TRUJILLO: SU SIGNIFICADO[1]
Yherdyn Peña
Por
un instante desearía que la musa se apropiara de mí, para poder ofrecer unas
líneas cargadas de amor, colmadas de admiración, rebosadas de inspiración para
con la ciudad primigenia de los andes venezolanos. Quisiera que mi prosa fuese
refinada y galante porque a la ciudad de Trujillo, la quiero ver como una amante
en espera de su ser anhelado. Como a una madre que amamanta y nutre con sus
afectos a cada uno de sus hijos.
Quisiera
contar con el talento providencial para poder componerle un vals, una tonada,
unos versos al menos; para poder contar la esplendidez de esta tierra y de sus
hombres y mujeres. Quiero pedir prestadas las palabras de Jacinto Peña “Chinto”
(mi padre) para decirles que:
Hoy los cerros de Trujillo
me servirán de tribuna.
Brincando de risco en risco
como paraulata en tuna
vengo a decirles señores
como mi tierra ninguna.
Es ese sentimiento de
hombre enamorado, de hijo agradecido, el que debe prevalecer en este nuevo
aniversario de la ciudad de Trujillo. En medio de la arremetida cultural
globalizante y transculturizadora el trujillano, pueda expresar orgulloso como
lo hiciere mi padre a los cuatro vientos:
Hoy,
busco saturar estas palabras con el ahínco de seducirlos por esta, la ciudad a
la que cerramos nuestros oídos, y frente a la cual hemos endurecido nuestro
corazón. Quisiera atiborrarlos con la imagen magna de la Trujillo que se
atesora para cada uno de nosotros más allá de los recuerdos, mi mayor
pretensión es (y disculpen los presentes) convencerlos de que la mejor figura
de Trujillo, es la que está por construirse, es la que, a partir del presente;
podemos heredar a las generaciones por venir y que sirva de reposo a nuestro
ocaso.
Convocarnos
para hablar de Trujillo, va más allá de narrar su historia y añorar ese tiempo
pasado que fue mejor. Congregarnos para tan noble fin, constituye un gran
privilegio, reunirnos para conmemorar a nuestra ciudad también instaura un
inmenso compromiso con los aquí presentes, con aquellos, que partieron y que en
su tiempo entregaron su amor a este terruño que nos ha cobijado y ofrecido sus
portentos.
Hoy,
en los 458 años de la ciudad de Trujillo, no estamos convocados para hacer loas
a lo arquitectónico y a lo urbano, tampoco a capítulos aislados de su devenir, ni
mucho menos, apologías a personajes selectos de la historia regional. En lo
particular considero es la oportunidad precisa para gestar en cada uno de los
hijos de esta urbe y del estado todo una nueva relación con Trujillo.
Para
algunos, cegados por el fanatismo y el desconocimiento juzgan y sancionan que
los hijos de esta comarca se junten para la celebración del nacimiento de la
ciudad, del acto de la fundación; del origen de algo sublime y honorable: la
trujillanidad. Este mes de octubre debe servir para ello, para exaltar la
trujillanidad como símbolo congregante y unificador, como síntesis del ser y
del quehacer de quienes se asentaron en estas latitudes y persistieron en ella
para sentar las bases que hoy nos identifican.
Si
bien, el acto de la fundación fue producto de la injusta acción conquistadora
del imperio español, y que desde ella, se produjo la aniquilación,
invisibilización y transculturación de un pueblo milenario; de ella a su vez,
pervive una tradición, una lengua, unas formas de organizarse, una espiritualidad,
es decir, un entramado cultural que hoy nos define como pueblo.
El
acto colonizador del español, lo condujo no sólo a enfrentarse en ocasiones a
la resistencia tenaz de los aborígenes Cuicas, si no que, también a las
condiciones climáticas y de vulnerabilidad del entorno geográfico, de allí, la
condición de portátil con la que contó inicialmente la ciudad para lograr su
asentamiento definitivo en el valle de los Mucas.
Y
son los Mucas y los cedros de este valle, grandes olvidados de este devenir,
hay quienes en procura de construir una identidad más satisfactoria, buscan
ignorar el proceso de fundación, y pretenden entonces, contar nuestra historia
desde la gesta emancipadora sin darse cuenta que no sólo invisibiliza al
conquistador sino que, a su vez, continúa ignorando ese pasado indígena que se
vuelve recurrente cuando se pretende construir una historia honesta de nuestro
pueblo y la formación de nuestra identidad.
Oscar
Wilde, señalaba que el único deber que teníamos con la historia era
reescribirla; y en este sentido, hoy por hoy, urge una reescritura de la
historia de Trujillo; pero que tal reescritura no parta de alocadas
elucubraciones ni de falsos imaginarios que conduzcan a la destrucción o a la
deformación de la memoria colectiva que preserva nuestra esencia histórica como
pueblo.
Es
hacia el compromiso de una reescritura no sólo científica de nuestra historia
sino apasionada, comprometida e incluyente. Que sea capaz de reflejar la
grandiosidad del significado de ser trujillano, que proyecte el amor que
amerita ésta nuestra ciudad, la bucólica y apacible ciudad de Nuestra Señora de
la Paz, advocación mariana que congrega nuestro gentilicio de trujillanos.
Y
es esta una segunda actividad en la que nos debemos empeñar, comprender y
reflexionar en torno a esos elementos icónicos que nos identifican como
trujillanos, para de esta manera, defender un gentilicio que se ha constituido
en marca indeleble en los nacidos en esta tierra, gentilicio que es signo de
gentileza y del trabajo diario, del empeño por echar adelante. Porque si de
Trujillo y su fundación, debemos tomar como ejemplo la persistencia de esos
primeros hombres, que venidos de otras latitudes vencieron las vicisitudes y
prevalecieron a pesar de las adversidades.
Terremotos,
plagas, guasábaras, piratas… todo estos males azotaron a los trujillanos de los
primeros tiempos, sin embargo, ellos prevalecieron, la ciudad se conservó ante
los embates del tiempo, la ciudad pervive como ejemplo de la resistencia tanto
del español como de ese otro mundo que se pretendió olvidado y desconocido: el
mundo aborigen. Ambos, se proyectan en el presente, son parte de nuestra
idiosincrasia, de nuestra forma de ser.
La
ciudad se vuelve con el transcurrir de los años en ese espacio fecundo desde
donde germina la poesía, el canto, la lucha, la convivencia, el progreso, la
forma de ser. Por ello, no se rehúsa al reconocimiento de la ciudad como
espacio vivificador de la sociedad palpitante que se encuentra en una
encrucijada entre el falso progreso y la tradición estática, falsa esencia de
los moradores de esta confabulación por
desmontar nuestra identidad.
La
tradición trujillana por la cual apostamos, es aquella palpitante, que se nutre
en la cotidianidad, que se refresca en cada generación que brinda sus aportes y
la enriquece. El progreso que reconocemos es el del espíritu humano en procura de alcanzar los más excelsos valores de ciudadanía e identidad local, regional
y nacional. Se apuesta por un trujillano que a la vez, reconozca un pasado que
lo ubica en íntima relación con su espacio y sus semejantes, y la necesidad de
consolidar las bases para un futuro promisorio.
Son
estos 458 años de la llegada del conquistador español tiempo para reflexionar
sobre los silencios, las ausencias, los olvidos que hemos padecidos, silencios,
olvidos y ausencias autoinfligidos, que procuraron el acomodo y el interés
particular por encima de la construcción de un ideario edificante, de una razón
cohesionadora, de una fuerza que impulse los cambios hacia el engrandecimiento
de todos y todas.
En
medio de esos olvidos se ha invisibilizado buena parte del siglo XIX (a
excepción del período de la independencia), desconociendo de esta manera la
continuidad del proceso histórico, convirtiendo nuestra historia en una colcha
construida con retazos inconexos y profundamente reduccionista. Como resultado
tenemos un pueblo que desconoce su propia historia y que camina sin rumbo.
La
historia que se cuenta, la historia que se enseña, es aquella contada a galope,
la que se narra desde el cañón de una escopeta, de un máuser, de un fusil o al
filo de una espada. Esa historia que se pretende como oficial es de las
charreteras y medallas, de la pólvora y la sangre; que terminan convirtiéndose
en incienso y aceite en el altar de la patria.
Trujillo,
se fue quedando sin la historia menuda, todo se vuelve pompa y fanfarria,
estruendo y jolgorio, y cuando se entra en razón, solo queda la resaca y el
malestar por lo vivido sin sentido. Ya basta, de que nuestro devenir histórico
se conjugue en dos tiempos pretéritos y que no contribuya en nada con el por
venir como pueblo, como ciudad, como espacio dinámico y activo.
El
reciente siglo XX trujillano se diluye gota a gota en el olvido, son contados
los esfuerzos que se han hecho para proyectar ese acontecer a las nuevas
generaciones. Destacable la labor del profesor Alí Medina Machado y su
ejercicio escritural y vivencial. Sin embargo, no ha sido suficiente, una
golondrina no hace verano, pero una vez más como trujillano agradezco sus intenciones.
Es
por ello, que aprovechando este espacio, y abusando de la ocasión, reitero la
solicitud a todos los presentes para que unamos esfuerzos para que en este
ciclo que debe inaugurarse a partir de este momento, se le otorgue al Trujillo
de este tercer milenio, un cronista que se ocupe de verás por conservar y
proyectar la memoria del pueblo trujillano y no que se entrampe en invenciones
y paranoias que no favorecen a nadie.
Vamos
rumbo a los cinco siglos, en América, no cualquier ciudad puede darse el lujo
de exponer tal realidad, pero hoy se resalta, que se enrumba a los cinco siglos
de la creación española de la ciudad, de la fundación de un nuevo gentilicio y
de una nueva realidad, vamos enrumbados a los cinco siglos de una trujillanidad
que se construye a pulso y que no desconoce sus orígenes. Una trujillanidad que
busca sus antecedentes remotos en los cuicas de las cumbres borrascosa de los
andes, en la Extremadura ibérica y por qué no, en los cumbé y en las rochelas
de la muchachada en las plazas y parques de nuestra ciudad.
Hoy,
debemos señalar, que no estamos rindiendo culto al genocidio, a la conquista, a
la invasión, hoy, estamos reconociendo el nacimiento de una realidad que nos
atrapa y nos seduce, que nos emociona y que nos enorgullece, hoy celebramos el
ser trujillanos, hoy estamos conmemorando a ese Trujillo que se formó de los
pleitos caseros de Chía y Nuestra Señora de la Paz, de Ches y del Nazareno en
procesión, de ustedes y en general de cada uno de nosotros. Hoy solo queda
resaltar el valor del trujillano, y la necesidad de recuperar a Trujillo, desde
sus espacios y desde nuestra forma de contarnos.
¡Muchas
Gracias!
[1] Presentado
el día lunes 05 de octubre en el salón de sesiones de la cámara municipal de
Trujillo, en simposio del 458 aniversario de la ciudad.