domingo, 10 de noviembre de 2013

EL DILEMA DE CONSTRUIR MEMORIA*


Yherdyn Peña**
           
            Verdaderamente valdría la pena preguntarnos si recorremos aún el camino de nuestro devenir tomando como orientación las huellas de quienes nos precedieron. De la misma manera, sería significativo descubrir si aún en nosotros palpita esa vena que nos enlaza con la savia del pasado y que debería nutrir nuestro presente. ¿O es que acaso producto de la insensata decisión de renegar de ella se nos ha atrofiado y en la actualidad andamos en un barco a la deriva, convertidos en náufragos y aún no nos hemos dado por enterado? ¿Son acaso importantes esas cosas del ayer que hemos venido dejando de lado a la vera del camino para perfilarnos como trujillanos, como venezolanos y más ampliamente como latinoamericanos en un constante exilio? Pero se me antoja lanzar una interrogante con una mayor mala intención: ¿Cuántos se han cuestionado sobre esto y están dispuestos a responderse con sinceridad?

            Dichas interrogantes brotan de la empírica observación que recorre a diario mi panorama como docente y como padre de familia. Las mismas no las elaboro de manera capciosa, si no que tienen la intención y el deseo de contribuir a la búsqueda de respuestas que permitan a su vez la construcción de alternativas a una situación abordada de manera superflua o que simplemente pasan de manera solapada como irrelevante. Dicha situación no es otra que la DESMEMORIA. Es más que sorprendente que un decreto[1] que buscaba lanzar al fuego de la indignidad a un personaje de la trujillanidad y de la venezolanidad halla provocado reacción tan contraria a la prevista, el vuelco ha sido radical, ha generado un bloque de unidad para rechazar esas pretensiones y que en primera instancia su saldo positivo es que ha puesto a estudiar a un gran número de individuos sobre los personajes involucrados en este decreto, y por otro lado ha generado experiencias colectivas – como este seminario - en las que podemos reflexionar sobre la fragilidad de nuestra memoria y las amenazas que sobre ella se ciernen. 

Sancho Briceño

            Y es que resulta necesario señalar que en estos convulsos tiempos de la posmodernidad la inercia se ha convertido en la fuerza motora de nuestro devenir histórico – social. Lo inmediato e intrascendente marca la pauta de la convivencia y rigen los encuentros, los intercambios y los rangos valorativos de los individuos en sociedad. Deambulamos por las calles de nuestras ciudades saturados de marcas y estereotipos, el consumo y la satisfacción de necesidades creadas - o para estar en correspondencia con el lenguaje actual: necesidades virtuales desarrolladas en los laboratorios mediáticos, generan costumbres y actitudes que nos desnaturalizan, lo que nos arrastra de la misma manera hacia la imposibilidad de reconocernos a nosotros mismos como parte de un todo aún más complejo.

            Por esta razón el compromiso debe estar dirigido a acometer acciones que vallan dirigidas a dejar de lado las concepciones abstractas sobre identidad y memoria, para hacer de estas categorías una condición práctica y cotidiana del SER social, es una imperiosa necesidad ante la realidad descrita y que con el transcurrir del tiempo acentúa y profundiza nuestra minusvalía cultural. El sujeto histórico anónimo de la actualidad se ve inundado por las sombras del cortoplacismo: lo que no se logra ver en el día a través de los medios de información no existe en la conciencia de este ente profundamente mediatizado. Esta condición no le permite al sujeto, sentirse parte de su entorno puesto que dicho entorno es el ausente constante en estos medios. Así las cosas, la desmemoria se convierte en este caso en la única forma de memoria presente en nuestra convivencialidad, el olvido y la desaparición del sentido de pertenencia son claras expresiones de esta realidad.

Antonio Nicolás Briceño

            Pero cómo no desprendernos de nuestro sentido, necesidad y obligación de reconocer e identificarnos con los pilares de nuestra ciudadanía, que en lo particular considero es génesis indiscutible de nuestra nacionalidad, cuando la mayor parte de nuestro pasado histórico ha quedado silenciado, vetado, ignorado… por generaciones, trayendo como consecuencia esta suerte de marasmo histórico como signo de la trujillanidad.

            En este sentido, y tomando en consideración que hoy estamos navegando entre dos ilustres trujillanos separados tan sólo por el tiempo y por la mezquindad de algunos, hago extensiva la invitación para que a este par de “Briceños” se le incorpore un tercero: Don Sancho Briceño y con éste comencemos a develar los entrañables misterios de la colonia en la región trujillana porque también somos parte de esa tradición colonial, Trujillo se formó de la misma manera al pulso de trescientos años de período colonial, con esto muy probablemente voy a provocar que alguien me acuse de coquetear con la leyenda dorada y sea declarado como traidor a la patria, pero, por la Diosa IKAKE les aseguro que no es así. Déjenme explicar, en 1557, con la llegada del conquistador español se borraron de golpe y porrazo casi quince mil años de historia de ocupación del territorio trujillano por parte del pueblo indígena, así Timotíes y Cuicas desaparecen de nuestra conciencia histórica, luego, con la llegada de la independencia se esfuman en los anales de nuestra historia los trescientos años de la colonia, de tal forma, un período de quince años (entre 1810 – 1824)  concentra la mayor carga historiográfica de nuestra memoria. Pero de la misma manera, la sobresaturación del espectro informativo y de entretenimiento de hoy día provoca la banalización de nuestro pasado histórico, concibiendo con ello, expresiones de desprecio hacia nuestros orígenes, buscando más allá de nuestras fronteras los elementos para construir un YO colectivo que responde a la estandarización del mercado y de esta manera podemos apreciar como proliferan las comunidades Mc Donald y Coca Cola antes que las sociedades bolivarianas y los círculos de estudios, también encaramos día a día la realidad de comunidades cada vez más desarticuladas, constituidas por individuos absortos en sí mismos, así, la esencia propia de la comunidad que nos es otra que la unidad de lo común se desvanece ante la imperturbable mirada de todos nosotros.
           
            Por esta razón, el dilema de construir memoria nos atrapa en la inexperiencia puesto que la práctica ejecutada a lo largo del tiempo ha estado constituida por el encubrimiento, la deformación y la mentira en procura de prevalecer a pequeños grupos, situación que ha provocado terribles males en nuestra sociedad. En este sentido, debemos tener claro que la memoria no debe ser una simple evocación cargada de añoranza por el pasado, muy al contrario debe ser práctica cotidiana que fortalezca al individuo como miembro de un colectivo, es decir, la memoria debe construir identidad. Eso si, incorporando una visión amplia y sin complejos de nuestro pasado, desarrollando mecanismos integradores que permitan el encuentro de los valores fundacionales del ser social en medio de una sociedad globalizada que presenta retos impostergables a cada uno de nosotros como individuos pero más aún como localidades particulares que poseen un ritmo propio en el concierto de la historia.
            El reto de consolidar la memoria está en la posibilidad de encontrarnos y acordar en torno a qué debemos hacer, hacia dónde deben ir dirigidos nuestros esfuerzos, la construcción y consolidación de la memoria es una labor titánica y no debe ser atribuida a un solo sector, esta debe ser esfuerzo de todos y todas, desde los más diversos ámbitos del quehacer regional y debe servir de argumento para permitirnos entrar en contacto con aquellos elementos del pasado que aún hoy día poseen una voz dispuesta para aquel que preste sus oídos al discurso emanado.
           
            La historia, la ciudad, las costumbres y tradiciones, los mitos y leyendas, el imaginario colectivo, los ancianos, los hombres y mujeres, los niños y niñas… son artífices de la memoria colectiva, y asimismo son estos los elementos a ser considerados en la formación de una identidad amparada en una presencia del SER y el HACER del Trujillano. Esto debe motivarnos para que nos transformemos en libros vivientes que hablen de una memoria que sea capaz de generar memoria que no permita que muera nuestra conciencia histórica.

           
              
           




* Jueves 22 de octubre de 2009. Foro: “De Antonio Nicolás Briceño a Mario Briceño Iragorry.” Publicado en la Revista Cifra Nueva Nº 20.
** Docente de Historia de América e Historia Regional y de Venezuela. ULA – NURR / LBCM
[1] 277 del ejecutivo regional de fecha 31 de julio de 2009.

No hay comentarios:

Publicar un comentario