EL DILEMA DE CONSTRUIR MEMORIA*
Verdaderamente valdría la pena
preguntarnos si recorremos aún el camino de nuestro devenir tomando como
orientación las huellas de quienes nos precedieron. De la misma manera, sería
significativo descubrir si aún en nosotros palpita esa vena que nos enlaza con
la savia del pasado y que debería nutrir nuestro presente. ¿O es que acaso
producto de la insensata decisión de renegar de ella se nos ha atrofiado y en
la actualidad andamos en un barco a la deriva, convertidos en náufragos y aún
no nos hemos dado por enterado? ¿Son acaso importantes esas cosas del ayer que
hemos venido dejando de lado a la vera del camino para perfilarnos como
trujillanos, como venezolanos y más ampliamente como latinoamericanos en un
constante exilio? Pero se me antoja lanzar una interrogante con una mayor mala
intención: ¿Cuántos se han cuestionado sobre esto y están dispuestos a
responderse con sinceridad?
Dichas interrogantes brotan de la
empírica observación que recorre a diario mi panorama como docente y como padre
de familia. Las mismas no las elaboro de manera capciosa, si no que tienen la
intención y el deseo de contribuir a la búsqueda de respuestas que permitan a
su vez la construcción de alternativas a una situación abordada de manera
superflua o que simplemente pasan de manera solapada como irrelevante. Dicha
situación no es otra que la
DESMEMORIA. Es más
que sorprendente que un decreto[1] que
buscaba lanzar al fuego de la indignidad a un personaje de la trujillanidad y
de la venezolanidad halla provocado reacción tan contraria a la prevista, el
vuelco ha sido radical, ha generado un bloque de unidad para rechazar esas
pretensiones y que en primera instancia su saldo positivo es que ha puesto a
estudiar a un gran número de individuos sobre los personajes involucrados en
este decreto, y por otro lado ha generado experiencias colectivas – como este seminario
- en las que podemos reflexionar sobre la fragilidad de nuestra memoria y las
amenazas que sobre ella se ciernen.
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Sancho Briceño |
Y es que resulta necesario señalar
que en estos convulsos tiempos de la posmodernidad la inercia se ha convertido
en la fuerza motora de nuestro devenir histórico – social. Lo inmediato e
intrascendente marca la pauta de la convivencia y rigen los encuentros, los
intercambios y los rangos valorativos de los individuos en sociedad.
Deambulamos por las calles de nuestras ciudades saturados de marcas y
estereotipos, el consumo y la satisfacción de necesidades creadas - o para
estar en correspondencia con el lenguaje actual: necesidades virtuales
desarrolladas en los laboratorios mediáticos, generan costumbres y actitudes
que nos desnaturalizan, lo que nos arrastra de la misma manera hacia la imposibilidad
de reconocernos a nosotros mismos como parte de un todo aún más complejo.
Por esta razón el compromiso debe
estar dirigido a acometer acciones que vallan dirigidas a dejar de lado las
concepciones abstractas sobre identidad y memoria, para hacer de estas
categorías una condición práctica y cotidiana del SER social, es una imperiosa
necesidad ante la realidad descrita y que con el transcurrir del tiempo acentúa
y profundiza nuestra minusvalía cultural. El sujeto histórico anónimo de la
actualidad se ve inundado por las sombras del cortoplacismo: lo que no se logra
ver en el día a través de los medios de información no existe en la conciencia
de este ente profundamente mediatizado. Esta condición no le permite al sujeto,
sentirse parte de su entorno puesto que dicho entorno es el ausente constante
en estos medios. Así las cosas, la desmemoria se convierte en este caso en la
única forma de memoria presente en nuestra convivencialidad, el olvido y la
desaparición del sentido de pertenencia son claras expresiones de esta
realidad.
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Antonio Nicolás Briceño |
Pero cómo no desprendernos de nuestro
sentido, necesidad y obligación de reconocer e identificarnos con los pilares
de nuestra ciudadanía, que en lo particular considero es génesis indiscutible
de nuestra nacionalidad, cuando la mayor parte de nuestro pasado histórico ha
quedado silenciado, vetado, ignorado… por generaciones, trayendo como
consecuencia esta suerte de marasmo histórico como signo de la trujillanidad.
En este sentido, y tomando en
consideración que hoy estamos navegando entre dos ilustres trujillanos
separados tan sólo por el tiempo y por la mezquindad de algunos, hago extensiva
la invitación para que a este par de “Briceños” se le incorpore un tercero: Don Sancho Briceño y con éste
comencemos a develar los entrañables misterios de la colonia en la región
trujillana porque también somos parte de esa tradición colonial, Trujillo se
formó de la misma manera al pulso de trescientos años de período colonial, con
esto muy probablemente voy a provocar que alguien me acuse de coquetear con la leyenda dorada y sea declarado como
traidor a la patria, pero, por la Diosa
IKAKE les aseguro que no es así. Déjenme explicar, en 1557,
con la llegada del conquistador español se borraron de golpe y porrazo casi
quince mil años de historia de ocupación del territorio trujillano por parte
del pueblo indígena, así Timotíes y Cuicas desaparecen de nuestra conciencia
histórica, luego, con la llegada de la independencia se esfuman en los anales
de nuestra historia los trescientos años de la colonia, de tal forma, un
período de quince años (entre 1810 – 1824)
concentra la mayor carga historiográfica de nuestra memoria. Pero de la
misma manera, la sobresaturación del espectro informativo y de entretenimiento
de hoy día provoca la banalización de nuestro pasado histórico, concibiendo con
ello, expresiones de desprecio hacia nuestros orígenes, buscando más allá de
nuestras fronteras los elementos para construir un YO colectivo que responde a
la estandarización del mercado y de esta manera podemos apreciar como
proliferan las comunidades Mc Donald y Coca Cola antes que las sociedades
bolivarianas y los círculos de estudios, también encaramos día a día la
realidad de comunidades cada vez más desarticuladas, constituidas por
individuos absortos en sí mismos, así, la esencia propia de la comunidad que
nos es otra que la unidad de lo común se desvanece ante la imperturbable mirada
de todos nosotros.
Por esta razón, el dilema de
construir memoria nos atrapa en la inexperiencia puesto que la práctica
ejecutada a lo largo del tiempo ha estado constituida por el encubrimiento, la
deformación y la mentira en procura de prevalecer a pequeños grupos, situación
que ha provocado terribles males en nuestra sociedad. En este sentido, debemos
tener claro que la memoria no debe ser una simple evocación cargada de añoranza
por el pasado, muy al contrario debe ser práctica cotidiana que fortalezca al
individuo como miembro de un colectivo, es decir, la memoria debe construir
identidad. Eso si, incorporando una visión amplia y sin complejos de nuestro
pasado, desarrollando mecanismos integradores que permitan el encuentro de los
valores fundacionales del ser social en medio de una sociedad globalizada que
presenta retos impostergables a cada uno de nosotros como individuos pero más
aún como localidades particulares que poseen un ritmo propio en el concierto de
la historia.
El reto de consolidar la memoria
está en la posibilidad de encontrarnos y acordar en torno a qué debemos hacer,
hacia dónde deben ir dirigidos nuestros esfuerzos, la construcción y
consolidación de la memoria es una labor titánica y no debe ser atribuida a un
solo sector, esta debe ser esfuerzo de todos y todas, desde los más diversos
ámbitos del quehacer regional y debe servir de argumento para permitirnos
entrar en contacto con aquellos elementos del pasado que aún hoy día poseen una
voz dispuesta para aquel que preste sus oídos al discurso emanado.
La historia, la ciudad, las
costumbres y tradiciones, los mitos y leyendas, el imaginario colectivo, los
ancianos, los hombres y mujeres, los niños y niñas… son artífices de la memoria
colectiva, y asimismo son estos los elementos a ser considerados en la
formación de una identidad amparada en una presencia del SER y el HACER del
Trujillano. Esto debe motivarnos para que nos transformemos en libros vivientes
que hablen de una memoria que sea capaz de generar memoria que no permita que
muera nuestra conciencia histórica.
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