martes, 29 de octubre de 2013

La Guerra a Muerte: Una relación dialógica en tierras trujillanas
Yherdyn J. Peña*
Muchas veces nos resulta complicado dar cuenta de acciones o sucesos que acaecieron apenas hace unos días e incluso unas horas, más aún, cuando éstos se suscitaron en arcaicos tiempos, en los que apenas nuestra historia se había comenzado a plasmar. Momentos en los que la república sufría un doloroso parto. El tiempo lo devora todo, lo consume de manera irremediable; y en ese proceso, la memoria no escapa de tal acecho, es víctima predilecta del deterioro.
Para quienes hemos optado por el estudio de la ciencia histórica, las trabas que en el proceso de investigación se presentan son muchas, y por sobre todas las cosas, como producto de que la ciencia histórica se encarga de interpretar fenómenos que son irrepetibles. La historia es la ciencia del tiempo, y este si no sé es cuidadoso, se diluye en el olvido de los hombres y mujeres que conforman el espacio de convivencia.


En muchas oportunidades se ha señalado que el proceso independentista venezolano ha sido el período más estudiado por nuestra historiografía nacional. Investigadores, docentes, estudiantes y curiosos han volcado su acuciosa mirada sobre los acontecimientos que se suscitaron en tan importante período histórico. Sin embargo, nuestra historia no escapa a la burda actitud de ser utilizada más como propaganda política que como lección para las nuevas generaciones para que éstas comprendan un pasado que conforma la identidad que los constituye, y los convierte a su vez en eslabón de un devenir imperecedero.
La partida de nacimiento de la República de Venezuela se engendra a partir de este proceso de independencia. Aunque su pasado se remonte a tiempos milenarios en los que nuestros aborígenes poseían una convivencialidad particular, originaria, distinta al modelo imperante en Europa, esa Europa usurpadora, monárquica, cristiana, negadora de la diversidad. Es decir, ese modelo europeo homogenizador y totalizador.
En el caso particular de  nuestro Trujillo de “María Santísima” es de señalar, que en el proceso historiográfico nacional tan sólo muestra su cándido rostro durante este proceso de independencia. Su aparición en escena se la debemos a los acontecimientos propios de la campaña admirable, cuando desde esta ciudad el Libertador Simón Bolívar lanza su proclama a los americanos. Proclama ésta que reafirma la Guerra a Muerte contra el oprobioso dominio del Imperio Español y contra quienes los apoyen.
Ver este episodio de nuestra historia de una manera aislada y con una actitud reduccionista, le hace un favor muy flaco a la comprensión de la historia. Desde esta perspectiva se pudiera señalar al propio Bolívar como uno más de esos militares sanguinarios que tantas veces han tenido su protagonismo en los capítulos de la historia de la humanidad. La proclama de la guerra a muerte, fue una necesidad, un llamado a la unidad, a la consolidación de un sueño.
Por ello, deseo hacer referencia a una relación dialógica de ese llamado de Guerra a Muerte que en tierras trujillanas se ha efectuado contra un enemigo común pero desde dos concepciones de mundo tan diferentes. El primero de estos llamados se produjo en los estertores del siglo XVI cuando los Cuicas, elevaron las plegarias a sus dioses para que los ampararan del invasor español que recién había llegado a apropiarse de sus tierras. La segunda, como les decía, la producida en el marco de la campaña admirable, el 15 de junio de 1813. Pero ahora contra el español enseñoreado sobre la espacialidad trujillana.
El políglota Rafael María Urrecheaga logra compilar a principios del siglo XX el canto guerrero de los cuicas, expresión clara de las contradicciones y luchas latentes entre el blanco español y el indígena cuica. Pero tal canto, es un acto de fe y de amor. No es una simple declaración de guerra, muchos se han centrado en la solicitud que estos indígenas hacen a la Madre Icaque: “Afila los colmillos de las mapanares y aniquila a los blancos con dolores[1].”
Pero son pocos los que se dedican a señalar, que de la misma manera, ruega para que, “A mi mujer que cría, dale pechos que manen ríos de leche blanca”. Y que además, una de sus primeras solicitudes es para que Ches (el astro rey) no ilumine el camino del invasor. Solicita de esta manera que los caminos se le oculten a la mirada del invasor, que no logren dar con sus tierras… y es este mismo canto, pide una flecha que mate al invasor, pero a su vez, reconoce su miedo de que esa flecha sea lanzada.
De esta manera, se desea indicar que no es el odio lo que motoriza tal canto, es la desesperación lo que conduce a este ruego. Su espacio y sus mujeres habían sido violados, no hay otro remedio posible que no sea el enfrentamiento, pero su mujer y sus hijos se encuentran inmersos en sus imploraciones, es por ellos y para ellos que se engendra la lucha.
200 años más tarde que los cuicas elevaran sus plegarias en tierras trujillanas, la causa de la independencia nacional contará como escenario a la comarca de Trujillo, para que el más adelantado de los hombres de esta justa lanzara su proclama a los venezolanos. Pero desafortunadamente, de dicha proclama tan solo se publicita el lapidario final: “Españoles y canarios, contad con la muerte, aún siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América. Americanos, contad con la vida, aún siendo culpables”[2].
Pocos señalan que Bolívar al dirigirse al pueblo venezolano, se refiere que ante ellos, está un ejército de hermanos, que no tienen otro fin que no sea el de darles la libertad. Y de la misma manera, pocos señalan las condiciones en las que se produce tal proclama. No es gratuito que Simón Bolívar señale: “Tocado de vuestros infortunios, no hemos podido ver con indiferencia las aflicciones que os hacían experimentar los bárbaros españoles, que os han aniquilado con la rapiña…” es bueno recordar en este sentido que en el año de 1812, el generalísimo Francisco de Miranda, había firmado una capitulación ante Monteverde, capitulación ésta que no se llegó a cumplir. La guerra a muerte, ya estaba en práctica. Era tiempo de definiciones. En algún momento el libertador señaló vacilar es perdernos. Ese 15 de junio, no daba espacio a las vacilaciones.
La forma en la que se ha exhibido la proclama de guerra a muerte, presenta una carga de intransigencia exacerbada, pero, en dicho documento, hay espacio también para la redención. Pero indiscutiblemente, es una redención que se posibilita tan sólo desde la definición. Los indefinidos políticos no tendrán espacio para el perdón. Veamos: “nuestro magnánimo corazón se digna, aún, abrirles por la última vez una vía a la conciliación y a la amistad; todavía se les invita a vivir pacíficamente entre nosotros…”
Por esta razón, es que surge la necesidad de proyectar una revisión en la forma en que han sido tratados estos documentos, sobre todo, en el ámbito escolar. Puesto que en muchas ocasiones son percibidos como mera expresión de la improvisación. Tanto el canto guerrero de los cuicas, como la proclama de guerra a muerte elaborada por el libertador Simón Bolívar, son producto de las circunstancias del momento, estudiarlas desde esta perspectiva es una obligación apremiante.
¡Muchas Gracias!



* Docente de historia del Núcleo Universitario “Rafael Rangel” de La Universidad de Los Andes.
[1] Tomado del Canto Guerrero Cuica. De Rafael María Urrecheaga.
[2] Proclama del Libertador Simón Bolívar al Pueblo venezolano en la ciudad de Trujillo, el 15 de junio de 1813.

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