jueves, 24 de octubre de 2013


¿Por qué Briceño Iragorry?[1]
Yherdyn Peña[2]


            La abigarrada realidad sociocultural y política que atraviesa no sólo nuestro país; si no, todo el modelo civilizatorio planetario, involucra la necesidad de plantearse y/o redefinir los significantes y significados de elementos y factores que modelan el devenir convivencial de los actores sociales en torno a su cotidianidad.
            En esta coyuntura, son muchas las voces que confluyen en torno a la construcción de discursos vinculados a categorías como la identidad, la cultura, la nacionalidad, la historia, la memoria… es decir, aquellas asociadas a la tradición como constructo formativo del SER social y las consecuentes implicaciones sobre las conductas y comportamientos de los individuos en íntima interacción con sus congéneres.
            En este sentido, los ortodoxos propulsores del dogma neoliberal rasgan sus vestiduras y enfilan sus pesadas baterías en la pretensión de homogenizar un discurso conducente a la preeminencia de lo inmediato como la única temporalidad en que se puede conjugar la acción humana; quedando de esta manera, lo efímero y modal como exclusivos referentes socioeducativos y culturales en los discursos sustentadores de la realidad social.
            Otro aspecto sobre el cual debe referenciarse de manera obligatoria es la concepción de espacialidad que los monjes de esta pseudoreligión pretenden imponer como objeto de culto. A este respecto, debe señalarse que el advenimiento de una concepción espacial totalizadora, negadora de las particularidades hace indiscutidamente un flaco servicio a la construcción de un sentido de identidad y pertenencia a ese entorno inmediato en el cual se desenvuelve en su día a día. La llamada “Global Village” pregonada de manera insistente por Mc Luhan entre otros, carece en la acción fáctica de un soporte que satisfaga medianamente las aspiraciones de conocimiento y re – conocimiento de las particularidades espaciales, las cuales, a su vez, encierran esa misma particularización en el ámbito de lo cultural.
            Toda esta situación, ha engendrado en el seno de nuestras sociedades un desconocimiento, y más preocupante aún; un desprecio hacia lo étnico (entendido esto último, como la aprehensión del conjunto de elementos constitutivos de la convivencia de quienes están habituados a vivir juntos en un espacio determinado), lo que ha provocado a su vez, la búsqueda de referentes allende las fronteras locales, regionales y nacionales. Lo foráneo, lo transnacional, el oropel y la pedrería se convierten en esta incesante dinámica en el quid del devenir social actual.
            Así, los arquetipos constitutivos de nuestra nacionalidad se ven desplazados de manera continua por estereotipos creados por la maquinaria cultural extranjera que modela una estructura social y cultural seriada, estandarizada y profundamente excluyente, y que además, niega las expresiones de la diversidad.

            Adicional a ello, se ha producido la banalización y hasta la burla sobre los discursos dirigidos a la reivindicación de los valores que pretenden sustentar al sentido de nacionalidad, puesto que, la misma condición de nación, es negada por esta mirada generalizadora en la que estos supuestos sentimentalismos no tienen cabida.
            Por esta razón, quienes nos encontramos comprometidos con la acción educativa por un lado, y con la promoción de la historia por otra parte, debemos, consustanciar tales compromisos con una acción que construya una semántica generadora de sentidos que agrupe los elementos necesarios para la formación de una identidad que no tenga la pretensión de hacer idénticos a los individuos que interactúan en el seno de la sociedad, si no, que permita ese reconocimiento de las particularidades que la constituyen.
            Es por ello, que se recurre a la acción orientadora de los maestros de pueblos para, valiéndose de tales orientaciones, impulsar mecanismos que permiten sortear la crisis que en los ámbitos de la moral se apropia de todos las esferas del quehacer social. Estos personajes que marcaron de manera decidida la senda que otros utilizaríamos para armar nuestros propios derroteros, y de esta manera, contribuir a su vez, con el destino del entramado social en el cual nos desenvolvemos.
            No se anda buscando santos para encenderles velas y pedirles a éstos la intermediación con deidades todopoderosas que tienen en sus caprichos los destinos de hombres y mujeres. Eso sería caer en la conmiseración cultural de los pueblos, es la más absoluta expresión de la resignación y la más contundente derrota del conocimiento. Es aceptar la realidad que se padece, y la condición de incapacidad para transformarla.
Muy al contrario, se busca beber del manantial de sabia nutricia de estos maestros de pueblo, que reflexionaron sobre esa realidad y que a su vez, sugirieron, recomendaron y aplicaron acciones para conducir a una salida honrosa y con conciencia plena de la misma. Son los formadores, que con su ejemplo, contribuirán hacer frente a este marasmo en el cual nos encontramos entrampados. Es buscar la salida del laberinto antes que el minotauro devore nuestras entrañas culturales y nos deje sin sentido de pueblo, de nación… de república. Por no comprender esta realidad, los capítulos recientes de nuestra historia fueron marcados por la desgracia de un pueblo que no quiso a los suyos y volvió la mirada hacia otro lado.
Se debe recordar, que los trujillanos, fuimos invitados al más portentoso saqueo cultural y al mayor atentado de nuestra memoria colectiva; y la mayoría permaneció impávida ante tal situación. Es allí, cuando medimos los verdaderos quilates de la crisis que atravesamos como pueblo. Una vez más, los filibusteros enrumbaron sus barcas hacia nuestro “Trujillo de María Santísima”, y de nuevo, nuestros tesoros ardieron en el fuego impío. Otra vez, la desolación y la desgracia, el vacío y la ignominia quedaron como huellas de la afrenta que se padeció, pero pocos la han percibido. Muy pocos, han despertado de ese estado de vigilia en el cual parecieran estar sumergidos.
Por todas estas razones, es que hoy se acude a rememorar a uno de los más ilustres trujillanos. Personaje que para mucho ha sido desconocido porque no se calzó las charreteras y no se enfundó las armas para la guerra; muy al contrario, destiló la tinta que con su pluma, explayará su legado a las nuevas generaciones. Es él, farolero de civilización, pero en el infortunio de nuestra formación como pueblo, los navegantes evidencian una marcada ceguera que provoca que sus naves encallen o se pierdan en la inmensidad de un mar crispado que promete el naufragio.
Su propia figura fue víctima de los saqueadores de memoria. No sólo se conformaron con el silencio que por tantos años se ha extendido en la mayor parte de los centros educativos, y en el contexto social general para el conocimiento de su obra. No, fueron más allá, pretendieron, enviarlo a la hoguera para expiar las culpas propias y ajenas. Endilgaron adjetivaciones inmerecidas a su persona y a su pensamiento. Proyectaron (o al menos lo intentaron) en él los vicios que a claras luces padecen los perpetradores del saqueo, los violadores de la memoria, los carentes de moral y los charlatanes que materializaron tales ataques.
Es por ello, que sin la pretensión de santificarlo, sin buscar convertirlo en un profeta inequívoco, se acude a la egregia figura de Mario Briceño Iragorry para hacer frente a la crisis de pueblo, de ciudadanía, de conciencia, que hoy por hoy atraviesa a nuestro país y que se sintetiza en ese desinterés manifiesto en la trascendencia de los valores más excelsos de la venezolanidad.
Pero, por qué acudimos a este personaje. Y a su vez, por qué ese tremendo ensañamiento contra esta figura ilustre de la trujillanidad y de la venezolanidad. Acaso, es vigente su acción de pensamiento en los albores de este tercer milenio, cuando su obra se produce en la primera mitad del siglo pasado. O muy al contrario, debemos recurrir a los preceptos de que debemos dejar a los muertos en su tumba, durmiendo el sueño eterno de los justos.
Nuestro personaje, nutre el quehacer intelectual no solo de sus coetáneos, si no que hoy en día, debe ser referente obligado para quienes deseen disipar las brumas del deshistoricismo y la transculturación en la que se ha pretendido sumergir al pueblo a través de todo un complicado entramado mediático soportado sobre cantos de sirena.
Briceño Iragorry ofreció, entre otras cosas, la revisión honesta y sin complejos de nuestra historia. La tradición historiográfica ha dejado como práctica, la irreflexión sobre los procesos históricos, y además de ello, la costumbre del ocultamiento continuo de procesos que no satisfacen a los ostentadores del poder en turno.
Contra eso, nos advierte. Es necesario, dejar de lado los maniqueísmos sin sentido. Y más aún, nos invita a mirar nuestro pasado como un continuo social en la que un capítulo se convierte en el cero histórico, en génesis de todo cuanto somos. Es por ello, que si bien, se promueve el estudio de los padres de la patria, es decir, aquellos que protagonizaron la gesta de independencia, de la misma manera, se debe ser un acucioso estudioso de nuestros abuelos españoles y cuicas.
Es así, que nuestra memoria, según Briceño Iragorry, no debe ser construida en retazos como si se tratase de una colcha elaborada por las cansadas manos de una abuela de nuestros páramos. Estas afirmaciones, condujeron a algunos, a referirse a él como simpatizante con las ideas de la llamada “Leyenda Dorada”; y es precisamente él, quien expone la necesidad de romper con esa tradición discursiva de las leyendas dorada y negra.
Otro significativo aporte de este estudioso es proponer la comprensión de la tradición como una realidad cargada de profunda dinámica, a su vez, dinamizadora de nuevos procesos. En este sentido, se destaca tal aporte puesto que quienes adversan la consolidación de la visión de lo tradicional como instrumento para fortalecer la identidad, exponen que la tradición es atraso, implica estancamiento y contraria a la evolución.
De igual forma, expone la necesidad de ver a la historia en su justa dimensión, en cuanto la misma sirve como clara y evidente expresión del presente. No es, si no parte de las lecciones por aprender de las generaciones legatarias. Quienes a su vez, aportan y enriquecen con nuevos elementos lo que estos recibieron por quienes los antecedieron.
De la misma manera, proyecta una concepción crítica sobre el progreso, puesto que si bien reconoce este último, como necesidad, expone que el mismo no debe darse en torno al sacrificio de la tradición y de la memoria, dicha visión destaca que no se puede construir progreso desde las ruinas del pasado.
Briceño Iragorry despunta como pensador y escritor prolífico. En exceso pretensioso sería pretender abordar la amplitud del mismo en estas líneas, y sabiendo lo restrictivo del tiempo, quiero dejar hasta aquí la presente tan sólo con la invitación para que de manera honesta y masiva se estudie la obra de este insigne pensador.

Muchas Gracias




[1] Palabras presentadas en la Biblioteca Rafael María Urrecheaga de la UVM el 19 de septiembre de 2013.
[2] Coordinador de la Casa de Historia del Estado Trujillo.

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