martes, 29 de octubre de 2013

La Guerra a Muerte: Una relación dialógica en tierras trujillanas
Yherdyn J. Peña*
Muchas veces nos resulta complicado dar cuenta de acciones o sucesos que acaecieron apenas hace unos días e incluso unas horas, más aún, cuando éstos se suscitaron en arcaicos tiempos, en los que apenas nuestra historia se había comenzado a plasmar. Momentos en los que la república sufría un doloroso parto. El tiempo lo devora todo, lo consume de manera irremediable; y en ese proceso, la memoria no escapa de tal acecho, es víctima predilecta del deterioro.
Para quienes hemos optado por el estudio de la ciencia histórica, las trabas que en el proceso de investigación se presentan son muchas, y por sobre todas las cosas, como producto de que la ciencia histórica se encarga de interpretar fenómenos que son irrepetibles. La historia es la ciencia del tiempo, y este si no sé es cuidadoso, se diluye en el olvido de los hombres y mujeres que conforman el espacio de convivencia.


En muchas oportunidades se ha señalado que el proceso independentista venezolano ha sido el período más estudiado por nuestra historiografía nacional. Investigadores, docentes, estudiantes y curiosos han volcado su acuciosa mirada sobre los acontecimientos que se suscitaron en tan importante período histórico. Sin embargo, nuestra historia no escapa a la burda actitud de ser utilizada más como propaganda política que como lección para las nuevas generaciones para que éstas comprendan un pasado que conforma la identidad que los constituye, y los convierte a su vez en eslabón de un devenir imperecedero.
La partida de nacimiento de la República de Venezuela se engendra a partir de este proceso de independencia. Aunque su pasado se remonte a tiempos milenarios en los que nuestros aborígenes poseían una convivencialidad particular, originaria, distinta al modelo imperante en Europa, esa Europa usurpadora, monárquica, cristiana, negadora de la diversidad. Es decir, ese modelo europeo homogenizador y totalizador.
En el caso particular de  nuestro Trujillo de “María Santísima” es de señalar, que en el proceso historiográfico nacional tan sólo muestra su cándido rostro durante este proceso de independencia. Su aparición en escena se la debemos a los acontecimientos propios de la campaña admirable, cuando desde esta ciudad el Libertador Simón Bolívar lanza su proclama a los americanos. Proclama ésta que reafirma la Guerra a Muerte contra el oprobioso dominio del Imperio Español y contra quienes los apoyen.
Ver este episodio de nuestra historia de una manera aislada y con una actitud reduccionista, le hace un favor muy flaco a la comprensión de la historia. Desde esta perspectiva se pudiera señalar al propio Bolívar como uno más de esos militares sanguinarios que tantas veces han tenido su protagonismo en los capítulos de la historia de la humanidad. La proclama de la guerra a muerte, fue una necesidad, un llamado a la unidad, a la consolidación de un sueño.
Por ello, deseo hacer referencia a una relación dialógica de ese llamado de Guerra a Muerte que en tierras trujillanas se ha efectuado contra un enemigo común pero desde dos concepciones de mundo tan diferentes. El primero de estos llamados se produjo en los estertores del siglo XVI cuando los Cuicas, elevaron las plegarias a sus dioses para que los ampararan del invasor español que recién había llegado a apropiarse de sus tierras. La segunda, como les decía, la producida en el marco de la campaña admirable, el 15 de junio de 1813. Pero ahora contra el español enseñoreado sobre la espacialidad trujillana.
El políglota Rafael María Urrecheaga logra compilar a principios del siglo XX el canto guerrero de los cuicas, expresión clara de las contradicciones y luchas latentes entre el blanco español y el indígena cuica. Pero tal canto, es un acto de fe y de amor. No es una simple declaración de guerra, muchos se han centrado en la solicitud que estos indígenas hacen a la Madre Icaque: “Afila los colmillos de las mapanares y aniquila a los blancos con dolores[1].”
Pero son pocos los que se dedican a señalar, que de la misma manera, ruega para que, “A mi mujer que cría, dale pechos que manen ríos de leche blanca”. Y que además, una de sus primeras solicitudes es para que Ches (el astro rey) no ilumine el camino del invasor. Solicita de esta manera que los caminos se le oculten a la mirada del invasor, que no logren dar con sus tierras… y es este mismo canto, pide una flecha que mate al invasor, pero a su vez, reconoce su miedo de que esa flecha sea lanzada.
De esta manera, se desea indicar que no es el odio lo que motoriza tal canto, es la desesperación lo que conduce a este ruego. Su espacio y sus mujeres habían sido violados, no hay otro remedio posible que no sea el enfrentamiento, pero su mujer y sus hijos se encuentran inmersos en sus imploraciones, es por ellos y para ellos que se engendra la lucha.
200 años más tarde que los cuicas elevaran sus plegarias en tierras trujillanas, la causa de la independencia nacional contará como escenario a la comarca de Trujillo, para que el más adelantado de los hombres de esta justa lanzara su proclama a los venezolanos. Pero desafortunadamente, de dicha proclama tan solo se publicita el lapidario final: “Españoles y canarios, contad con la muerte, aún siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América. Americanos, contad con la vida, aún siendo culpables”[2].
Pocos señalan que Bolívar al dirigirse al pueblo venezolano, se refiere que ante ellos, está un ejército de hermanos, que no tienen otro fin que no sea el de darles la libertad. Y de la misma manera, pocos señalan las condiciones en las que se produce tal proclama. No es gratuito que Simón Bolívar señale: “Tocado de vuestros infortunios, no hemos podido ver con indiferencia las aflicciones que os hacían experimentar los bárbaros españoles, que os han aniquilado con la rapiña…” es bueno recordar en este sentido que en el año de 1812, el generalísimo Francisco de Miranda, había firmado una capitulación ante Monteverde, capitulación ésta que no se llegó a cumplir. La guerra a muerte, ya estaba en práctica. Era tiempo de definiciones. En algún momento el libertador señaló vacilar es perdernos. Ese 15 de junio, no daba espacio a las vacilaciones.
La forma en la que se ha exhibido la proclama de guerra a muerte, presenta una carga de intransigencia exacerbada, pero, en dicho documento, hay espacio también para la redención. Pero indiscutiblemente, es una redención que se posibilita tan sólo desde la definición. Los indefinidos políticos no tendrán espacio para el perdón. Veamos: “nuestro magnánimo corazón se digna, aún, abrirles por la última vez una vía a la conciliación y a la amistad; todavía se les invita a vivir pacíficamente entre nosotros…”
Por esta razón, es que surge la necesidad de proyectar una revisión en la forma en que han sido tratados estos documentos, sobre todo, en el ámbito escolar. Puesto que en muchas ocasiones son percibidos como mera expresión de la improvisación. Tanto el canto guerrero de los cuicas, como la proclama de guerra a muerte elaborada por el libertador Simón Bolívar, son producto de las circunstancias del momento, estudiarlas desde esta perspectiva es una obligación apremiante.
¡Muchas Gracias!



* Docente de historia del Núcleo Universitario “Rafael Rangel” de La Universidad de Los Andes.
[1] Tomado del Canto Guerrero Cuica. De Rafael María Urrecheaga.
[2] Proclama del Libertador Simón Bolívar al Pueblo venezolano en la ciudad de Trujillo, el 15 de junio de 1813.

jueves, 24 de octubre de 2013


¿Por qué Briceño Iragorry?[1]
Yherdyn Peña[2]


            La abigarrada realidad sociocultural y política que atraviesa no sólo nuestro país; si no, todo el modelo civilizatorio planetario, involucra la necesidad de plantearse y/o redefinir los significantes y significados de elementos y factores que modelan el devenir convivencial de los actores sociales en torno a su cotidianidad.
            En esta coyuntura, son muchas las voces que confluyen en torno a la construcción de discursos vinculados a categorías como la identidad, la cultura, la nacionalidad, la historia, la memoria… es decir, aquellas asociadas a la tradición como constructo formativo del SER social y las consecuentes implicaciones sobre las conductas y comportamientos de los individuos en íntima interacción con sus congéneres.
            En este sentido, los ortodoxos propulsores del dogma neoliberal rasgan sus vestiduras y enfilan sus pesadas baterías en la pretensión de homogenizar un discurso conducente a la preeminencia de lo inmediato como la única temporalidad en que se puede conjugar la acción humana; quedando de esta manera, lo efímero y modal como exclusivos referentes socioeducativos y culturales en los discursos sustentadores de la realidad social.
            Otro aspecto sobre el cual debe referenciarse de manera obligatoria es la concepción de espacialidad que los monjes de esta pseudoreligión pretenden imponer como objeto de culto. A este respecto, debe señalarse que el advenimiento de una concepción espacial totalizadora, negadora de las particularidades hace indiscutidamente un flaco servicio a la construcción de un sentido de identidad y pertenencia a ese entorno inmediato en el cual se desenvuelve en su día a día. La llamada “Global Village” pregonada de manera insistente por Mc Luhan entre otros, carece en la acción fáctica de un soporte que satisfaga medianamente las aspiraciones de conocimiento y re – conocimiento de las particularidades espaciales, las cuales, a su vez, encierran esa misma particularización en el ámbito de lo cultural.
            Toda esta situación, ha engendrado en el seno de nuestras sociedades un desconocimiento, y más preocupante aún; un desprecio hacia lo étnico (entendido esto último, como la aprehensión del conjunto de elementos constitutivos de la convivencia de quienes están habituados a vivir juntos en un espacio determinado), lo que ha provocado a su vez, la búsqueda de referentes allende las fronteras locales, regionales y nacionales. Lo foráneo, lo transnacional, el oropel y la pedrería se convierten en esta incesante dinámica en el quid del devenir social actual.
            Así, los arquetipos constitutivos de nuestra nacionalidad se ven desplazados de manera continua por estereotipos creados por la maquinaria cultural extranjera que modela una estructura social y cultural seriada, estandarizada y profundamente excluyente, y que además, niega las expresiones de la diversidad.

            Adicional a ello, se ha producido la banalización y hasta la burla sobre los discursos dirigidos a la reivindicación de los valores que pretenden sustentar al sentido de nacionalidad, puesto que, la misma condición de nación, es negada por esta mirada generalizadora en la que estos supuestos sentimentalismos no tienen cabida.
            Por esta razón, quienes nos encontramos comprometidos con la acción educativa por un lado, y con la promoción de la historia por otra parte, debemos, consustanciar tales compromisos con una acción que construya una semántica generadora de sentidos que agrupe los elementos necesarios para la formación de una identidad que no tenga la pretensión de hacer idénticos a los individuos que interactúan en el seno de la sociedad, si no, que permita ese reconocimiento de las particularidades que la constituyen.
            Es por ello, que se recurre a la acción orientadora de los maestros de pueblos para, valiéndose de tales orientaciones, impulsar mecanismos que permiten sortear la crisis que en los ámbitos de la moral se apropia de todos las esferas del quehacer social. Estos personajes que marcaron de manera decidida la senda que otros utilizaríamos para armar nuestros propios derroteros, y de esta manera, contribuir a su vez, con el destino del entramado social en el cual nos desenvolvemos.
            No se anda buscando santos para encenderles velas y pedirles a éstos la intermediación con deidades todopoderosas que tienen en sus caprichos los destinos de hombres y mujeres. Eso sería caer en la conmiseración cultural de los pueblos, es la más absoluta expresión de la resignación y la más contundente derrota del conocimiento. Es aceptar la realidad que se padece, y la condición de incapacidad para transformarla.
Muy al contrario, se busca beber del manantial de sabia nutricia de estos maestros de pueblo, que reflexionaron sobre esa realidad y que a su vez, sugirieron, recomendaron y aplicaron acciones para conducir a una salida honrosa y con conciencia plena de la misma. Son los formadores, que con su ejemplo, contribuirán hacer frente a este marasmo en el cual nos encontramos entrampados. Es buscar la salida del laberinto antes que el minotauro devore nuestras entrañas culturales y nos deje sin sentido de pueblo, de nación… de república. Por no comprender esta realidad, los capítulos recientes de nuestra historia fueron marcados por la desgracia de un pueblo que no quiso a los suyos y volvió la mirada hacia otro lado.
Se debe recordar, que los trujillanos, fuimos invitados al más portentoso saqueo cultural y al mayor atentado de nuestra memoria colectiva; y la mayoría permaneció impávida ante tal situación. Es allí, cuando medimos los verdaderos quilates de la crisis que atravesamos como pueblo. Una vez más, los filibusteros enrumbaron sus barcas hacia nuestro “Trujillo de María Santísima”, y de nuevo, nuestros tesoros ardieron en el fuego impío. Otra vez, la desolación y la desgracia, el vacío y la ignominia quedaron como huellas de la afrenta que se padeció, pero pocos la han percibido. Muy pocos, han despertado de ese estado de vigilia en el cual parecieran estar sumergidos.
Por todas estas razones, es que hoy se acude a rememorar a uno de los más ilustres trujillanos. Personaje que para mucho ha sido desconocido porque no se calzó las charreteras y no se enfundó las armas para la guerra; muy al contrario, destiló la tinta que con su pluma, explayará su legado a las nuevas generaciones. Es él, farolero de civilización, pero en el infortunio de nuestra formación como pueblo, los navegantes evidencian una marcada ceguera que provoca que sus naves encallen o se pierdan en la inmensidad de un mar crispado que promete el naufragio.
Su propia figura fue víctima de los saqueadores de memoria. No sólo se conformaron con el silencio que por tantos años se ha extendido en la mayor parte de los centros educativos, y en el contexto social general para el conocimiento de su obra. No, fueron más allá, pretendieron, enviarlo a la hoguera para expiar las culpas propias y ajenas. Endilgaron adjetivaciones inmerecidas a su persona y a su pensamiento. Proyectaron (o al menos lo intentaron) en él los vicios que a claras luces padecen los perpetradores del saqueo, los violadores de la memoria, los carentes de moral y los charlatanes que materializaron tales ataques.
Es por ello, que sin la pretensión de santificarlo, sin buscar convertirlo en un profeta inequívoco, se acude a la egregia figura de Mario Briceño Iragorry para hacer frente a la crisis de pueblo, de ciudadanía, de conciencia, que hoy por hoy atraviesa a nuestro país y que se sintetiza en ese desinterés manifiesto en la trascendencia de los valores más excelsos de la venezolanidad.
Pero, por qué acudimos a este personaje. Y a su vez, por qué ese tremendo ensañamiento contra esta figura ilustre de la trujillanidad y de la venezolanidad. Acaso, es vigente su acción de pensamiento en los albores de este tercer milenio, cuando su obra se produce en la primera mitad del siglo pasado. O muy al contrario, debemos recurrir a los preceptos de que debemos dejar a los muertos en su tumba, durmiendo el sueño eterno de los justos.
Nuestro personaje, nutre el quehacer intelectual no solo de sus coetáneos, si no que hoy en día, debe ser referente obligado para quienes deseen disipar las brumas del deshistoricismo y la transculturación en la que se ha pretendido sumergir al pueblo a través de todo un complicado entramado mediático soportado sobre cantos de sirena.
Briceño Iragorry ofreció, entre otras cosas, la revisión honesta y sin complejos de nuestra historia. La tradición historiográfica ha dejado como práctica, la irreflexión sobre los procesos históricos, y además de ello, la costumbre del ocultamiento continuo de procesos que no satisfacen a los ostentadores del poder en turno.
Contra eso, nos advierte. Es necesario, dejar de lado los maniqueísmos sin sentido. Y más aún, nos invita a mirar nuestro pasado como un continuo social en la que un capítulo se convierte en el cero histórico, en génesis de todo cuanto somos. Es por ello, que si bien, se promueve el estudio de los padres de la patria, es decir, aquellos que protagonizaron la gesta de independencia, de la misma manera, se debe ser un acucioso estudioso de nuestros abuelos españoles y cuicas.
Es así, que nuestra memoria, según Briceño Iragorry, no debe ser construida en retazos como si se tratase de una colcha elaborada por las cansadas manos de una abuela de nuestros páramos. Estas afirmaciones, condujeron a algunos, a referirse a él como simpatizante con las ideas de la llamada “Leyenda Dorada”; y es precisamente él, quien expone la necesidad de romper con esa tradición discursiva de las leyendas dorada y negra.
Otro significativo aporte de este estudioso es proponer la comprensión de la tradición como una realidad cargada de profunda dinámica, a su vez, dinamizadora de nuevos procesos. En este sentido, se destaca tal aporte puesto que quienes adversan la consolidación de la visión de lo tradicional como instrumento para fortalecer la identidad, exponen que la tradición es atraso, implica estancamiento y contraria a la evolución.
De igual forma, expone la necesidad de ver a la historia en su justa dimensión, en cuanto la misma sirve como clara y evidente expresión del presente. No es, si no parte de las lecciones por aprender de las generaciones legatarias. Quienes a su vez, aportan y enriquecen con nuevos elementos lo que estos recibieron por quienes los antecedieron.
De la misma manera, proyecta una concepción crítica sobre el progreso, puesto que si bien reconoce este último, como necesidad, expone que el mismo no debe darse en torno al sacrificio de la tradición y de la memoria, dicha visión destaca que no se puede construir progreso desde las ruinas del pasado.
Briceño Iragorry despunta como pensador y escritor prolífico. En exceso pretensioso sería pretender abordar la amplitud del mismo en estas líneas, y sabiendo lo restrictivo del tiempo, quiero dejar hasta aquí la presente tan sólo con la invitación para que de manera honesta y masiva se estudie la obra de este insigne pensador.

Muchas Gracias




[1] Palabras presentadas en la Biblioteca Rafael María Urrecheaga de la UVM el 19 de septiembre de 2013.
[2] Coordinador de la Casa de Historia del Estado Trujillo.

miércoles, 23 de octubre de 2013

09 de octubre de 1557 – 09 de octubre de 2013:Trujillo ayer y hoy


Lcdo. Yherdyn Peña[1]
Trujillanos: particulares y diversos
            De manera serena, pero con paso firme, los trujillanos de este tiempo enrumbamos nuestro devenir como pueblo histórico, convencidos de la posibilidad cierta de concebir a nuestro amado terruño en una potencia en los ámbitos energético, turístico, agropecuario, industrial y por sobre todas las cosas; con un recurso humano que exalte la grandeza de ser trujillano.
            Han pasado ya, 456 años de la fundación española de nuestra ciudad por parte del conquistador Diego García de Paredes, y aún, estamos intentando disipar la bruma espesa que nubla el quid de nuestro origen como pueblo. Si bien, Trujillo contaba con alrededor de 5000 años de presencia humana, es a partir de esta fundación cuando se configura el constructo discursivo, político superestructural sobre el cual está cimentada no sólo nuestra ciudadanía, si no la república toda.
Diego García de Paredes Fundador
español de la Ciudad de Trujillo

            Es de reconocer, que a la llegada del conquistador español, la nación Cuica ocupaba y se desarrollaba en el territorio que hoy llamamos Trujillo; constituían el grupo étnico del norte de Suramérica (lo que pasaría a llamarse Venezuela) más avanzado. Poseían dominio de la agricultura y de técnicas para el almacenaje y la conservación de los rubros agr{icolas que cosechaban, de igual forma, ostentaban gran destreza en el arte de la alfarería, en ellos, despuntaba de igual forma, algunas nociones de astronomía… pero todo ello, no fue suficiente para hacer frente a la avasallante maquinaría bélica y cultural que presentaban los ibéricos a mediados del siglo XVI. Período de amplia expansión del imperio español.
            Es así, que a partir de ese 09 de octubre, los dioses y la lengua de los aborígenes Cuicas, sus costumbres y tradiciones, su sabiduría y sus rituales, quedaron proscritos en su propia tierra. Trujillo proviene de ese pasado cargado de las profundas contradicciones que marcarán de manera acentuada la construcción del pueblo trujillano.


Cerámica Cuica

De lado quedaron los piaches, los tabisqueyes, la pálida luna, el radiante sol, la madre Icaque, y a sangre y fuego, emergieron los cabildos, la fe católica, los mayorazgos, la esclavitud, la iglesia, la encomienda… y se produce de esta manera, la primera gran ruptura en la dinámica sociocultural en este lado del llamado mare ignotum. Europa, refunda y nomina, se apropia y construye todo un imaginario que además impone a la cultura sometida. Se producen focos de resistencia, es cierto, pero no son suficientes, de a poco, el indígena se asimila, se fusiona, se produce una mixtura cultural; sincretismo desde el cual hoy nos reconocemos como particulares y diversos. Característica esencial de nuestra riqueza como pueblo. Hoy podemos decir que somos trujillanos porque representamos lo mejor de esa hibridez cultural desde la cual nos modelamos.

Trujillo: de portátil a pujante
            El 09 de octubre de 1557, la parcialidad de los escuqueyes serán testigos del primer asentamiento de la ciudad española en este territorio, la fundación de estas ciudades correspondían a un ritual preestablecido y homogenizado, de igual forma, el asentamiento propio de la ciudad, respondía a parámetros ya estipulados. Se leían los requerimientos, se instalaba la Plaza Mayor, se repartía los solares entre los conquistadores, se reservaba espacios para la iglesia, la casa de gobierno y otras instituciones y se trazaba una cuadrícula sobre la cual se distribuían dichos solares.
            Pero este primer asentamiento duró poco, la resistencia de los indígenas obligarán al español a huir a otras tierras. Pero no sólo será la férrea resistencia de estos bravíos guerreros, también serán plagas, sismos, fieras, pestes, lo que hará deambular a estos hombres de un rincón a otro. Es a partir de allí, cuando se recorrerá un periplo por gran parte de la geografía trujillana, fundando y refundando a la ciudad, las riberas del Motatán, Boconó, Pampán, de nuevo Escuque… se producen unas siete fundaciones. Hasta que encuentra su asiento definitivo en el valle de los Mucas. Las orillas de La Qubrada de Los Cedros y el Río Castán cobijarán a estos nuevos pobladores.


Don Sancho Briceño
           En ese estrecho valle, encuentran el lugar apropiado para asentarse, un clima benévolo y sano, abundante agua, mano de obra indígena, que de a poco se sumó a este proceso y una geografía que contribuía a la defensa contra posibles nuevos invasores, constituyeron las razones para el asentamiento definitivo de la ciudad bajo la advocación mariana de Nuestra Señora de La Paz, a la cual se le ha rendido culto a lo largo de los años.
            La ciudad y sus pobladores florecieron de manera acelerada. Su buena estrella brilló de manera deslumbrante en el firmamento. La ciudad descolló entre las principales ciudades de Venezuela, le disputaba la primacía a la propia ciudad de Caracas. El trabajo tesonero de hombres y mujeres hicieron emerger el progreso en todos los ámbitos económicos, culturales y sociales.
            Ejemplo de este esplendor de la época, lo reflejaban de manera clara los conventos que se erigían en el seno de la ciudad. Los productos agrícolas producidos en estas tierras, tenían gran acogida en los mercados externos, la ciudad, además se auto sustentaba en el ámbito de la alimentación y de otras necesidades.

Una sombra se cierne sobre Trujillo 
            El período colonial en tierras trujillanas duró (como la mayoría lo sabemos) hasta el año de 1810, pero es de resaltar que no todo fue de esplendor y opulencia, de riqueza a manos llenas, si bien se había logrado forjar un Trujillo pujante desde el esfuerzo de sus habitantes, esa misma pujanza provocó que fuera atraída una sombra oscura a nuestras tierras.
            El corsario francés Grammont de La Motte, enterado de la riqueza de la ciudad de Trujillo, y después de saquear a la ciudad de Maracaibo, abalanza su acción depredadora sobre la ciudad. Allí saquea, incendia y destruye lo que había dejado en pie la serie de terremotos que previamente habían azotado a Trujillo. Muchos huyen, otros le hacen frente a los saqueadores y mueren en el intento. Mérida y Barinas reciben buena parte de la población de esta ciudad. El trujillano de nuevo es un errante.
            Pero quienes quedan, se levantan de las cenizas y se empeñan de nuevo en prosperar. No se rinden. Ya estos hombres y mujeres no son españoles, ya no se miran a sí mismos como conquistadores, ya son hombres de nuevo cuño, son trujillanos. Ya llevan impregnada en su sangre la bravura del que sabe resistir. De esta estirpe, siglo y medio después (aproximadamente) emergerá el héroe republicano. Ese que otorgó hasta su propia vida por la causa de la independencia.
            También un 09 de octubre, pero ahora de 1810 el trujillano se sumará de manera decidida a la causa de la libertad. Y de nuevo, Trujillo, pagará un alto precio por enfilarse en la aventura libertaria, pero seguirá adelante, y generación tras generación el trujillano se ha propuesto a luchar y a progresar, y aunque algunos sigan errantes, el espíritu de la mayoría es a dar todo por esta hermosa tierra.
            Hoy se avizoran nuevas sombras, nuevos saqueadores de nuestra memoria y nuestra cultura se abalanzaron sobre nuestro sentir de pueblo, nuevas amenazas se ciernen, pero los convencidos de que podemos hacer de Trujillo una potencia, continuamos luchando, proseguimos en la persistencia de esos hombres y mujeres que llegaron hace cinco mil años a nuestras tierras, de esos, que se atrevieron a fundar y a crear, de aquellos, que dieron su vida por la libertad, somos un continuo que jamás desaparecerá.




[1] Coordinador del Centro de Historia del estado Trujillo.

martes, 22 de octubre de 2013



UNA BREVE HISTORIA DE NUESTRA CASA

Bienvenido andante. No te quedes en el umbral. Te invitamos a concurrir al llamado de nuestro pasado. Estas puertas se encuentran abiertas al conocimiento, a la memoria, al orgullo patrio y al más intenso sentido de la trujillanidad. Paséate por nuestras salas y pasillos; sumérgete en esas estampas de los tiempos arcaicos en los que como ahora, se construía la nación que se vuelve herencia inagotable. Esta casa ha sido espacio para la guerra y para la paz. Para el cultivo del intelecto, del arte… de las expresiones de la vida. Ayúdanos a conservarla.

 Los orígenes de esta edificación, se remontan a finales del siglo XVIII; cuando don Jacobo Antoni Roth adquiere un solar con una pequeña habitación de dos habitaciones, techadas de paja y con tabiques de bahareque. En ese lugar, logró construir una de las más prestigiosas mansiones del siglo XIX. Aunque la edificación fue levantada para albergar a la familia Roth Briceño; don Jacobo de seguro no tendría idea de que la misma sería escenario de estelares acontecimientos durante la Guerra de Independencia y posterior a ella.
Esta casa, está muy ligada a la lucha por la emancipación venezolana, tanto es así, que su primer propietario; se convirtió en el primer gobernador de la provincia de Trujillo en el año de 1810 después de los acontecimientos que se habían desencadenado en Caracas el 19 de abril de 1810 y que en Trujillo, se le había dado continuidad y consolidación el 9 de octubre de ese año. De igual forma, se debe señalar que esta casa albergó al Libertador Simón Bolívar en las cuatro ocasiones en las que visitó la ciudad.
Producto de estas visitas, en su seno, se gestan tanto la firma de la Proclama de la Guerra a Muerte como de Los Tratados de Armisticio y Regularización de la Guerra; éstos últimos firmados tanto por el Libertador como por representantes del gobierno español. Sólo con estos acontecimientos, se convierte en un espacio para ser resguardado y protegido para ser ofrecido a las generaciones futuras. Cuando muere don Jacobo Roth, el 30 de julio de 1822; esta casona la hereda su esposa, quien la conserva hasta el día de su muerte.

            Luego, en la década del 40 del siglo XIX, el Gral. Cruz Carrillo (héroe de la independencia nacional) al querer establecerse en la región trujillana, compró esta histórica casa. Una vez que muere éste, la hereda Doña Josefa Ávila de Carrillo (su esposa). Posterior a la muerte de Doña Josefa; la adquiere a través de la compra don Pablo Briceño, quien a su vez se la hereda a Doña Francisca Pimentel y de ésta, pasa a manos de Doña Virginia Briceño de Troconis quien se la vendió al Pbro. Altuve.
                El mencionado presbítero, en el año de 1933, se la vende a Don Ezequiel Urdaneta Maya, devenida la muerte de este último, su hijo, Héctor Urdaneta Braschi; quien finalmente se la vendió al gobierno nacional en 1942. A partir de este momento, esta histórica casa, abre una nueva página en el libro de su historia, funciona en ella, los Telégrafos nacionales, con 120 máquinas repetidoras del sistema Morse. Posterior a ello, otros insignes trujillanos les correspondieron realzar la majestad de tan histórica casa. Es así que en dos gloriosos momentos primero Numa Quevedo y luego a Mario Briceño Perozo (ambos gobernadores de estado) en 1942 al primero y en 1958 al segundo crear el Ateneo de Trujillo y el Centro de Historia del Estado Trujillo respectivamente en esta casona colonial. 


            De la misma forma, entre el 23 de julio al 27 de julio de 1961 se reunió la Asamblea Nacional Bolivariana. Además de ello, el Consejo Universitario de la Universidad de Los Andes creó en esta casa el Núcleo Universitario de Trujillo el 24 de julio de 1972. Comenzó así una nueva era para este inmueble que lo ha hecho inigualable y glorioso en el campo del saber. En los actuales momentos, la Casa de la Proclama de la Guerra a Muerte tiene sus puertas abiertas al público coterráneo, como aquellos que vienen de otras latitudes. Pero su dedicación se concentra en las visitas guiadas a los niños, niñas y adolescentes de las diferentes instituciones educativas. Para de esta manera, legar a las nuevas generaciones, esta pasión por la historia.
           

ESTE ESPACIO ES DE TODOS… ES DEBER DE TODOS CUIDARLO


El 09 de Octubre en la encrucijada de la historia[1]

Autor: Lcdo. Yherdyn Peña Delgado[2]

             
Trujillo  se ha venido forjando en la dinámica sociohistórica tanto nacional como americana, por algunos miles de años. Sin embargo, el ejercicio de nuestra memoria colectiva se expresa en un reducido grupo de eventos desde los cuales hemos construido nuestra historia como pueblo. Ese espacio que hoy llamamos Trujillo se ha modelado precisamente en torno a la mirada que sus ciudadanos han hecho sobre él a lo largo del tiempo.
            Se debe recordar entonces, que dicho tiempo, es un convencionalismo de los hombres. Gracias a esto, podemos referenciar nuestra historia y fijar de manera cronológica nuestro devenir como pueblo. De esta manera, las fechas nos sirven para rememorar en el ahora los acontecimientos que se suscitaron en tiempos arcaicos. Pero también, en ocasiones, estas celebraciones contribuyen a olvidar que detrás de estas fechas; existe todo un proceso de complicadas y diversas acciones que se conjugaron para permitir llegar al momento que se ritualiza, que se convierte en festividad, que se comparte y se transmite.
            Para los trujillanos, el 09 de octubre posee una carga sígnica de mucha profundidad. Esta referencia temporal se ha convertido en expresión genésica de nuestra identidad como pueblo, de lo que somos y de lo que seremos en los años por venir. Pero, valdría la pena preguntarse, si las nuevas generaciones tienen claridad de lo que significa el 09 de octubre y más aún, si en el colectivo hay vestigios de reconocer eso que llamamos “la trujillanidad”.
            Para el nueve de octubre de 1557, el conquistador español Diego García de Paredes, originario de la Ciudad de Trujillo, de la provincia de Cáceres de la comunidad autónoma de Extremadura en la península ibérica, funda en el llamado nuevo mundo una ciudad a la que denomina Trujillo. Y así, la altisonante voz del español y lo estruendoso de sus armas de fuego silenciaron la voz indígena, la cultura española echó de lado a la cuica.
            Si bien, la geografía de lo que a partir de ese momento se llamaría Trujillo, estuvo ocupada por los aborígenes cuicas pobladores originarios de estos espacios andinos desde hacía más de 4000 años, la historia escrita de nuestro pueblo se inicia es a partir de esta fecha. Ese nueve de octubre, el español fija su primer asiento en la Tierra de los Escuqueyes… pero la resistencia indígena, las plagas, las enfermedades… obligarán a estos primeros españoles a deambular por todo estas tierras, y fundando y refundando a la ciudad de Trujillo. Así, una, dos… cinco… siete veces, Trujillo ve su asiento en diferentes lugares: Boconó, Pampán, las Riberas del Motatán, entre otros lugares hasta llegar al Valle de los Mukas en donde se asienta definitivamente bajo la advocación de Nuestra Señora de La Paz.
            En el año de 1570, las orillas del Castán se convierten en protagonistas del asentamiento definitivo de la ciudad de Trujillo. En esta tierra bañada también por las aguas de la Quebrada de Los Cedros, debido a su clima benévolo, su constante disposición de agua y la mano de obra indígena es que se reunieron las condiciones necesarias para un asentamiento digno para sus habitantes.
            En este proceso, la ciudad se convirtió en matriz de nuevas ciudades. Además de ser ella misma la primera ciudad de los andes venezolanos, dejó en el transcurso de su consolidación una estela luminosa de ciudades que hoy se enmarcan en la toponimia de nuestro estado. De su seno, se va formando la identidad de nuestra región.
            A partir de ese momento, el conquistador se estableció y prosperó. Trujillo se convierte en la segunda ciudad más importante de Venezuela. En ella se fundan conventos y comercios. Es tanto así, que el esplendor brilla más allá de la tierra venezolana, y los corsarios ponen su mirar sobre la riqueza de este laborioso pueblo, Gramont de la Motte saquea e incendia, destruye y viola. Algunos huyen, asumen un nuevo peregrinaje a tierras de Mérida y Barinas. Pero los que quedan, se esfuerzan y emergen. Consolidan la ciudad, herida y maltrecha, pero miran al porvenir.
            De la dificultad, emerge el sentido de pertenencia a esta tierra, y por casi tres siglos, en torno a la ciudad, se va formando un hombre de nuevo cuño, arraigado a su espacio. Con aspiraciones e ilusiones, aspirando la libertad de pueblo independiente. Del seno de esta sociedad, brotaron hombres y mujeres de la Talla de Cristóbal Mendoza, Antonio Nicolás Briceño, Barbarita de La Torre, José de la Cruza Carrillo Terán, quienes brindaron los insumos y su propia vida a la causa de la independencia no sólo regional, sino de este nuevo continente.
            Ya como tribunos, ya como guerreros, se enrolaron ante la noble causa de la libertad. Trujillo, a 456 años de su fundación se erige como pueblo de grandes hombres útiles a la patria. Debemos elevar nuestra autoestima, no ameritamos de urdir falsas tramas, ni tampoco crear personajes que en nada contribuye a nuestra idiosincrasia. Elevemos el amor por nuestra patria chica. Trujillo se enrumba al porvenir con el portento de cada uno de los trujillanos que se esfuerzan por la construcción de nuestra ciudad.
           
             




[1] Propuesta para micro presentada a la Televisora de Trujillo (TVT) en septiembre de 2013.
[2] Coordinador (E) del Centro de Historia del Estado Trujillo (Casa de Los Tratados de Bolívar y Sucre).

Discurso Natalicio de Bolívar


Bolívar: el reto de la generación bicentenaria[1]


Lcdo. Yherdyn Peña[2]


            Cuán difícil resulta hablar de un hombre sobre el cual se han dicho y escrito tantas cosas. Qué grande es el compromiso de extender un discurso en el cual se busque el equilibrio cuando se hace referencia a un individuo tan reverenciado. Qué complejo se vuelve referirse a un personaje que exhibe tantas aristas sin entramparse en la búsqueda de atrapar la totalidad de su obra o caer en parcialidades simplistas con el consecuente riesgo de las posibles distorsiones.
            Además de ser una figura en extremo polifacética, Bolívar se nos presenta de manera imprevista según la óptica de quien lo mire. Así encontramos un Bolívar a la carta: para el gusto y los intereses de cada quien. Nuestra generación confrontó el desafío de una educación negadora de la historia y profundamente excluyente; cuyo único interés era mantener el privilegio de una clase explotadora. Esa ha sido la tradición histórica y política de nuestra nación y la mayor carga de complejos que ha marcado al pueblo venezolano.
            Se nos enseñó por años a sobre exaltar al bolívar del signo monetario, símbolo de poder y status. Rememoramos a un Bolívar de bronce o de blanquecino mármol, frío, sin sentimientos, y mucho menos sin ser sentido. Adoramos al Bolívar guerrero, y esa condición bastó para generar luchas intestinas y fratricidas que tiñeron de sangre el suelo patrio. Veneramos al Bolívar mantuano, conductor de masas como justificación para la sumisión del pueblo entero ante esa misma clase que lo traicionó y que traicionó su proyecto.
            Qué clase de república se ha venido construyendo a lo largo de este ciclo bicentenario; y a su vez, vale preguntarse, qué tipo de republicano engendró esa dinámica de traiciones consumadas  y distorsiones que se convirtieron en dogmas. Es por ello, que hoy, a 230 años del natalicio del Libertador Simón Bolívar resulta ineludible recuperar de manera honesta el legado que para la posteridad dejara este gigante nuestroamericano.
            Pero, si este hombre nació hace más de dos siglos, por qué, a esta nueva generación le debe interesar estudiarlo. A propósito de esto, es bueno señalar que el discurso neoliberal y globalizador exige que los “muertos no nos sigan gobernando”, estos tecnócratas y economicistas no le temen a los muertos, nos quieren vender el silencio del sepulcro como única memoria. A lo que verdaderamente le temen, es a la memoria de los pueblos y a la lección dejada por estos hombres forjadores de la república y aprendida por esos mismos pueblos.
            Del Libertador, son muchos los elementos que pueden y deben destacarse. La grandeza de este personaje no se encuentra en la ausencia de defectos o errores, si no, en el hecho de que se hizo grande a partir de la corrección de los mismos. No se quebrantó frente a la adversidad y siempre pensó en la trascendencia no sólo personal sino de la república.
            El niño Simón, pudo conformarse con la tranquilidad y el sosiego que le significaba pertenecer a la poderosa oligarquía territorial de la colonia, sin embargo, enrumba su transitar por el camino del riesgo que implica la lucha por la libertad contra un régimen oprobioso y sin escrúpulo alguno para aplicar las medidas que fuesen necesarias para seguir imponiendo su hegemonía y legitimarla a costa de todo y de todos.
            Ese mismo niño debió afrontar el dolor y la adversidad desde su más tierna edad. Pero esto nunca le sirvió de excusa para dejar de lado su destino; esos tempranos capítulos de su vida sirvieron para perfilar su irreverente personalidad, su incesante búsqueda de la libertad, su entrega y desprendimiento y la comprensión de la fatalidad que atravesaba el territorio americano.
            Aunado a esto, el joven Simón Bolívar si bien bebió del cáliz del pensamiento europeo de la ilustración, pudo a su vez evidenciar desde su propia experiencia, palpar al detalle, el grado sumo de descomposición política, social, cultural y sobre todo, moral tanto del imperio español, como del imperialismo como sistema de dominación hegemónica. Su pensamiento se elevó por encima de esos constructos teóricos que desconocían la realidad del pueblo americano y de esta manera, fue capaz de identificarnos como un nuevo género humano.
             Ese nuevo género humano al que hacía referencia el libertador Simón Bolívar hace casi 200 años, somos este pueblo mestizo que hoy más que nunca debe proseguir la lucha que inició el Padre de la patria. Pero este pueblo, y estos hombres y mujeres aún no han sabido encontrar su destino, porque hasta ahora no hemos sido capaces de mirarnos con “orijinal” sentido americano, aún queda como tarea pendiente darnos nuestras instituciones, nuestra ciencia y nuestra propia tecnología, para definitivamente desprendernos de la dominación y así, lograr la verdadera independencia.
            Y destaco nuestro mestizaje sin complejo alguno, sin un mínimo tono de rubor en mi rostro, ya El Libertador lo señalaba de manera más que evidente: no somos europeos, ni aborígenes, tampoco africanos; es por ello que debemos con urgencia dejar de mirarnos en los espejos de otros, con la mirada de los otros, aspirando a parecernos a los otros para poder obtener la felicidad… ese camino solo conduce a la derrota más absoluta.
            Ya, por el año de 1813, cuando lanza aquella lapidaria proclama de guerra a muerte contra la ignominia, la dominación y la indefinición; convoca a ese nuevo género humano, a esa raza cósmica… a los americanos a la redención. Pero reconociendo y alertando a su vez, que dicha redención solo se lograría a través de la lucha… el poder dominante nunca se suicidará y por ende, tal lucha era inevitable. A 200 años… qué maravilloso ser parte de esta generación bicentenaria, la lección está latente, el estado burgués no termina de dar sus últimos estertores y debemos continuar en el desmontaje de ese estado… pueblo y gobierno bolivariano unido.
            Como antecedente a esta proclama se debe señalar el manifiesto de Cartagena, allí, se evidencia que aunque su espíritu es intempestivo es de igual manera profundamente reflexivo. En este documento critica la implantación de un modelo en exceso tolerante y la disipación de las rentas públicas… hoy, la impunidad y la corrupción de los enemigos de la patria siguen atentando de manera continuada contra la unidad republicana, hoy más que nunca, el compromiso del gobierno bolivariano es la lucha contra la impunidad y la corrupción. Adelante pues… este pueblo bolivariano lo espera.
            Y recordemos, no es solo este pueblo, ya el comandante Chávez lo señalaba por allá, en el duro año del 2003 que había que considerar que; “Los pueblos de este continente tienen su vista y su corazón puestos, una vez más, en el pueblo de Bolívar. Esa es otra razón por la que nosotros no podemos fallar, porque no se trata ni siquiera solo de nuestro pueblo venezolano, si no se trata de nuestros pueblos hermanos de América Latina o Caribeña, que ya han interpretado, […] la lucha por los pueblos indígenas de Venezuela, por la igualdad, por la justicia […]”, y ahora la lucha contra la impunidad y la corrupción son parte de las banderas libertarias que nos legó el Libertador.
            Se debe destacar, que cuando la patria, ameritó de un paladín, allí emergió Bolívar, cuando un jurista era requerido para el bien de la nación… Bolívar aparecía con su pluma; pero sobre todo, cuando se urgía de un ejemplo; allí, de nuevo, los dotes del Bolívar ciudadano concurrían presurosos en pos de la naciente y frágil república.
            Recorrió grandes extensiones del territorio suramericano y forjó el primer y único ejército libertador, ejército que abandonó su territorio, no para conquistar ni someter, si no; para libertar e independizar. Fue un caraqueño consumado, fue un amante de Venezuela, pero sobre todo, fue un profundo creyente de la gran nación americana y en ello, puso su vida.
            Un 17 de diciembre de 1819, en la ciudad venezolana de Angostura, ya delineaba con magistrales pinceladas el más hermoso y estratégico proyecto de integración territorial y política, el de Colombia la grande. Que poco duró su sueño, más pudo la traición, la mezquindad y la manipulación de la incipiente potencia del norte que los ideales de unión de este gran hombre.
            Empeñado en la idea de la unidad americana, insistió siete años después con la propuesta del Congreso Anfictiónico de Panamá, con la que se buscaba la creación de una federación de países hispanoamericanos independientes; y a partir de allí, la constitución de un ejército interamericano de defensa común, pero la intervención de las grandes potencias y el servilismo de las clases dominantes de los nacientes países americanos de nuevo dieron al traste con las iniciativas de integración. ¿El resultado? El intervencionismo, la exclusión, el subdesarrollo, los desequilibrios y la desigualdad que han lanzado a las grandes mayorías a la miseria tanto material como cultural.
            A pesar de los tantos aportes ofrecidos por este grande hombre, muere por primera vez, el 17 de diciembre de 1830 en el más triste de los destierros. Y me refiero como la primera muerte, puesto que, como a Cristo; a Bolívar lo han resucitado tantas veces para de nuevo, dejarlo morir ante la impávida mirada del pueblo. Esos, que lo resucitaron y lo dejaron morir una y otra vez, lo convirtieron en objeto de culto y se autoproclamaron como sacerdotes de este culto.
            A partir de 1999, Bolívar de nuevo, volvió de nuevo a la vida y fue bajado por fin de los altares. Ese Bolívar que vivifica la revolución bolivariana, se hace vivo en cuanto que desde un principio, El Comandante Chávez lo hace cabalgar una vez más al lado del pueblo, haciéndose pueblo, impregnándose del pueblo… escuchando al pueblo, aprendiendo del pueblo… es el Bolívar que hoy conmemoramos y es el Bolívar necesario para las nuevas generaciones.
            Por esta razón, en esta fecha, no estamos sólo para recordar, sino para aprender del Bolívar político, estadista, filósofo, legislador, ciudadano… y para ello, se invita a profundizar en el estudio de su obra y no en la simple retórica de los monjes que quieren hacer creer que vienen en su nombre. Esta debe ser una fiesta del pueblo, cuyo resultado no sea el guayabo subyacente si no el conocimiento profundo; y por ello, hago esa invitación de revisar su obra en su justa dimensión, no como santo, si no, como ejemplo a ser estudiado.
            Rompamos con esa negativa tradición de nombrar y nombrar sin comprender… hoy todo lleva el nombre de Bolívar pero resulta indispensable llevar a Bolívar en el corazón y en la mente. Si bien, él señalaba que el estado debe dar la mayor suma de felicidad posible, por ende una acción de gobierno bolivariano coloca a Bolívar en la sonrisa de los niños que reciben sus Canaimitas, de los abuelos y abuelas que disfrutan de las pensiones, de las 400 mil viviendas de la Gran Misión Vivienda Venezuela… pero cuánta falta hace de que esté presente en una ciudadanía responsable.
            Hoy para cerrar este discurso lanzo una propuesta al gobierno regional, a las fuerzas vivas, al pueblo en general, que el mayor homenaje que podemos rendir a Simón Bolívar y a la pléyade de hombres y mujeres que dieron su vida por darnos patria, que la casa natal de Cristóbal Mendoza, conjuntamente con la Casa de la Proclama de la Guerra a Muerte, se conviertan en la Escuela de Ciudadanía y Trujillanidad Simón Bolívar, para de esta manera contribuir con la construcción del verdadero sentido del ser Bolivariano, del ser republicano y del ser ciudadano.
¡Que Viva Bolívar!
¡Qué viva Venezuela!
¡Qué viva Hugo Chávez!

Muchas gracias.

             
              



[1] Presentado el 24 de julio de 2013 en los actos del 230 aniversario del natalicio del libertador en la ciudad de Trujillo.
[2] Coordinador de la Casa de Historia de Trujillo (Casa de la Guerra a Muerte).