La Guerra
a Muerte: Una relación dialógica en tierras trujillanas
Muchas
veces nos resulta complicado dar cuenta de acciones o sucesos que acaecieron
apenas hace unos días e incluso unas horas, más aún, cuando éstos se suscitaron
en arcaicos tiempos, en los que apenas nuestra historia se había comenzado a
plasmar. Momentos en los que la república sufría un doloroso parto. El tiempo
lo devora todo, lo consume de manera irremediable; y en ese proceso, la memoria
no escapa de tal acecho, es víctima predilecta del deterioro.
Para
quienes hemos optado por el estudio de la ciencia histórica, las trabas que en
el proceso de investigación se presentan son muchas, y por sobre todas las
cosas, como producto de que la ciencia histórica se encarga de interpretar
fenómenos que son irrepetibles. La historia es la ciencia del tiempo, y este si
no sé es cuidadoso, se diluye en el olvido de los hombres y mujeres que
conforman el espacio de convivencia.
En
muchas oportunidades se ha señalado que el proceso independentista venezolano
ha sido el período más estudiado por nuestra historiografía nacional.
Investigadores, docentes, estudiantes y curiosos han volcado su acuciosa mirada
sobre los acontecimientos que se suscitaron en tan importante período
histórico. Sin embargo, nuestra historia no escapa a la burda actitud de ser
utilizada más como propaganda política que como lección para las nuevas
generaciones para que éstas comprendan un pasado que conforma la identidad que
los constituye, y los convierte a su vez en eslabón de un devenir imperecedero.
La
partida de nacimiento de la República de Venezuela se engendra a partir de este
proceso de independencia. Aunque su pasado se remonte a tiempos milenarios en
los que nuestros aborígenes poseían una convivencialidad particular,
originaria, distinta al modelo imperante en Europa, esa Europa usurpadora,
monárquica, cristiana, negadora de la diversidad. Es decir, ese modelo europeo
homogenizador y totalizador.
En
el caso particular de nuestro Trujillo
de “María Santísima” es de señalar, que en el proceso historiográfico nacional
tan sólo muestra su cándido rostro durante este proceso de independencia. Su
aparición en escena se la debemos a los acontecimientos propios de la campaña
admirable, cuando desde esta ciudad el Libertador Simón Bolívar lanza su
proclama a los americanos. Proclama ésta que reafirma la Guerra a Muerte contra
el oprobioso dominio del Imperio Español y contra quienes los apoyen.
Ver
este episodio de nuestra historia de una manera aislada y con una actitud
reduccionista, le hace un favor muy flaco a la comprensión de la historia.
Desde esta perspectiva se pudiera señalar al propio Bolívar como uno más de
esos militares sanguinarios que tantas veces han tenido su protagonismo en los
capítulos de la historia de la humanidad. La proclama de la guerra a muerte,
fue una necesidad, un llamado a la unidad, a la consolidación de un sueño.
Por
ello, deseo hacer referencia a una relación dialógica de ese llamado de Guerra
a Muerte que en tierras trujillanas se ha efectuado contra un enemigo común
pero desde dos concepciones de mundo tan diferentes. El primero de estos
llamados se produjo en los estertores del siglo XVI cuando los Cuicas, elevaron
las plegarias a sus dioses para que los ampararan del invasor español que
recién había llegado a apropiarse de sus tierras. La segunda, como les decía,
la producida en el marco de la campaña admirable, el 15 de junio de 1813. Pero
ahora contra el español enseñoreado sobre la espacialidad trujillana.
El
políglota Rafael María Urrecheaga logra compilar a principios del siglo XX el
canto guerrero de los cuicas, expresión clara de las contradicciones y luchas
latentes entre el blanco español y el indígena cuica. Pero tal canto, es un
acto de fe y de amor. No es una simple declaración de guerra, muchos se han
centrado en la solicitud que estos indígenas hacen a la Madre Icaque: “Afila
los colmillos de las mapanares y aniquila a los blancos con dolores[1].”
Pero
son pocos los que se dedican a señalar, que de la misma manera, ruega para que,
“A mi mujer que cría, dale pechos que manen ríos de leche blanca”. Y que
además, una de sus primeras solicitudes es para que Ches (el astro rey) no
ilumine el camino del invasor. Solicita de esta manera que los caminos se le
oculten a la mirada del invasor, que no logren dar con sus tierras… y es este
mismo canto, pide una flecha que mate al invasor, pero a su vez, reconoce su
miedo de que esa flecha sea lanzada.
De
esta manera, se desea indicar que no es el odio lo que motoriza tal canto, es
la desesperación lo que conduce a este ruego. Su espacio y sus mujeres habían
sido violados, no hay otro remedio posible que no sea el enfrentamiento, pero
su mujer y sus hijos se encuentran inmersos en sus imploraciones, es por ellos
y para ellos que se engendra la lucha.
200
años más tarde que los cuicas elevaran sus plegarias en tierras trujillanas, la
causa de la independencia nacional contará como escenario a la comarca de
Trujillo, para que el más adelantado de los hombres de esta justa lanzara su
proclama a los venezolanos. Pero desafortunadamente, de dicha proclama tan solo
se publicita el lapidario final: “Españoles y canarios, contad con la muerte,
aún siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de
América. Americanos, contad con la vida, aún siendo culpables”[2].
Pocos
señalan que Bolívar al dirigirse al pueblo venezolano, se refiere que ante
ellos, está un ejército de hermanos, que no tienen otro fin que no sea el de
darles la libertad. Y de la misma manera, pocos señalan las condiciones en las
que se produce tal proclama. No es gratuito que Simón Bolívar señale: “Tocado
de vuestros infortunios, no hemos podido ver con indiferencia las aflicciones
que os hacían experimentar los bárbaros españoles, que os han aniquilado con la
rapiña…” es bueno recordar en este sentido que en el año de 1812, el
generalísimo Francisco de Miranda, había firmado una capitulación ante
Monteverde, capitulación ésta que no se llegó a cumplir. La guerra a muerte, ya
estaba en práctica. Era tiempo de definiciones. En algún momento el libertador
señaló vacilar es perdernos. Ese 15 de junio, no daba espacio a las vacilaciones.
La
forma en la que se ha exhibido la proclama de guerra a muerte, presenta una
carga de intransigencia exacerbada, pero, en dicho documento, hay espacio
también para la redención. Pero indiscutiblemente, es una redención que se
posibilita tan sólo desde la definición. Los indefinidos políticos no tendrán
espacio para el perdón. Veamos: “nuestro magnánimo corazón se digna, aún,
abrirles por la última vez una vía a la conciliación y a la amistad; todavía se
les invita a vivir pacíficamente entre nosotros…”
Por
esta razón, es que surge la necesidad de proyectar una revisión en la forma en
que han sido tratados estos documentos, sobre todo, en el ámbito escolar.
Puesto que en muchas ocasiones son percibidos como mera expresión de la
improvisación. Tanto el canto guerrero de los cuicas, como la proclama de
guerra a muerte elaborada por el libertador Simón Bolívar, son producto de las
circunstancias del momento, estudiarlas desde esta perspectiva es una
obligación apremiante.
¡Muchas Gracias!