Historia y Arte en el Bicentenario de la
Campaña Admirable[1]
Yherdyn
J. Peña Delgado[2]
Profundamente complacido al
encontrarme en esta jornada con cada uno de ustedes. Quienes nos ocupamos de la
historia, somos una especie de detectives que andan recabando huellas y pistas
sobre el pasado. La creación del historiador o del cronista, constituye sobre
todo una arte de articular un sinnúmero de piezas que se amoldan en torno a un
discurso organizado y sistematizado de manera armoniosa por quien ha investigado.
Entretanto, la labor de un artista
es la mágica creación desde las infinidades etéreas. Es arrancar imágenes del
mundo de los ensueños y traerlos y hacerlos presentes ante todos en esta
complicada realidad. Que maravilloso oficio el del artista. Ustedes cuentan con
la libertad que la objetividad del historiador resquebraja a cada palmo.
Este bicentenario de la campaña
admirable, es una bonita ocasión para establecer una danza con perfecta
sincronía entre el arte y la historia. Ustedes, amigos artistas, son los
convocados a la formación de íconos y símbolos, que no solo servirán para el
simple disfrute del espíritu, si no, que además de tan noble función, se
constituya en herramienta pedagógica y de seducción para que las nuevas
generaciones se identifiquen con lo más glorioso de nuestro pasado.
Rememorar la historia siempre ha
sido un arduo trabajo, y más aún cuando un par de centenarios han transcurrido
desde el momento en los que el hecho que queremos evocar y nuestro tiempo. Es
necesario recordar que la memoria de los hombres y de los pueblos se configura
generalmente en torno al olvido. Es por esta razón, que en la mayoría de las
ocasiones nuestras construcciones historiográficas parecieran una colcha hecha
a partir de simples retazos (de esas que tanto acostumbraban hacer nuestras
abuelas).
Otra tradición que pareciera
permanente, es esa conducta maniqueista es decir, catalogar como malo o bueno a
personajes y sucesos acaecidos en otros tiempos y con cuadros de valores
morales y éticos tan diferentes a los que se poseen en los momentos actuales.
La campaña admirable y sus actores no escapan de esa realidad. Personajes que
han sido endiosados y satanizados por igual. Sucesos y lugares que han sido
sobredimensionados o que simplemente pasaron al más absoluto de los olvidos.
Ese recuento de episodios
deformados, mal interpretados o mal utilizados debe dar paso a una condición
más plena del re – conocimiento de la historia. Una historia, que para nosotros
los trujillanos pasa por la construcción de la microhistoria – la de esos
espacios que recorremos en el día a día, de los lugares en los que se forma
nuestra cotidianidad- para de esa manera poder comprender más plenamente
nuestra historia patria, de esa Venezuela, forjada a pulso por hombres y
mujeres a lo largo de los años.
Es por esa razón, que resulta tan
imprescindible la participación de cada uno de ustedes y de los valiosos
aportes que pueden ofrecer desde su amplia creatividad para satisfacer tan
anhelados fines. Es comprensible ver la dificultad de dirigir ese impulso
creativo que en sus manos, en sus mentes y de seguro en sus corazones se
encuentra palpitante, hacia una temática específica. Pero los invito asumir el
reto y la invitación que hoy la Coordinación Trujillana de Cultura les está presentando.
Ahora, entrando en materia. Es
decir, haciendo referencia propiamente a la campaña admirable, se deben
distinguir varios elementos que pudieran servir de referentes semánticos,
compréndase, que nos otorguen una estética que desde el discurso histórico,
pudiera ser plasmado en una obra artística. Y que a su vez, sirva de vehículo
transmisor de un mensaje sobre el suceso histórico que pueda ser internalizado
por todos.
El primero de estos elementos, se
refiere a la propia adjetivación de esta acción política – militar. Se le
reconoce como admirable por dos razones circunstanciales y que debemos tener
muy en cuenta al hacer referencia a tan notable hito histórico de nuestra
nación. Ellos son: la rapidez con que coronó el éxito de la campaña; y en segundo
lugar, las tremendas adversidades que los hombres y mujeres que participaron en
esta lucha debieron afrontar y vencer para lograr los objetivos trazados.
Podrían ustedes preguntarse, qué
quiero decir con esto. Es muy sencillo: esta campaña admirable se llevó a
efecto entre mayo y agosto de 1813. En menos de tres meses, un ejército que se
inicia apenas con 800 hombres recorre de combate en combate medio país
venciendo un ejército que lo superaba en número y contaba con mejores recursos
para la guerra.
Además de ello, es de recordar que
casi la mitad del recorrido de esta campaña se lleva a efecto en zonas heladas.
Aún hoy el paso por la cordillera andina representa un reto para los viajeros
que circulan por esta zona – desde la comodidad de confortables vehículos en
una muy reducida fracción del tiempo que los héroes de la independencia
utilizaron para atravesar esta área – ahora, imaginen las dificultades que
significó el trasladar a cientos de hombres, bestias y cañones a lo largo de
frías montañas y atravesando un sinnúmero de inconvenientes.
Hombres medio desnudos, atacados por
el inclemente frío, probablemente por el hambre y la añoranza propia de dejar
atrás sus hogares y a sus seres queridos. Es una estampa que de manera
inmediata recorre mi mente al pensar y hablar de la campaña admirable. La
trémula decisión de enfrentarse a su destino en un campo de batalla. Los
farallones de las cumbres andinas como testigos imperturbables de aquella
dimensión tan humana y tan divina a la vez.
Ese peregrinar de hombres… bravíos
guerreros en pos de la conquista de la tierra que heredarán – o esperan que
hereden – su hijos. Aquellos cientos de hombres que partieron de Colombia y que
en medio del trajinar se van convirtiendo en miles. Los hombres de los pueblos
quienes perciben a sus libertadores y los siguen, luchan codo a codo con
aquellos.
La Guerra de la Independencia sumió
a Venezuela y a toda su población en una profunda pobreza. Sin embargo, eso no
fue suficiente para que el hombre y la mujer trujillanos de esa época
compartieran el poco pan con el que contaba con el fatigado y hambriento
soldado que desandaba por esos inclementes caminos. Hombres y mujeres
aprestando sus brazos para contribuir con la causa de la libertad.
Otra estampa que envuelve a la imaginación
está enmarcada en la decidida participación de numerosos sacerdotes a favor de
la independencia: en sentido, procesiones, colectas y donaciones, repiques de
campanas y encendidos sermones a favor de la independencia constituyeron parte
de los aportes de estos hombres de levita, quienes desconociendo la decisión de
las grandes jerarquías eclesiásticas se sumaron a quienes se había sublevado
contra la oprobiosa dominación del imperio español sobre nuestras tierras.
Otro hecho que suele pasar por desapercibido,
en esta magna gesta de la guerra de la independencia, es precisamente la
multiculturalidad de este importante evento. Si bien es cierto; que la
independencia surge como necesidad y descontento de la clase acomodada, de
manera paulatina se incorporan los más diverso sectores de la vida social
venezolana. En el caso particular trujillano, es de destacar la valiosa y
valerosa participación de grupos aborígenes en el bando de los patriotas. Ya
como guías, ya como corajudos guerreros. Niquitao es claro ejemplo de ello.
De igual manera, las cimarroneras se
suman de a poco también al ejército libertador. Una nación entera se aglutina
en torno a una necesidad y a un sueño. Ellos también lucharán, guiados por los
ideales de la igualdad. La lucha en este contexto debe ser plasmado con la
pluralidad de colores y culturas que en ella participaron.
No menos importante resultan los
espacios de relevante trascendencia para ese imaginario colectivo que
representa nuestra identidad histórica. Y en este momento me refiero no a los
campos de batalla, son espacios de menor impacto bélico: me refiero a la vieja
casona de Carmania donde es recibido Bolívar por el padre Rosario, la vieja
catedral de Trujillo, desde donde suenan sus campanas para recibir al
libertador. La plaza mayor de Trujillo, que se me ocurre con ambiente festivo,
algarabía… recordemos que los libertadores entran a Trujillo, y no necesitan
hacer ni un disparo. De igual manera, la casa del Centro de Historia donde
Bolívar firma la lapidaria Proclama de Guerra a Muerte…
Y a propósito de esta guerra a
muerte; también son muchas las imágenes que desde ella se desprenden. Si bien
es cierto, que Bolívar firma y hace efectiva tal proclama, ya Antonio Nicolás
Briceño – trujillano de Mendoza Fría para más señas – la venía aplicando en su
lucha guerrillera en la zona barinesa como respuesta a la despreciable
actuación del ejército español después de la capitulación de Miranda el año de
1812.
Son cientos los fusilamientos, los
degollamientos, los descuartizamientos, las casas y las siembras incendiadas…
es mucho el horror que le toca padecer al pueblo venezolano y al pueblo
trujillano. Porque es desde Trujillo, desde donde se hace oficial la crueldad
de una guerra que de por sí ya era bastante cruel. Que sentimientos embargaron
a unos y a otros frente a esta terrible realidad. Cuánto peso cargó sobre sus
hombros el Propio Simón Bolívar después de asumir tan drástica pero necesaria
decisión.
Este será – y ha sido – uno de los
signos más destacados: la guerra propiamente. 200 años después hay nombres que
resuenan por las implicaciones de los sucesos que en ellos se gestaron.
Niquitao es probablemente el más estruendoso de ellos… pero hay otros que
denotan la importancia geopolítica de la región. Agua de Obispo, Ponemesa, Los
Horcones, serán de esos lugares que pasan a la historia en el fragor del
combate armado.
Jinetes, soldados a pie, cañones… el
humo de la pólvora en cada recoveco de esos campos de batalla. Sangrientos
combates, pero necesarios… podríamos decir, imprescindibles. Las dentelladas
del imperio se habían puesto sobre la garganta de este territorio y no lo
dejarían de lado sin un duro combate. Sin éstos… no fuéramos más que un simple
pueblo oprimido. Deviene la sangre en abono con el cual se hace fértil el suelo
para que germine la libertad. Es la acción definitiva de quienes se decidieron
romper las cadenas que nos oprimían por tres siglos.
Y a propósito de quienes se
atrevieron, hay quienes merecen renombre entre tantos y tantos. Por supuesto,
por encima de todos ellos, el Brigadier Simón Bolívar, el Libertador. Pero esta
tierra de igual manera, parió hombres destinados a forjar el destino de la
patria. Exaltemos la figura del Tribuno Cristóbal Mendoza, primer presidente de
Venezuela y quien fuere el otorgante de tan distinguido título a Bolívar.
Antonio Nicolás Briceño “El Diablo” hombre de ideas y de combate, quien muere
fusilados por los españoles precisamente ese 15 de junio de 1813 cuando en
Trujillo se proclama la guerra a muerte.
Como señaláramos en párrafos
anteriores, el Padre Rosario quien funge como actor de primer orden en esta
etapa de la historia republicana. Y muchos otros, que sin tener como patria
chica a nuestro “Trujillo de María Santísima” de igual manera cincelaron
nuestra historia de estas latitudes. José Félix Ribas, Girardot, Rafael
Urdaneta y el fiero Campo Elías.
Para no agotarlos en exceso, solo
los invito a la gran fiesta creativa. Que juntos, investigadores, docentes y
artistas; podamos hacer de la celebración del Bicentenario de la Campaña
Admirable algo más que una festividad, que después de celebrada de a poco se
olvida. Construyamos nuevos discursos, y sobre todo, nuevas estéticas que
contribuyan con la formación de la conciencia de nuestros jóvenes y de la
población en general.
Nos correspondió ser la generación
del bicentenario; es algo que no podemos evadir. No pedimos tamaño compromiso,
pero tampoco rehuiremos a él. Soy un convencido que el discurso histórico tiene
en ustedes los artistas y creadores unos importantísimos aliados.