miércoles, 15 de octubre de 2014

Región histórica y espacio cultural trujillano[1]
(Yherdyn Peña[2])
            Es de recordar que el devenir de las sociedades latinoamericanas se encuentra íntimamente ligado a su propia condición de origen hispánico colonial. Es decir, que los hombres en su medio se asientan y establecen su organización en torno a las ciudades. Y a su vez, las ciudades vieron sus primeras luces con la fundación realizada por los conquistadores españoles.
            Con tal aseveración, bajo ningún concepto se pretende obviar o invisibilizar a las comunidades cuicas que escogieron como hogar las tierras que hoy conforman el estado Trujillo. Muy al contrario, lo que aquí se pretende, es un repaso en la evolución espacial de la territorialidad trujillana; intentando fijar los parámetros a través de los cuales la “Provincia de los Cuicas” pasó a constituirse en el actual estado Trujillo y las implicaciones de tal dinámica en la configuración del imaginario identitario de sus pobladores de ayer y hoy.
            Las líneas que se presentan de corridas, constituye si acaso, un prolegómeno de un trabajo mucho más amplio, que implica el abordaje multi e interdisciplinario, en el cual se pueda conjugar de manera armoniosa categorías harto complejas, pero de suma relevancia; ellas son: región, espacio, cultura, identidad; y que, sin el estudio de las mismas, seguiremos fortaleciendo la mirada parcializada con la que se han fijado nuestros ojos sobre nuestro pasado y nuestro territorio.
            Esta forma de contarnos, de describirnos, de narrarnos, ha conducido a la construcción de una identidad fracturada, de una memoria a retazos, de una concepción espacial deformada, y más aún, incomprendida por las generaciones legatarias. Es por ello, que en este siglo XXI, la universidad debe adentrarse a un sesudo proceso de revisión sobre lo que se ha estado enseñando alrededor de esta espacialidad en la que se encuentra asentada la población trujillana.
            Hablar de Trujillo en los momentos actuales, debiera constituir (al menos para los trujillanos) una condición propia de unidad. Los pobladores de Trujillo, deben poseer como principal estandarte a la trujillanidad, más que como un vacío gentilicio que nada dice, como instrumento de afinidad; pero para ello, se debe internalizar en primera instancia el espacio físico sobre el cual se ha asentado este pueblo, sus características y las relaciones establecidas en éste entre los hombres y el espacio que los modela, los restringe y los impulsa a su transformación.
            Pero para lograr estos objetivos, tanto en la investigación como en la docencia de las ciencias sociales deben romperse con muchas tradiciones que empujan a meras descripciones inconexas donde el espacio y el sujeto en su devenir son estudiados cada uno por su lado sin buscar la comprensión de posibles interacciones. Para ello, entre otras cosas recurrir a un estudio geohistórico de estas realidades; y así, ofrecer una interpretación más o menos cercana a la realidad que presentan estos contextos.
            Por estas razones, es que hoy se enfatiza que no basta con las meras descripciones físicas ni el simple recuento cronológico para dar forma a la constitución de una identidad forjada al pulso de acciones humanas por varios miles de años; pero que, producto de intereses particularísimos, su estudio se encuentra conjugado en simples paréntesis que no construyen camino alguno.
            De esta situación, a su vez, se deriva una actitud tanto teórica como pedagógica en la cual, la generalización y la concepción de lo universal conllevan al desconocimiento de las realidades particulares que se gestan en espacios periféricos y que, como tales, son excluidos de los textos y los programas escolares. Condición ésta que se agrava cuando ni siquiera las nuevas generaciones que se vienen formando como docentes en las áreas de las ciencias sociales están recibiendo la formación necesaria al respecto.
            Dicha realidad palpita en cada aula de clases, donde lo modal, lo inmediato y “lo virtual” es lo que configura la dinámica educativa. Hoy tenemos la posibilidad de acceder como nunca antes a fuentes de información increíblemente diversas, ampliamente difundidas y de un extenso contenido, pero a la vez, nos hayamos imposibilitados de que los estudiantes reconozcan el espacio en el cual se desenvuelven. Ese terruño en el cual vieron sus primeras luces y que modela su imaginario y su idiosincrasia. Pero veamos, porque se origina tal situación.
La región: una categoría proscrita de la escuela
            El término región como categoría sociohistórica se presenta sumamente complejo, a la vez que profundamente escurridizo. Atraparlo o al menos, enmarcarlo dentro de un prisma particular se convierte en una acción difícil de acometer tanto en el acto propio de la investigación como dentro del aula de clase. Resulta evasiva en buena medida porque posee una carga polisémica que resulta en cierto grado de dificultad al momento de hacer su abordaje.
            A este respecto, es bueno señalar con muchos investigadores en esta área que, en buena medida, “La idea de “región” es una construcción puramente intelectual, teórica. Un conjunto de elementos puede ser entendido como región según los más diversos criterios; depende enteramente del tipo de relaciones que uno decide considerar relevantes”.[3]
            Es por ello, que no es de extrañar que tal aspecto no sea considerado en el quehacer escolar. Basta simplemente conformarse con una supuesta nacionalidad basada en aspectos genéricos y reduccionistas donde se difuminan las realidades locales. Y en la medida que se profundizan los procesos formativos se debilita la identidad y con ella se diluye el sentido de pertenencia, trayendo como consecuencia a su vez, el deterioro de la ciudadanía.
            A pesar de ello, es el gentilicio de la patria chica, del terruño, lo que identifica en la cotidianidad al individuo, y que de manera simultánea lo integra a sus pares símiles y con quienes comparte el espacio inmediato, pero es importante destacar que el hecho de consolidar una identidad colectiva, la misma bajo ningún concepto implica igualdad o unidad.
            ¿A qué viene tal aseveración? Pudieran preguntarse. Pues simplemente, es porque a pesar, de que se esté estudiando un espacio físico reducido, el mismo puede estar caracterizado por una gran diversidad que empuja a la formación de microidentidades que establecen una especie de “ghettos” culturales que se encuentran circunscritos a la semiótica que el sujeto construye en torno al espacio en el cual se asienta. Tal condición es producto de esa condición que Medina Rubio señala cuando indica 
… que desde el punto de vista del espacio, la región suele asociarse a criterios muy disímiles, pues por igual se contrae a un pequeño valle fluvial, que bien se podría atrapar en una carta a escala 1:50.000, o a una extensa llanura que configuraría lo que Dollfus denomina una provincia geográfica, y aún a dominios espaciales y humanos mayores (Medina, en González y otros, 1986, p. 29)[4].
Como trujillanos, y vistos desde el ámbito nacional, quienes habitamos en Trujillo nos hallamos enmarcados dentro de la región andina, arrojando un velo de anonimia y uniformidad que no responde con justicia a la realidad que se vive intramuros de este espacio. Es así, que en primera instancia se debe reconocer que:    
La región de los Andes cuenta con una diversidad de climas y microclimas que se relacionan con las diferencias altitudinales o pisos térmicos que caracterizan el área. La tierra caliente, templada, fría y paramera se extiende desde los 0 hasta los 5.900 metros sobre el nivel del mar y cada zona presenta un ecosistema que influyó en el desarrollo de la tecnología y las formas de organización social y política de las comunidades prehispánicas[5] (Salazar y otros, 2000, p. 75).
Esta condición natural del espacio andino a su vez, provoca singularidades en las actividades humanas, particulariza el quehacer de los hombres y modela sustancialmente ciertos patrones y/o modelos de conducta. Conlleva a la aprehensión de además del espacio; de los signos, símbolos e íconos propios de la idiosincrasia de sus pobladores.
Pero dicha diversidad no es una realidad exclusiva de la región andina. A lo interno de las fronteras del estado Trujillo, también se presenta tal caracterización física. Y por tanto, las particularidades y diversidades se hacen protagonistas en la constitución del SER trujillano. Y por ende, esa trujillanidad adquiere matices en función a las peculiaridades culturales que se han entretejido a los largo de los años en espacio que pudiéramos llamar microrregionales.
Hasta ahora, se ha indicado la existencia de microidentidades que se forman y consolidan en espacios concretos dentro de espacios más generales. Parecieran estas realidades, razón inexcusable para poder pensar, que lo que hoy constituye al estado Trujillo, dista mucho de ser considerado como una región histórica en relación dialogante con sus habitantes.
Pero a pesar de esta realidad, se mostrará de manera sucinta ese complejo y extenso proceso que data tal vez a miles de años, en los que el hombre apareció en esta geografía y la hizo suya. Generando identidades que le han permitido integrarse como un todo medianamente armonioso, pero que imprime matices policromáticos que hablan de su riqueza cultural.
LOS ORÍGENES
Si bien, la región andina (y el estado Trujillo como ente constitutivo de la misma) tuvo un origen algo calamitoso, la aparición del hombre sobre estas tierras se llevó a efecto de una manera mucho más parsimoniosa. Y de estos orígenes debemos partir, para poder comprender mejor la conformación identitaria del trujillano. Es decir, romper con esa mirada restrictiva que proyecta nuestro pasado al año de 1557. Es decir, ese discurso que exhibe a la presencia europeo como acto genésico de la trujillanidad.
Es así, que las primeras huellas que comienzan a dibujar lo que podría ser las bases de la futura “cartografía” trujillana provienen de los aborígenes Cuica, quienes venidos de los andes venezolanos (probablemente parcialidades muiscas o Chibchas provenientes de los andes colombianos, se asentaron en el territorio trujillano. Y a pesar, de que estos aborígenes, no constituyeron estructuras organizativas que pudieran indicar con precisión algo similar a límites, si se extendieron por un amplio territorio donde desarrollaron sus actividades económicas y culturales y que entablaron relaciones con otras familias aborígenes lo que si modelaría un bosquejo de fronteras culturales que han utilizado a lo largo de los años los arqueólogos y antropólogos para delimitar estos grupos humanos.
Se ha insistido, que la historiografía predominante u oficial ha ignorado por grandes períodos al mundo aborigen venezolano y trujillano, pero producto de trabajos de profesionales interesados en el asunto, se puede realizar una ubicación de estos primeros grupos humanos, ejemplo de ello, el historiador trujillano, Mario Briceño Perozo, señala lo siguiente:
El país de los cuicas se comunicaba por el norte con los llanos de carota y el lago de Coquivacoa, por el sur con las montañas de Mérida y los llanos de Barinas, por el este con tierras de lo que son hoy los Estados Lara y Portuguesa y por el oeste con tierras del Zulia y lago de Maracaibo, antes de Coquivacoa[6].
Pero además de esto, los indígenas Cuica establecieron parcialidades claramente definidas que dividieron este amplio territorio en localidades con una personalidad cultural bastante destacadas. Lo que a su vez, se decanta en la definición de estos espacios como núcleos formadores de identidad. Hoy, buena parte de las localidades trujillanas con “tradición” conservan su toponimia de origen claramente indígena.
Recordemos, que para el acto de fundación de las ciudades por parte de los españoles, el espacio seleccionado debía reunir tres condiciones esenciales, a saber: suministro de agua, posibilidad de defensa y por último, presencia cercana de aborígenes que garantizarán o contribuyeran con la subsistencia de sus pobladores. Si se realiza un repaso somero de la ubicación de las principales parcialidades indígenas se podrá encontrar lo siguiente:   
Los mucas estuvieron ubicados en lo que es hoy la capital trujillana, en el valle que riegan el río Castán y la quebrada de los Cedros; muy cerca de los mucas estaban los bombás, los sisíes o misíes, los bujayes, tonojoes, monayes y tirandaes.  Estos últimos se dividían a su vez en otros grupos menores como los chachíes, chiquimbúes, mitisúes, chachiques, chacúes, marajabúes, timusúes, estivandaes, isnabuses, cajúes, isnarunes, escacoyes, curupúes y estiguates, que moraban en tierras que después pasaron a ser asiento de Pampám, San Lázaro y Santiago.
En Boconó las tribus principales fueron los tostoses, niquitaos, burbusayes, guandaes y miquichaes.
En Carache estuvo el núcleo central de los cuicas, que se acercaban a los Humocaros y comprendían varios subgrupos, entre éstos los visupites, los caraches y los chejendes.
En Quebrada Grande – Distrito Urdaneta – los miquimboyes, jajoes, duríes, esnujaques, mucutíes y otros que estaban en las vecindades con los timotes.  A los indios de las riberas del Momboy, en lo que fue después La Puerta, se les deistinguio con el nombre de timotes.
En Escuque y de allí hacia Betijoque, la zona baja hasta las inmediaciones del Lago de Maracaibo moraban los jirajaras, los escuqueyes, los isnotúes, los mosqueyes, los moporos, los tomoporos y los misoas[7].
Tal distribución, empareja al espacio físico y al hombre, lo conduce a formas particulares de interacción y las mismas se transmiten de generación a generación. Y parece hermanarlo a un destino que lo emparenta cada día más con la tierra. Pero tal condición, será sometida prueba, una vez que “el otro” acuda al encuentro y lo tome por asalto. Y a partir de esta confrontación se comenzará a gestar una nueva dinámica sociocultural y política – económica que conducirá a la estructuración de nuevos imaginarios y de nuevas realidades.
EL ENCUENTRO
Cuando para el año 1498, el Almirante Cristóbal Colón advierte las costas de tierra firme, el europeo aún no poseía certeza de las implicaciones de los hallazgos que se habían producido a partir del doce de octubre de 1492. Sin embargo, sin muchas reflexiones y con menos consideraciones, este aventurero se dispuso a la exploración y la conquista del amplio territorio que reclamaba para sus monarcas.
Es así, que cuando se inicia la ocupación del occidente de Venezuela, particularmente desde el enclave que se había constituido el pueblo del Tocuyo, medio siglo después de la llegada del español, aún no era mucho lo que se sabía al respecto de estas tierras y de los hombres que sobre ella realizaban su cotidianidad.
Sin embargo, gracias a ciertas fuentes documentales, se puede apreciar que desde un principio, hubo por parte de los españoles, buen interés por ocupar las tierras de los Cuicas, más que por sus posibles riquezas auríferas, por la calidad de sus suelos y la supuesta mansedumbre de sus pobladores. Éste, reunía condiciones destacadas para ser consideradas su ocupación.
Es oportuno, indicar las noticias que al respecto se poseen de los preparativos para la ocupación de la provincia de los Cuicas. Y a este respecto, el cabildo del Tocuyo delibera al respecto. Fray Pedro Simón indica lo siguiente:
“…el cabildo y ciudad del Tocuyo, teniendo noticias de unas provincias de los indios Cuicas que estaban al poniente de su ciudad, a las cuales había entrado el contador Vallejo el año de mil y quinientos y cuarenta y nueve, con comisión del gobernador Tolosa, determinó enviar a descubrirlas del todo y conquistarlas[8].  
De esta manera, se puede apreciar, que las tierras habitadas por los indígenas cuicas, despertaron el interés de inmediato a los nuevos hombres, venidos del otro lado del atlántico. Sin embargo, por razones no explicitadas, tardó casi una década desde el momento de la primera exploración hasta la decisión definitiva de su ocupación.
Por esta razón, cuando el español, sale a la conquista, se dirige al espacio que ocupa esta laboriosa nación, lo que traerá como consecuencia, no sólo el asentamiento de la primera ciudad de los andes venezolanos, sino que además, originará tal aventura un deambular que provocará a su vez, la génesis y la germinación del asiento de la ciudad como epicentro de la dinámica social.
Para tan importante empresa, fue comisionado Diego García de Paredes, y sobre la misma, José de Oviedo y Baños nos relata a manera de crónica lo siguiente: “…salió del Tocuyo, y marchó para los Cuicas, cuya provincia atravesó siempre al Poniente, buscando sitio acomodado para poder poblarse, sin que en la docilidad encontrase oposición[9]” (1967, p. 229). Es de detallar, que el ejercicio de fundación, no fue un acto improvisado, este conquistador, se introdujo al occidente de esta comarca, hasta constatar de un sitio acto para tal fin.
En esta dinámica, mantuvo de manera incansable su marcha, “…hasta llegar á descubrir la populosa población de Escuque, situada en un lugar eminente á las vertientes del caudaloso río de Motatan […] donde pareciéndole a Paredes paraje acomodado, por las conveniencias del sitio, fundó el mismo año de cincuenta y seis la ciudad de Trujillo[10]…”, y más allá de las discrepancias presentadas por los mismos cronistas, en lo que respecta al año de fundación y a los posteriores desplazamiento de la ciudad y sus pobladores; Trujillo estará ligado a esa relación siempre tirante entre los cuicas y el conquistador español.
Es así, que Boconó, Motatán, Sabana Larga, Pampán y Trujillo de Nuestra Señora de La Paz a parte del propio Escuque, nacieron en torno a esta dinámica de trashumancia en la que sus habitantes se vieron forzados a vivir a lo largo de trece azarosos años. Trujillo, de esta manera se va afianzando de manera paulatina con el transcurrir de los años.
El territorio conquistado por los españoles será modelador de hombres de temple, laboriosos, dedicados a las actividades agrícolas y de comercio. La posesión de la tierra le va granjeando fortuna a la ciudad y a sus pobladores, los une en un sentido común. Los define como habitantes de un espacio que les pertenece y al que pertenecen.
La errabunda existencia de los primeros pobladores, no solo permite la exploración y la conquista de un territorio que se le arrebata a grandes tajos a los dueños originarios, sino que otorga derecho de propiedad. La administración centralizada en el cabildo de la ciudad, le permite a los habitantes que se asentaron de manera definitiva en el valle de los Mucas, hacerse de importantes propiedades, en los más diversos parajes de la geografía trujillana.
Esto permitió formar identidad, es decir ese reconocimiento del hombre con su espacio. Parte de esa construcción del Trujillo, como región histórica se afianza con una experiencia en el propio período colonial, esto es; el Mayorazgo de los Cornieles, el cual se extendió por gran parte de las tierras conquistadas y que sirvió de asiento a los primeros pobladores que se hicieron llamar trujillanos. Su condición de indivisible, garantizó de igual manera, la integridad territorial de dicho espacio, hermanando aún más al hombre con su tierra.
A este respecto, Rojo (1997, p. 41) nos señala que:
Según documento localizado en el Archivo General de la Nación el mayorazgo fue fundado vinculando grandes extensiones de tierra, todas ellas fraccionadas a lo largo y ancho de la jurisdicción del actual Estado Trujillo, conformando estancias de pan “llevar” y pan “coger”, estancias de ganado mayor y menor.[11]
            Esta vinculación de tierras independientes, diseminadas por la geografía trujillana, provocan de manera indiscutida, un sentido de integración y unidad. Dicho mayorazgo se funda en fecha del 30 de junio de 1610, apenas cuarenta años después del asentamiento definitivo de la ciudad de Trujillo. Factor por el cual, se considera como instrumento que contribuye a la consolidación del estado Trujillo como región histórica.
            Esta distribución de tierras en beneficio de un hombre y su familia, permitirá la relación estrecha con distintas espacialidades que en otrora constituían parte de la nación cuica y que ahora se encuentra bajo el amparo del cabildo trujillano. De la misma manera, la autora antes citada, detalla lo siguiente:
El mayorazgo estaba conformado por 21 estancias[12] de ganado mayor, que representaban cada una aproximadamente 15 cabuyas de 100 varas[13], más 20 varas de ancho y 29 cabuyas de 100 varas más 16 varas de largo; además de estos bienes, se incorpora a los bienes la mitad de la Sabana de la Galera, que la quebrada que la atraviesa va a dar a Misoa pueblo de indios en la Laguna de Maracaibo, cuya extensión aproximada es de dos leguas[14], que vendrían a representar en hectáreas[15] 6.210. mas siete y un tercio de estancias de pan llevar, que cada una de ellas, estaría conformada por 11 cabuyas más 25 varas. (ob. cit. P. 42 – 43).
Y más adelante, remata indicando que;
El mayor número de estancias que conforman los bienes del mayorazgo se encuentran localizados en el cantón Trujillo, dedicados al cultivo y a la cría de ganado mayor y menor. Los llanos de Motatán ubicados en el cantón Escuque, dedicados a la cría de ganado y al cultivo de cacao. Tierras en el cantón Carache en el sitio de Agua de Obispo. Tierras en el valle de Niquitao y Boconó dedicados a la producción de trigo y a la cría de ganado menor y mayor en el cantón Boconó.    (ob. cit. P. 43).
 Una vez más, se observa el reflejo de la cultura aborigen en la toponimia utilizada por el español, prosigue el continuo humano, se conjugan de esta manera hombre y espacio para darle sentido a un gentilicio, puesto que la intención no es agotar el tema, y tal como se les advirtió que estas líneas corresponden a un trabajo más amplio, es necesario ir redondeando algunas conclusiones derivadas de este proceso histórico.
·         Trujillo es fácilmente asumido como una región histórica debido a que su origen remonta a sus habitantes a un pasado común y compartido por las generaciones antecesoras y que asumen las generaciones legatarias.
·         Es necesario, que en el proceso educativo estas realidades sean incluidas para su estudio y de esta manera, contribuir con la formación de la identidad.
·         Además, resulta indispensable la creación y el uso de recursos de materiales didácticos (sobre todo cartografía histórica) que faciliten el proceso de enseñanza aprendizaje de estas realidades geográficas. y culturales.
·         De lo anterior, también se deriva la necesidad de la utilización del enfoque geohistórico para de esta manera inducir al estudio del espacio en la dinámica histórica.
·         Otra lección que ha quedado pospuesta es la comprensión de la diversidad espacial y cultural de la región trujillana. El estado Trujillo, es en este sentido, un crisol donde se funde la tradición, las costumbres, la memoria, en medio de diversos paisajes que los cobijan.
·         Por último, es necesario abordar el estudio del devenir del pueblo desprendiéndose de la concepción centralista que tanto ha caracterizado la dinámica educativa.




[1] Presentado en la jornada de geografía en la ULA – NURR en la ciudad de Trujillo (del 24 al 26 de septiembre de 20141).
[2] Coordinador de la Casa de Historia del estado Trujillo. Docente de historia en la ULA – NURR.
[3] El regionalismo en México y Alemania. Pág. 23.
[4] González y otros. (1986). Historia regional. Tropikos. Caracas, Venezuela.
[5] Salazar y otros. (2000). Historia de Venezuela. FEDUPEL.  Caracas, Venezuela.
[6] Briceño, M. (1982). Historia del Estado Trujillo. Imprenta del Estado. Trujillo, Venezuela.
[7] Ibidem.
[8] Fray Pedro Simón. (1992). Noticias historiales de Venezuela. Biblioteca Ayacucho. Caracas, Venezuela.
[9] En: Oviedo, J. (1967). Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela. Ediciones Ariel. Caracas, Venezuela.
[10] Ibídem.
[11] Rojo, Z. (1997). El Mayorazgo de los Cornieles. Academia Nacional de la Historia. Caracas, Venezuela.
[12] Estancia: Hacienda de campo usada para la ganadería.
[13] Vara: antigua unidad de medida equivalente a 0,86 metros.
[14] Legua: unidad de medida equivalente a 5.575 metros en Venezuela.
[15] Hectárea: unidad de medida equivalente a 10.000 m2.