteridad expondrá sus efectos tanto para quienes fungen de conquistadores como hacia aquellos que padecen tal conquista.
            La Abya Yala pierde su identidad primera. Sus lenguas, sus dioses, sus costumbres, sus hombres y mujeres o son exterminados o simplemente proscritos en su propio espacio. Destierro, que también asume de manera “voluntaria” el europeo, que en busca de fortuna se abalanza sobre las nuevas tierras. Esta espacialidad y todo cuanto en ella cohabita es bautizada bajo el símbolo de la cruz y expía sus culpas en el fuego demoledor de la pólvora. En este sacramento, adquiere no sólo nuevo nombre, es declarada por el otro como un espacio vacío. Y esta vacuidad por ende, debe ser cubierta con lo conocido, con lo sabido, con lo aceptado… por el otro.
            En este sentido, la construcción de los discursos por parte del europeo va dirigida a justificar la ocupación y resemantización del territorio americano. Para comprender tal situación. Basta tan solo con observar el bautismo que el propio Cristóbal Colón a través de una intrincada construcción discursiva le otorga a este territorio y a sus gentes:
Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía. Y creo que ligeramente se harían cristianos, que me pareció que ninguna secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a Vuestra Alteza para que aprendan a hablar. Ninguna bestia de ninguna manera vi, salvo papagayos en esta Isla.» Todas son palabras del Almirante.[5]

“…para que aprendan a hablar” porque aquellos extraños gruñidos no pueden ser concebidos por el europeo de ese entonces como posibilidad de lengua alguna, de la misma manera, señala que le “…pareció que ninguna secta tenían” porque su cosmogonía y su cosmovisión tampoco pueden ser consideradas como tales ya que sólo existe para ese entonces la posibilidad para el cristianismo católico, apostólico y romano.
Todos nuestros textos de historia inician con el grito de tierra, tierra, tierra. Ni uno solo de ellos desde una perspectiva del continuo humano. Es por ello, que el discurso educativo ha servido de base de sustentación al desconocimiento de lo americano originario y al no reconocimiento de su historia como parte de un continuo humano se sumerge en los confines del tiempo… hace miles de años con las primeras migraciones malayo-polinesias o mongoles-siberianas.
Es por ello, que si se desea seriamente emprender una acción educativa consustanciada con los nuevos tiempos, se debe romper con la tradición historiográfica de que el 12 de octubre sea concebido como cero histórico de nuestro continente y por ende, génesis de nuestro devenir cultural, matriz de la semántica que configuran nuestros referentes.
En la II Cumbre Continental de Pueblos y nacionalidades indígenas de Abya Yala llevada a efecto en la ciudad de Quito, capital de Ecuador en julio de 2004; los allí congregados declaran entre otras cosas lo siguiente:
“Somos pueblos originarios de Abya Yala. Los valles y las pampas, las selvas y desiertos, los cerros y los nevados, los mares y los ríos, el águila y el cóndor, el quetzal y el colibrí, el puma y el jaguar han sido testigos de nuestros sistemas sociopolíticos colectivos basados en la sustentabilidad humana y ambiental (…) Fuimos despojados de nuestros territorios originarios por los colonizadores y empujados a lugares inhóspitos (…)[6].
Generalmente cuando se estudian las poblaciones indígenas (sobre todo en Venezuela) se suele señalar que las mismas se encuentran en áreas de difícil acceso, y dicha realidad es concebida como condición natural de estos pueblos y no como consecuencia del proceso colonizador. De igual forma, a pesar de que algunas de los marcos jurídicos vigentes en nuestros países hablan de lo pluricultural, la multiculturalidad y otros términos afines, poco o nada se observa en la práctica educativa en las diferentes aulas de clases.
Reconocer la Abya Yala implica por ende, reconocer a su vez todo un modelo societario que aún persiste con un entramado cultural, idiosincrático, cosmogónico y de respeto a la naturaleza que dista mucho de nuestra manera de actuar y pensar. Es comprendernos desde la diversidad. Es estudiarnos sin rupturas ni saltos históricos. Es rechazar la homogeneidad.
Por último, no queda otra, que invitarlos a la hermosa labor de explorar ese primer capítulo de nuestra historia. Capítulo, que tal y como ha sido concebido hasta ahora, posee demasiadas distorsiones y que tantas cargas de culpas y complejos nos ha acarreado.



[1] Ponencia presentada en la Universidad Simón Rodríguez, Núcleo Valera. 20 de mayo de 2013
[2] Profesor de Historia del NURR - ULA
[3] La proyección Mercator, usada en los textos de historia y geografía se evidencia con profundas distorsiones, haciendo ver al norte de mayor tamaño que el Sur. Y además, se percibe a Europa como el centro del planeta.
[4] Buen ejemplo de ello, es la propuesta del sistema de proyección planteado por  Arno Peters en el que se exhibe un disposición más exacta y honesta a la vez de los diferentes países del planeta. Sin embargo, la misma aún no ha sido tomada en consideración para su estudio en nuestras aulas de clase.
* Afirmación presentada por Compagnon en su texto: Las cinco paradojas de la modernidad (1993) partiendo de Vattimo.
[5] Fuente: Colón, Cristóbal. Diario de a bordo. En “Crónicas de América”. Tomo 9. Edición de Luis Arranz. Madrid: Historia 16, 1985.

[6] Tomado de: Barreto (2009). Los textos de historia y el culto al colonialismo. El perro y la rana. Caracas, Venezuela.