martes, 6 de octubre de 2015

TRUJILLO: SU SIGNIFICADO[1]
            Yherdyn Peña

Por un instante desearía que la musa se apropiara de mí, para poder ofrecer unas líneas cargadas de amor, colmadas de admiración, rebosadas de inspiración para con la ciudad primigenia de los andes venezolanos. Quisiera que mi prosa fuese refinada y galante porque a la ciudad de Trujillo, la quiero ver como una amante en espera de su ser anhelado. Como a una madre que amamanta y nutre con sus afectos a cada uno de sus hijos.
Quisiera contar con el talento providencial para poder componerle un vals, una tonada, unos versos al menos; para poder contar la esplendidez de esta tierra y de sus hombres y mujeres. Quiero pedir prestadas las palabras de Jacinto Peña “Chinto” (mi padre) para decirles que:
Hoy los cerros de Trujillo
me servirán de tribuna.
Brincando de risco en risco
como paraulata en tuna
vengo a decirles señores
como mi tierra ninguna.

Es ese sentimiento de hombre enamorado, de hijo agradecido, el que debe prevalecer en este nuevo aniversario de la ciudad de Trujillo. En medio de la arremetida cultural globalizante y transculturizadora el trujillano, pueda expresar orgulloso como lo hiciere mi padre a los cuatro vientos:


Hoy, busco saturar estas palabras con el ahínco de seducirlos por esta, la ciudad a la que cerramos nuestros oídos, y frente a la cual hemos endurecido nuestro corazón. Quisiera atiborrarlos con la imagen magna de la Trujillo que se atesora para cada uno de nosotros más allá de los recuerdos, mi mayor pretensión es (y disculpen los presentes) convencerlos de que la mejor figura de Trujillo, es la que está por construirse, es la que, a partir del presente; podemos heredar a las generaciones por venir y que sirva de reposo a nuestro ocaso.
Convocarnos para hablar de Trujillo, va más allá de narrar su historia y añorar ese tiempo pasado que fue mejor. Congregarnos para tan noble fin, constituye un gran privilegio, reunirnos para conmemorar a nuestra ciudad también instaura un inmenso compromiso con los aquí presentes, con aquellos, que partieron y que en su tiempo entregaron su amor a este terruño que nos ha cobijado y ofrecido sus portentos.
Hoy, en los 458 años de la ciudad de Trujillo, no estamos convocados para hacer loas a lo arquitectónico y a lo urbano, tampoco a capítulos aislados de su devenir, ni mucho menos, apologías a personajes selectos de la historia regional. En lo particular considero es la oportunidad precisa para gestar en cada uno de los hijos de esta urbe y del estado todo una nueva relación con Trujillo.
Para algunos, cegados por el fanatismo y el desconocimiento juzgan y sancionan que los hijos de esta comarca se junten para la celebración del nacimiento de la ciudad, del acto de la fundación; del origen de algo sublime y honorable: la trujillanidad. Este mes de octubre debe servir para ello, para exaltar la trujillanidad como símbolo congregante y unificador, como síntesis del ser y del quehacer de quienes se asentaron en estas latitudes y persistieron en ella para sentar las bases que hoy nos identifican.
Si bien, el acto de la fundación fue producto de la injusta acción conquistadora del imperio español, y que desde ella, se produjo la aniquilación, invisibilización y transculturación de un pueblo milenario; de ella a su vez, pervive una tradición, una lengua, unas formas de organizarse, una espiritualidad, es decir, un entramado cultural que hoy nos define como pueblo.
El acto colonizador del español, lo condujo no sólo a enfrentarse en ocasiones a la resistencia tenaz de los aborígenes Cuicas, si no que, también a las condiciones climáticas y de vulnerabilidad del entorno geográfico, de allí, la condición de portátil con la que contó inicialmente la ciudad para lograr su asentamiento definitivo en el valle de los Mucas.
Y son los Mucas y los cedros de este valle, grandes olvidados de este devenir, hay quienes en procura de construir una identidad más satisfactoria, buscan ignorar el proceso de fundación, y pretenden entonces, contar nuestra historia desde la gesta emancipadora sin darse cuenta que no sólo invisibiliza al conquistador sino que, a su vez, continúa ignorando ese pasado indígena que se vuelve recurrente cuando se pretende construir una historia honesta de nuestro pueblo y la formación de nuestra identidad.
Oscar Wilde, señalaba que el único deber que teníamos con la historia era reescribirla; y en este sentido, hoy por hoy, urge una reescritura de la historia de Trujillo; pero que tal reescritura no parta de alocadas elucubraciones ni de falsos imaginarios que conduzcan a la destrucción o a la deformación de la memoria colectiva que preserva nuestra esencia histórica como pueblo.
Es hacia el compromiso de una reescritura no sólo científica de nuestra historia sino apasionada, comprometida e incluyente. Que sea capaz de reflejar la grandiosidad del significado de ser trujillano, que proyecte el amor que amerita ésta nuestra ciudad, la bucólica y apacible ciudad de Nuestra Señora de la Paz, advocación mariana que congrega nuestro gentilicio de trujillanos.
Y es esta una segunda actividad en la que nos debemos empeñar, comprender y reflexionar en torno a esos elementos icónicos que nos identifican como trujillanos, para de esta manera, defender un gentilicio que se ha constituido en marca indeleble en los nacidos en esta tierra, gentilicio que es signo de gentileza y del trabajo diario, del empeño por echar adelante. Porque si de Trujillo y su fundación, debemos tomar como ejemplo la persistencia de esos primeros hombres, que venidos de otras latitudes vencieron las vicisitudes y prevalecieron a pesar de las adversidades.
Terremotos, plagas, guasábaras, piratas… todo estos males azotaron a los trujillanos de los primeros tiempos, sin embargo, ellos prevalecieron, la ciudad se conservó ante los embates del tiempo, la ciudad pervive como ejemplo de la resistencia tanto del español como de ese otro mundo que se pretendió olvidado y desconocido: el mundo aborigen. Ambos, se proyectan en el presente, son parte de nuestra idiosincrasia, de nuestra forma de ser.
La ciudad se vuelve con el transcurrir de los años en ese espacio fecundo desde donde germina la poesía, el canto, la lucha, la convivencia, el progreso, la forma de ser. Por ello, no se rehúsa al reconocimiento de la ciudad como espacio vivificador de la sociedad palpitante que se encuentra en una encrucijada entre el falso progreso y la tradición estática, falsa esencia de los moradores de esta confabulación  por desmontar nuestra identidad.
La tradición trujillana por la cual apostamos, es aquella palpitante, que se nutre en la cotidianidad, que se refresca en cada generación que brinda sus aportes y la enriquece. El progreso que reconocemos es el del espíritu humano en procura de alcanzar los más excelsos valores de ciudadanía e identidad local, regional y nacional. Se apuesta por un trujillano que a la vez, reconozca un pasado que lo ubica en íntima relación con su espacio y sus semejantes, y la necesidad de consolidar las bases para un futuro promisorio.
Son estos 458 años de la llegada del conquistador español tiempo para reflexionar sobre los silencios, las ausencias, los olvidos que hemos padecidos, silencios, olvidos y ausencias autoinfligidos, que procuraron el acomodo y el interés particular por encima de la construcción de un ideario edificante, de una razón cohesionadora, de una fuerza que impulse los cambios hacia el engrandecimiento de todos y todas.
En medio de esos olvidos se ha invisibilizado buena parte del siglo XIX (a excepción del período de la independencia), desconociendo de esta manera la continuidad del proceso histórico, convirtiendo nuestra historia en una colcha construida con retazos inconexos y profundamente reduccionista. Como resultado tenemos un pueblo que desconoce su propia historia y que camina sin rumbo.
La historia que se cuenta, la historia que se enseña, es aquella contada a galope, la que se narra desde el cañón de una escopeta, de un máuser, de un fusil o al filo de una espada. Esa historia que se pretende como oficial es de las charreteras y medallas, de la pólvora y la sangre; que terminan convirtiéndose en incienso y aceite en el altar de la patria.
Trujillo, se fue quedando sin la historia menuda, todo se vuelve pompa y fanfarria, estruendo y jolgorio, y cuando se entra en razón, solo queda la resaca y el malestar por lo vivido sin sentido. Ya basta, de que nuestro devenir histórico se conjugue en dos tiempos pretéritos y que no contribuya en nada con el por venir como pueblo, como ciudad, como espacio dinámico y activo.
El reciente siglo XX trujillano se diluye gota a gota en el olvido, son contados los esfuerzos que se han hecho para proyectar ese acontecer a las nuevas generaciones. Destacable la labor del profesor Alí Medina Machado y su ejercicio escritural y vivencial. Sin embargo, no ha sido suficiente, una golondrina no hace verano, pero una vez más como trujillano agradezco sus intenciones.
Es por ello, que aprovechando este espacio, y abusando de la ocasión, reitero la solicitud a todos los presentes para que unamos esfuerzos para que en este ciclo que debe inaugurarse a partir de este momento, se le otorgue al Trujillo de este tercer milenio, un cronista que se ocupe de verás por conservar y proyectar la memoria del pueblo trujillano y no que se entrampe en invenciones y paranoias que no favorecen a nadie.
Vamos rumbo a los cinco siglos, en América, no cualquier ciudad puede darse el lujo de exponer tal realidad, pero hoy se resalta, que se enrumba a los cinco siglos de la creación española de la ciudad, de la fundación de un nuevo gentilicio y de una nueva realidad, vamos enrumbados a los cinco siglos de una trujillanidad que se construye a pulso y que no desconoce sus orígenes. Una trujillanidad que busca sus antecedentes remotos en los cuicas de las cumbres borrascosa de los andes, en la Extremadura ibérica y por qué no, en los cumbé y en las rochelas de la muchachada en las plazas y parques de nuestra ciudad.
Hoy, debemos señalar, que no estamos rindiendo culto al genocidio, a la conquista, a la invasión, hoy, estamos reconociendo el nacimiento de una realidad que nos atrapa y nos seduce, que nos emociona y que nos enorgullece, hoy celebramos el ser trujillanos, hoy estamos conmemorando a ese Trujillo que se formó de los pleitos caseros de Chía y Nuestra Señora de la Paz, de Ches y del Nazareno en procesión, de ustedes y en general de cada uno de nosotros. Hoy solo queda resaltar el valor del trujillano, y la necesidad de recuperar a Trujillo, desde sus espacios y desde nuestra forma de contarnos.

¡Muchas Gracias!
   



[1] Presentado el día lunes 05 de octubre en el salón de sesiones de la cámara municipal de Trujillo, en simposio del 458 aniversario de la ciudad.