Región histórica y espacio cultural trujillano[1]
(Yherdyn
Peña[2])
Es de recordar que el devenir de las
sociedades latinoamericanas se encuentra íntimamente ligado a su propia
condición de origen hispánico colonial. Es decir, que los hombres en su medio
se asientan y establecen su organización en torno a las ciudades. Y a su vez,
las ciudades vieron sus primeras luces con la fundación realizada por los
conquistadores españoles.
Con tal aseveración, bajo ningún
concepto se pretende obviar o invisibilizar a las comunidades cuicas que
escogieron como hogar las tierras que hoy conforman el estado Trujillo. Muy al
contrario, lo que aquí se pretende, es un repaso en la evolución espacial de la
territorialidad trujillana; intentando fijar los parámetros a través de los
cuales la “Provincia de los Cuicas” pasó a constituirse en el actual estado
Trujillo y las implicaciones de tal dinámica en la configuración del imaginario
identitario de sus pobladores de ayer y hoy.
Las líneas que se presentan de
corridas, constituye si acaso, un prolegómeno de un trabajo mucho más amplio,
que implica el abordaje multi e interdisciplinario, en el cual se pueda
conjugar de manera armoniosa categorías harto complejas, pero de suma
relevancia; ellas son: región, espacio, cultura, identidad; y que, sin el
estudio de las mismas, seguiremos fortaleciendo la mirada parcializada con la
que se han fijado nuestros ojos sobre nuestro pasado y nuestro territorio.
Esta forma de contarnos, de
describirnos, de narrarnos, ha conducido a la construcción de una identidad
fracturada, de una memoria a retazos, de una concepción espacial deformada, y
más aún, incomprendida por las generaciones legatarias. Es por ello, que en
este siglo XXI, la universidad debe adentrarse a un sesudo proceso de revisión
sobre lo que se ha estado enseñando alrededor de esta espacialidad en la que se
encuentra asentada la población trujillana.
Hablar de Trujillo en los momentos
actuales, debiera constituir (al menos para los trujillanos) una condición
propia de unidad. Los pobladores de Trujillo, deben poseer como principal
estandarte a la trujillanidad, más que como un vacío gentilicio que nada dice, como
instrumento de afinidad; pero para ello, se debe internalizar en primera
instancia el espacio físico sobre el cual se ha asentado este pueblo, sus
características y las relaciones establecidas en éste entre los hombres y el
espacio que los modela, los restringe y los impulsa a su transformación.
Pero para lograr estos objetivos,
tanto en la investigación como en la docencia de las ciencias sociales deben
romperse con muchas tradiciones que empujan a meras descripciones inconexas
donde el espacio y el sujeto en su devenir son estudiados cada uno por su lado
sin buscar la comprensión de posibles interacciones. Para ello, entre otras
cosas recurrir a un estudio geohistórico de estas realidades; y así, ofrecer
una interpretación más o menos cercana a la realidad que presentan estos
contextos.
Por estas razones, es que hoy se
enfatiza que no basta con las meras descripciones físicas ni el simple recuento
cronológico para dar forma a la constitución de una identidad forjada al pulso
de acciones humanas por varios miles de años; pero que, producto de intereses
particularísimos, su estudio se encuentra conjugado en simples paréntesis que
no construyen camino alguno.
De esta situación, a su vez, se
deriva una actitud tanto teórica como pedagógica en la cual, la generalización
y la concepción de lo universal conllevan al desconocimiento de las realidades
particulares que se gestan en espacios periféricos y que, como tales, son
excluidos de los textos y los programas escolares. Condición ésta que se agrava
cuando ni siquiera las nuevas generaciones que se vienen formando como docentes
en las áreas de las ciencias sociales están recibiendo la formación necesaria
al respecto.
Dicha realidad palpita en cada aula
de clases, donde lo modal, lo inmediato y “lo virtual” es lo que configura la
dinámica educativa. Hoy tenemos la posibilidad de acceder como nunca antes a
fuentes de información increíblemente diversas, ampliamente difundidas y de un
extenso contenido, pero a la vez, nos hayamos imposibilitados de que los
estudiantes reconozcan el espacio en el cual se desenvuelven. Ese terruño en el
cual vieron sus primeras luces y que modela su imaginario y su idiosincrasia. Pero
veamos, porque se origina tal situación.
La región: una categoría
proscrita de la escuela
El término región como
categoría sociohistórica se presenta sumamente complejo, a la vez que
profundamente escurridizo. Atraparlo o al menos, enmarcarlo dentro de un prisma
particular se convierte en una acción difícil de acometer tanto en el acto
propio de la investigación como dentro del aula de clase. Resulta evasiva en
buena medida porque posee una carga polisémica que resulta en cierto grado de
dificultad al momento de hacer su abordaje.
A este respecto, es bueno señalar
con muchos investigadores en esta área que, en buena medida, “La idea de
“región” es una construcción puramente intelectual, teórica. Un conjunto de
elementos puede ser entendido como región según los más diversos criterios;
depende enteramente del tipo de relaciones que uno decide considerar relevantes”.[3]
Es por ello, que no es de extrañar
que tal aspecto no sea considerado en el quehacer escolar. Basta simplemente
conformarse con una supuesta nacionalidad basada en aspectos genéricos y
reduccionistas donde se difuminan las realidades locales. Y en la medida que se
profundizan los procesos formativos se debilita la identidad y con ella se
diluye el sentido de pertenencia, trayendo como consecuencia a su vez, el
deterioro de la ciudadanía.
A pesar de ello, es el gentilicio de
la patria chica, del terruño, lo que identifica en la cotidianidad al
individuo, y que de manera simultánea lo integra a sus pares símiles y con
quienes comparte el espacio inmediato, pero es importante destacar que el hecho
de consolidar una identidad colectiva, la misma bajo ningún concepto implica
igualdad o unidad.
¿A qué viene tal aseveración?
Pudieran preguntarse. Pues simplemente, es porque a pesar, de que se esté
estudiando un espacio físico reducido, el mismo puede estar caracterizado por
una gran diversidad que empuja a la formación de microidentidades que establecen
una especie de “ghettos” culturales
que se encuentran circunscritos a la semiótica que el sujeto construye en torno
al espacio en el cual se asienta. Tal condición es producto de esa condición
que Medina Rubio señala cuando indica
… que desde el punto de
vista del espacio, la región suele asociarse a criterios muy disímiles, pues
por igual se contrae a un pequeño valle fluvial, que bien se podría atrapar en
una carta a escala 1:50.000, o a una extensa llanura que configuraría lo que
Dollfus denomina una provincia geográfica, y aún a dominios espaciales y
humanos mayores (Medina,
en González y otros, 1986, p. 29)[4].
Como trujillanos, y vistos desde el
ámbito nacional, quienes habitamos en Trujillo nos hallamos enmarcados dentro
de la región andina, arrojando un velo de anonimia y uniformidad que no
responde con justicia a la realidad que se vive intramuros de este espacio. Es
así, que en primera instancia se debe reconocer que:
La región de los Andes
cuenta con una diversidad de climas y microclimas que se relacionan con las
diferencias altitudinales o pisos térmicos que caracterizan el área. La tierra
caliente, templada, fría y paramera se extiende desde los 0 hasta los 5.900
metros sobre el nivel del mar y cada zona presenta un ecosistema que influyó en
el desarrollo de la tecnología y las formas de organización social y política
de las comunidades prehispánicas[5] (Salazar y otros, 2000, p.
75).
Esta condición natural del espacio
andino a su vez, provoca singularidades en las actividades humanas, particulariza
el quehacer de los hombres y modela sustancialmente ciertos patrones y/o
modelos de conducta. Conlleva a la aprehensión de además del espacio; de los
signos, símbolos e íconos propios de la idiosincrasia de sus pobladores.
Pero dicha diversidad no es una realidad
exclusiva de la región andina. A lo interno de las fronteras del estado
Trujillo, también se presenta tal caracterización física. Y por tanto, las
particularidades y diversidades se hacen protagonistas en la constitución del
SER trujillano. Y por ende, esa trujillanidad adquiere matices en función a las
peculiaridades culturales que se han entretejido a los largo de los años en
espacio que pudiéramos llamar microrregionales.
Hasta ahora, se ha indicado la
existencia de microidentidades que se forman y consolidan en espacios concretos
dentro de espacios más generales. Parecieran estas realidades, razón
inexcusable para poder pensar, que lo que hoy constituye al estado Trujillo,
dista mucho de ser considerado como una región histórica en relación dialogante
con sus habitantes.
Pero a pesar de esta realidad, se
mostrará de manera sucinta ese complejo y extenso proceso que data tal vez a
miles de años, en los que el hombre apareció en esta geografía y la hizo suya. Generando
identidades que le han permitido integrarse como un todo medianamente
armonioso, pero que imprime matices policromáticos que hablan de su riqueza
cultural.
LOS
ORÍGENES
Si bien, la región andina (y el estado
Trujillo como ente constitutivo de la misma) tuvo un origen algo calamitoso, la
aparición del hombre sobre estas tierras se llevó a efecto de una manera mucho
más parsimoniosa. Y de estos orígenes debemos partir, para poder comprender
mejor la conformación identitaria del trujillano. Es decir, romper con esa
mirada restrictiva que proyecta nuestro pasado al año de 1557. Es decir, ese
discurso que exhibe a la presencia europeo como acto genésico de la trujillanidad.
Es así, que las primeras huellas que
comienzan a dibujar lo que podría ser las bases de la futura “cartografía”
trujillana provienen de los aborígenes Cuica, quienes venidos de los andes
venezolanos (probablemente parcialidades muiscas
o Chibchas provenientes de los andes
colombianos, se asentaron en el territorio trujillano. Y a pesar, de que estos
aborígenes, no constituyeron estructuras organizativas que pudieran indicar con
precisión algo similar a límites, si se extendieron por un amplio territorio
donde desarrollaron sus actividades económicas y culturales y que entablaron
relaciones con otras familias aborígenes lo que si modelaría un bosquejo de
fronteras culturales que han utilizado a lo largo de los años los arqueólogos y
antropólogos para delimitar estos grupos humanos.
Se ha insistido, que la historiografía
predominante u oficial ha ignorado por grandes períodos al mundo aborigen
venezolano y trujillano, pero producto de trabajos de profesionales interesados
en el asunto, se puede realizar una ubicación de estos primeros grupos humanos,
ejemplo de ello, el historiador trujillano, Mario Briceño Perozo, señala lo
siguiente:
El país de los
cuicas se comunicaba por el norte con los llanos de carota y el lago de
Coquivacoa, por el sur con las montañas de Mérida y los llanos de Barinas, por
el este con tierras de lo que son hoy los Estados Lara y Portuguesa y por el
oeste con tierras del Zulia y lago de Maracaibo, antes de Coquivacoa[6].
Pero además de esto, los indígenas Cuica
establecieron parcialidades claramente definidas que dividieron este amplio
territorio en localidades con una personalidad cultural bastante destacadas. Lo
que a su vez, se decanta en la definición de estos espacios como núcleos
formadores de identidad. Hoy, buena parte de las localidades trujillanas con
“tradición” conservan su toponimia de origen claramente indígena.
Recordemos, que para el acto de
fundación de las ciudades por parte de los españoles, el espacio seleccionado
debía reunir tres condiciones esenciales, a saber: suministro de agua,
posibilidad de defensa y por último, presencia cercana de aborígenes que
garantizarán o contribuyeran con la subsistencia de sus pobladores. Si se
realiza un repaso somero de la ubicación de las principales parcialidades indígenas
se podrá encontrar lo siguiente:
Los mucas
estuvieron ubicados en lo que es hoy la capital trujillana, en el valle que
riegan el río Castán y la quebrada de los Cedros; muy cerca de los mucas
estaban los bombás, los sisíes o
misíes, los bujayes, tonojoes, monayes y tirandaes. Estos últimos se dividían a su vez en otros
grupos menores como los chachíes,
chiquimbúes, mitisúes, chachiques, chacúes, marajabúes, timusúes, estivandaes,
isnabuses, cajúes, isnarunes, escacoyes, curupúes y estiguates, que
moraban en tierras que después pasaron a ser asiento de Pampám, San Lázaro y
Santiago.
En Boconó las
tribus principales fueron los tostoses,
niquitaos, burbusayes, guandaes y miquichaes.
En Carache estuvo
el núcleo central de los cuicas, que se acercaban a los Humocaros y comprendían
varios subgrupos, entre éstos los visupites,
los caraches y los chejendes.
En Quebrada
Grande – Distrito Urdaneta – los miquimboyes, jajoes, duríes, esnujaques,
mucutíes y otros que estaban en las vecindades con los timotes. A los indios de las riberas del Momboy, en lo
que fue después La Puerta, se les deistinguio con el nombre de timotes.
En Escuque y de
allí hacia Betijoque, la zona baja hasta las inmediaciones del Lago de
Maracaibo moraban los jirajaras,
los escuqueyes, los isnotúes, los mosqueyes, los moporos,
los tomoporos y los misoas[7].
Tal distribución,
empareja al espacio físico y al hombre, lo conduce a formas particulares de
interacción y las mismas se transmiten de generación a generación. Y parece
hermanarlo a un destino que lo emparenta cada día más con la tierra. Pero tal
condición, será sometida prueba, una vez que “el otro” acuda al encuentro y lo tome por asalto. Y a partir de
esta confrontación se comenzará a gestar una nueva dinámica sociocultural y
política – económica que conducirá a la estructuración de nuevos imaginarios y
de nuevas realidades.
EL ENCUENTRO
Cuando para el año 1498,
el Almirante Cristóbal Colón advierte las costas de tierra firme, el europeo
aún no poseía certeza de las implicaciones de los hallazgos que se habían
producido a partir del doce de octubre de 1492. Sin embargo, sin muchas
reflexiones y con menos consideraciones, este aventurero se dispuso a la
exploración y la conquista del amplio territorio que reclamaba para sus
monarcas.
Es así, que cuando se
inicia la ocupación del occidente de Venezuela, particularmente desde el
enclave que se había constituido el pueblo del Tocuyo, medio siglo después de
la llegada del español, aún no era mucho lo que se sabía al respecto de estas
tierras y de los hombres que sobre ella realizaban su cotidianidad.
Sin embargo, gracias a
ciertas fuentes documentales, se puede apreciar que desde un principio, hubo
por parte de los españoles, buen interés por ocupar las tierras de los Cuicas,
más que por sus posibles riquezas auríferas, por la calidad de sus suelos y la
supuesta mansedumbre de sus pobladores. Éste, reunía condiciones destacadas
para ser consideradas su ocupación.
Es oportuno, indicar las
noticias que al respecto se poseen de los preparativos para la ocupación de la
provincia de los Cuicas. Y a este respecto, el cabildo del Tocuyo delibera al
respecto. Fray Pedro Simón indica lo siguiente:
“…el cabildo y ciudad del Tocuyo, teniendo noticias de unas provincias de
los indios Cuicas que estaban al poniente de su ciudad, a las cuales había
entrado el contador Vallejo el año de mil y quinientos y cuarenta y nueve, con
comisión del gobernador Tolosa, determinó enviar a descubrirlas del todo y
conquistarlas[8].
De esta manera, se puede
apreciar, que las tierras habitadas por los indígenas cuicas, despertaron el
interés de inmediato a los nuevos hombres, venidos del otro lado del atlántico.
Sin embargo, por razones no explicitadas, tardó casi una década desde el
momento de la primera exploración hasta la decisión definitiva de su ocupación.
Por esta razón, cuando
el español, sale a la conquista, se dirige al espacio que ocupa esta laboriosa
nación, lo que traerá como consecuencia, no sólo el asentamiento de la primera
ciudad de los andes venezolanos, sino que además, originará tal aventura un
deambular que provocará a su vez, la génesis y la germinación del asiento de la
ciudad como epicentro de la dinámica social.
Para tan importante
empresa, fue comisionado Diego García de Paredes, y sobre la misma, José de
Oviedo y Baños nos relata a manera de crónica lo siguiente: “…salió
del Tocuyo, y marchó para los Cuicas, cuya provincia atravesó siempre al
Poniente, buscando sitio acomodado para poder poblarse, sin que en la docilidad
encontrase oposición…[9]” (1967, p. 229). Es
de detallar, que el ejercicio de fundación, no fue un acto improvisado, este
conquistador, se introdujo al occidente de esta comarca, hasta constatar de un
sitio acto para tal fin.
En esta dinámica,
mantuvo de manera incansable su marcha, “…hasta llegar á descubrir la populosa
población de Escuque, situada en un lugar eminente á las vertientes del
caudaloso río de Motatan […] donde pareciéndole a Paredes paraje acomodado, por
las conveniencias del sitio, fundó el mismo año de cincuenta y seis la ciudad
de Trujillo[10]…”,
y más allá de las discrepancias presentadas por los mismos cronistas, en lo que
respecta al año de fundación y a los posteriores desplazamiento de la ciudad y
sus pobladores; Trujillo estará ligado a esa relación siempre tirante entre los
cuicas y el conquistador español.
Es así, que Boconó,
Motatán, Sabana Larga, Pampán y Trujillo de Nuestra Señora de La Paz a parte
del propio Escuque, nacieron en torno a esta dinámica de trashumancia en la que
sus habitantes se vieron forzados a vivir a lo largo de trece azarosos años. Trujillo,
de esta manera se va afianzando de manera paulatina con el transcurrir de los
años.
El territorio
conquistado por los españoles será modelador de hombres de temple, laboriosos,
dedicados a las actividades agrícolas y de comercio. La posesión de la tierra
le va granjeando fortuna a la ciudad y a sus pobladores, los une en un sentido
común. Los define como habitantes de un espacio que les pertenece y al que
pertenecen.
La errabunda existencia
de los primeros pobladores, no solo permite la exploración y la conquista de un
territorio que se le arrebata a grandes tajos a los dueños originarios, sino
que otorga derecho de propiedad. La administración centralizada en el cabildo
de la ciudad, le permite a los habitantes que se asentaron de manera definitiva
en el valle de los Mucas, hacerse de importantes propiedades, en los más
diversos parajes de la geografía trujillana.
Esto permitió formar
identidad, es decir ese reconocimiento del hombre con su espacio. Parte de esa
construcción del Trujillo, como región histórica se afianza con una experiencia
en el propio período colonial, esto es; el Mayorazgo de los Cornieles, el cual
se extendió por gran parte de las tierras conquistadas y que sirvió de asiento
a los primeros pobladores que se hicieron llamar trujillanos. Su condición de
indivisible, garantizó de igual manera, la integridad territorial de dicho
espacio, hermanando aún más al hombre con su tierra.
A este respecto, Rojo
(1997, p. 41) nos señala que:
Según documento localizado
en el Archivo General de la Nación el mayorazgo fue fundado vinculando grandes
extensiones de tierra, todas ellas fraccionadas a lo largo y ancho de la
jurisdicción del actual Estado Trujillo, conformando estancias de pan “llevar”
y pan “coger”, estancias de ganado mayor y menor.[11]
Esta
vinculación de tierras independientes, diseminadas por la geografía trujillana,
provocan de manera indiscutida, un sentido de integración y unidad. Dicho
mayorazgo se funda en fecha del 30 de junio de 1610, apenas cuarenta años
después del asentamiento definitivo de la ciudad de Trujillo. Factor por el
cual, se considera como instrumento que contribuye a la consolidación del
estado Trujillo como región histórica.
Esta
distribución de tierras en beneficio de un hombre y su familia, permitirá la
relación estrecha con distintas espacialidades que en otrora constituían parte
de la nación cuica y que ahora se encuentra bajo el amparo del cabildo
trujillano. De la misma manera, la autora antes citada, detalla lo siguiente:
El mayorazgo estaba
conformado por 21 estancias[12]
de ganado mayor, que representaban cada una aproximadamente 15 cabuyas de 100
varas[13],
más 20 varas de ancho y 29 cabuyas de 100 varas más 16 varas de largo; además
de estos bienes, se incorpora a los bienes la mitad de la Sabana de la Galera,
que la quebrada que la atraviesa va a dar a Misoa pueblo de indios en la Laguna
de Maracaibo, cuya extensión aproximada es de dos leguas[14],
que vendrían a representar en hectáreas[15]
6.210. mas siete y un tercio de estancias de pan llevar, que cada una de ellas,
estaría conformada por 11 cabuyas más 25 varas. (ob. cit. P. 42 – 43).
Y más adelante, remata indicando que;
El mayor número de
estancias que conforman los bienes del mayorazgo se encuentran localizados en
el cantón Trujillo, dedicados al cultivo y a la cría de ganado mayor y menor.
Los llanos de Motatán ubicados en el cantón Escuque, dedicados a la cría de
ganado y al cultivo de cacao. Tierras en el cantón Carache en el sitio de Agua
de Obispo. Tierras en el valle de Niquitao y Boconó dedicados a la producción
de trigo y a la cría de ganado menor y mayor en el cantón Boconó. (ob.
cit. P. 43).
Una
vez más, se observa el reflejo de la cultura aborigen en la toponimia utilizada
por el español, prosigue el continuo humano, se conjugan de esta manera hombre
y espacio para darle sentido a un gentilicio, puesto que la intención no es
agotar el tema, y tal como se les advirtió que estas líneas corresponden a un
trabajo más amplio, es necesario ir redondeando algunas conclusiones derivadas
de este proceso histórico.
·
Trujillo es fácilmente
asumido como una región histórica debido a que su origen remonta a sus
habitantes a un pasado común y compartido por las generaciones antecesoras y
que asumen las generaciones legatarias.
·
Es necesario, que en el
proceso educativo estas realidades sean incluidas para su estudio y de esta
manera, contribuir con la formación de la identidad.
·
Además, resulta
indispensable la creación y el uso de recursos de materiales didácticos (sobre
todo cartografía histórica) que faciliten el proceso de enseñanza aprendizaje
de estas realidades geográficas. y culturales.
·
De lo anterior, también se
deriva la necesidad de la utilización del enfoque geohistórico para de esta
manera inducir al estudio del espacio en la dinámica histórica.
·
Otra lección que ha quedado
pospuesta es la comprensión de la diversidad espacial y cultural de la región
trujillana. El estado Trujillo, es en este sentido, un crisol donde se funde la
tradición, las costumbres, la memoria, en medio de diversos paisajes que los
cobijan.
·
Por último, es necesario
abordar el estudio del devenir del pueblo desprendiéndose de la concepción centralista
que tanto ha caracterizado la dinámica educativa.
[1] Presentado en la jornada de geografía en la ULA – NURR en la ciudad
de Trujillo (del 24 al 26 de septiembre de 20141).
[2] Coordinador de la Casa de Historia del estado Trujillo. Docente de
historia en la ULA – NURR.
[3] El regionalismo en México y Alemania. Pág. 23.
[4] González y otros. (1986). Historia regional. Tropikos. Caracas,
Venezuela.
[5] Salazar y otros. (2000). Historia de Venezuela. FEDUPEL. Caracas, Venezuela.
[6] Briceño, M. (1982). Historia del Estado Trujillo. Imprenta del
Estado. Trujillo, Venezuela.
[7] Ibidem.
[8] Fray Pedro Simón. (1992). Noticias historiales de Venezuela.
Biblioteca Ayacucho. Caracas, Venezuela.
[9] En: Oviedo, J. (1967). Historia de la conquista y población de la
provincia de Venezuela. Ediciones Ariel. Caracas, Venezuela.
[10] Ibídem.
[11] Rojo, Z. (1997). El Mayorazgo de los Cornieles. Academia Nacional
de la Historia. Caracas, Venezuela.
[12] Estancia: Hacienda de campo usada para la ganadería.
[13] Vara: antigua unidad de medida equivalente a 0,86 metros.
[14] Legua: unidad de medida equivalente a 5.575 metros en Venezuela.
[15] Hectárea: unidad de medida equivalente a 10.000 m2.