viernes, 1 de noviembre de 2013

La Otra Banda
Una historia local trujillana[1]

Yherdyn J. Peña
Ana González

        Los datos expuestos son producto del desarrollo de una investigación etnográfica desarrollada entre diciembre de 2002 y mayo de 2003 con adultos mayores de la localidad, el instrumento utilizado fue la entrevista en profundidad. Es decir, la historia aquí presentada de manera sucinta es producto de la narración oral de sus pobladores. Parte de una iniciativa de construir historias locales con la participación directa de los vecinos de estas localidades. De esta manera, planteamos una nueva alternativa para el desarrollo de las historias desde la mirada de quienes siempre han aparecido como anónimos en el discurso positivista de la historia.
      En el constante desarrollo del período colonial y hasta los albores del siglo XX la ocupación de los espacios sobre los que se iba creando a la ciudad de Trujillo, respondía a la estructura característica de los pueblos españoles en tierras americanas (una plaza central y a sus alrededores, la iglesia, la casa de gobierno y las familias más importantes), y una periferia que iba extendiéndose a lo largo de este angosto valle transversal que con el transcurrir de los años se integraría para constituir una estructura más homogénea y concentrado. 
         Cuando se inicia un segundo proceso de ocupación las nuevas áreas no gozarán de la misma estima y consideración por parte de quienes están encargados de administrar los bienes de la ciudad. Por esta razón, este segundo sector poblado, tan sólo será conocido como “La Otra Banda”.
Esta división de carácter político – administrativa e incluso eclesiástica, viene dada en primer lugar por la división natural originada por una importante bifurcación que separa geográficamente a la ciudad de Trujillo en dos ramales, que a su vez son polos poblacionales, donde se desarrollan en paralelo las actividades urbanísticas y sociales con particularidades distintivas en uno y otro lado. Estas dos extensiones del Valle de los Mukas son a saber: la comprendida por lo que hoy día constituye el casco central de la ciudad, conformada por las áreas que circundan a las avenidas Bolívar e Independencia, a lo largo y ancho de su topografía, a un lado de La Quebrada de los Cedros, con una marcada herencia de la sociedad colonial criolla desarrollada en estas latitudes, congregando de esta manera a los “grandes jerarcas” del Valle. Hoy día se ve convertida en el asentamiento de la actividad política y administrativa estadal y municipal y de la actividad comercial además congregando a las tradicionales familias trujillanas.


Vista de Santa Rosa (Garcés, E)
El otro sector de data más reciente (aunque datos recopilados, reseñan la presencia de población desde la época de la colonia): La Otra Banda es producto sobre todo de la migración por parte del campesinado de los lugares de donde son oriundos hacia la ciudad en busca de progreso y bienestar. Este lugar se ubica en la margen contraria de la ya mencionada Quebrada. Los habitantes de esta área fueron originalmente los “desplazados” del desarrollo urbanístico inicial de la ciudad provocado por un sinnúmero de factores que permitieron la ubicación de estos grupos humanos (no se quiere con esto dejar entrever que dichos desplazamientos se llevaron a cabo de una manera sistemática y generalizada, eran mas intentos de grupos familiares o individuos) en unas zonas que carecieron durante mucho tiempo de los servicios básicos mínimos.
Cuando estos individuos (o familias) salían de sus hogares (o pueblos) lo harán para tratar de ocupar paulatinamente un lugar que les permitiera mejores condiciones de vida, condiciones estas que le eran negadas en los diferentes campos y páramos, y que tampoco lograron llegando a la ciudad. Por lo que, fueron radicándose precisamente en los espacios baldíos de ésta a pesar de las contrariedades que se les presentaron.
Aunque fue lento, el proceso de ocupación de los sectores que integran a La Otra Banda, se llevó a cabo de manera constante pero desorganizada; las condiciones para el desarrollo tan ansiado por muchos de estos esperanzados era bastante dificultoso, motivado a las condiciones ambientales generadas por el estado físico – geográfico de la zona y por condicionantes de carácter social que actuarían en ambas direcciones para frenar o para estimular dicho poblamiento.
Las escasas viviendas que se levantaron al comienzo, fueron construidas con los materiales que brindaba el espacio a primera mano, por lo que en su mayoría eran elaboradas en paja, basura o broza, realidad esta que unida al uso del fogón,  constituían  un problema cotidiano para estos pobladores que veían amenazada su seguridad y su salud al estar propensos constantemente al incendio de sus hogares. Las relaciones de convivencia eran marcadas por la dispersión de las edificaciones en estos espacios; estos, (los espacios urbanos iniciales de este sector, hasta entrada la segunda mitad del siglo XX) distan mucho de las actuales aglomeraciones en la Parroquia: viviendas hasta con cuarenta metros y más de separación la una de la otra caracterizaban a esta localidad.
La historia de estos sectores entre los que destacan los cerros de Barbarita de la Torre, La Tunita, Mesa Colorada, el barrio El Paramito, Santa Rosa, El Rosario, Monseñor Camargo, Pueblo Nuevo, La Curtiembre, Andrés Bello, se desarrolla bajo el patronato de Santa Rosa de Lima, instituido por Monseñor Carrillo por allá en el año de 1936, y constituida como Parroquia Eclesiástica del mismo nombre el 04 de junio de 1953. A partir de este momento y por instancia de Monseñor Carrillo, la Otra Banda pasará a ser reconocida como la Parroquia Santa Rosa, “más hermoso y más a tono con su progreso de hoy” (Segundo Joaquín Delgado, 1962: 133). Historia que se construye en un sincretismo de generalizaciones cargado igualmente de particularidades alimentadas por la imaginería que poseen como herencia de sus pueblos de origen y del intercambio constante entre quienes llegan y se van, llenando con diversos matices a estos lugares, donde se aprecian importantes aportes para la comprensión del devenir histórico y social en el cómo ser y el cómo actuar del habitante de este sector.
Es necesario recalcar ciertos elementos característicos que marcaron la ocupación de estos lugares. Estos elementos en su mayoría producto de una práctica social aplicada por quienes ya habían ocupado el eje inicial de población, que vieron en estos sitios “el desovadero de los desechos” de la sociedad. Se podrían mencionar entre estos:
La ubicación del Degredo, Lazareto o Leprocomio creado durante la presidencia de Estado de Juan Bautista Carrillo Guerra en el año de 1899, situado en el barrio conocido actualmente como El Paramito. zona que se inicia precisamente como colonia de los leprosos trujillanos, aunque ya desde 1878, estos enfermos convivían con los personas sanas de este territorio - Mario Briceño Peroso (1984) y Américo Briceño Valero (2002)-. Más tarde fueron agrupados y enviados desde las diferentes zonas del estado, y después de ser revisados por los médicos eran confinados a este espacio. Este leprocomio era una casa grande (con características de galpón) de tapias, fácilmente perceptibles desde las partes altas que la  rodeaban, se encontraba sin pintura, totalmente desnudas estas paredes. Según cuenta Ricardo Perdomo (septiembre de 2002) con el transcurrir del tiempo algunos de estos “pacientes” se separaban de la colonia, que estaba conformada por unas  80 personas, e iban construyendo algunas “viviendas” en los alrededores, ya que estos espacios eran recorridos libremente por quienes tenían esta enfermedad. Los  aportes suministrados por los entrevistados nos dicen que los leprosos se desplazaban hacia donde había un campo verde donde salían a tomar el sol y, según los mismos datos, después de estos marcharse el lugar era visitado por un gran número de zamuros dando origen al nombre del cerro de La Zamura (actual Barbarita de la Torre). Este factor, retardó por un buen período el poblamiento debido al temor infundado en las personas de un posible contagio
Después de realizadas diversas gestiones por parte del señor Manuel Azuaje, Jefe Civil de la parroquia y algunos notables otrobanderos, este leprocomio fue desmantelado y para finales de la década de los 40 se podía apreciar la deteriorada estructura abandonada a la inclemencia del tiempo. Los pacientes fueron trasladados fuera del estado y de los cuales nunca se volvió a saber nada, según el imaginario colectivo fueron lanzados al mar[2]. Ese antiguo leprocomio quedó entonces desocupado y optaron por darle una nueva utilidad: crear el quemador de basura de la ciudad. Esto tampoco contribuía a la posesión y ocupación del espacio debido a los malos olores, el humo y las nubes de moscas que invadían los alrededores (la presencia de los zamuros en las partes altas de los cerros también debió persistir, y con esto, es muy probable que el término de Zamura tuviera una mayor proyección). El leprocomio y el quemador estuvieron ubicados en los terrenos donde se encuentra funcionando actualmente la Escuela Bolivariana La Tunita, logrando el rechazo de los habitantes – encabezado por Manuel Azuaje Jefe Civil de Santa Rosa - cuando se previó mudar al leprocomio hacia los espacios de la actual Escuela Básica Américo Briceño Valero.
La presencia del quemador tan cercano a la ciudad ocasionó igualmente bastantes molestias,  por lo que también fue desplazado del sitio. Esto será una constante; a medida que se vayan urbanizando áreas, se exigirán mejoras en las condiciones de saneamiento ambiental. Por lo que más tarde fue trasladado al Hatico y de allí a las afueras de la ciudad en el sector Jiménez de Pampanito.
Otro agente influyente será el matadero ubicado donde actualmente se encuentra el Centro Cristiano Evangélico de Trujillo en las inmediaciones de La Cruz Verde, y la curtiembre en el actual sector conocido como Las Trincheras, que generaban las mismas molestias e incomodidades que la anterior situación. En esos lugares se beneficiaban los animales, se distribuía la carne para el pueblo y se curtían las pieles del ganado allí sacrificado. A pesar de ser una fuente de trabajo e intercambio comercial, las condiciones sanitarias existentes para la época eran bastantes deficitarias. También se contaba con una curtiembre en las áreas en donde se ubica actualmente la Urbanización Monseñor Camargo[3].
Por otra parte, la posesión de grandes extensiones de tierra en el sector que actualmente ocupa Santa Rosa por parte de las familias adineradas de la ciudad, y la utilización de las mismas como potreros generaba una lucha desigual entre el campesino por habitar la tierra, y los dueños de estas cabras y el mular existente (que era el principal medio de transporte y carga desde la época de la colonia hasta bien entrado el siglo XX), lo que provocaba que se extinguiera prácticamente todo tipo de vegetación generando de igual manera la desertificación del suelo y permitía a su vez la proliferación de pulgas, niguas, moscas, piojos, garrapatas, caránganos... lo que contribuía a impedir un desarrollo más acelerado de esta zona. 
Para complicar aún más la situación, se produjo la creación de la Zona de Tolerancia en la parte final de la carreterita (actual Avenida Ayacucho) y al margen de la Quebrada de los Cedros, en donde algunas mujeres ejercían su profesión, debido a la precaria situación económica que padecía la mayor parte de los trujillanos, convirtiendo con esto a La Otra Banda en un sector socialmente censurado, pero de la misma manera bastante frecuentado por quienes deseaban y podían pagar el servicio prestado. Estas mujeres en la mayoría de las ocasiones, se reunían entre sí para poder alcanzar el pago del alquiler del espacio necesario para laborar.
La ausencia de arterias viales suficientes que permitieran un acceso fluido a los diferentes espacios de la zona era otra de las inconveniencias presentadas. El desarrollo de estas vías de penetración será el más claro reflejo del progreso, es por esto que se puede apreciar que el primer eje poblacional desarrollado en La Otra Banda es el ubicado a las márgenes de la Avenida Mendoza, que venía desde la Calle Comercio y bajaba por la Cruz Verde, que otrora era una callecilla de piedras en donde apenas transitaban algunas carretas tiradas por mulas, burros o caballos y en donde además crecía en abundancia el abrojo, el cual era retirado constantemente por comisiones de presos (durante el período gomecista). Estos eran los encargados del mantenimiento de las calles. Por otro lado el eje propiamente de la Otra Banda era la popular Carreterita (llamada también – según Segundo Joaquín Delgado (1962) – Calle de la Igualdad), que era un paso obligado para todos los “otrobanderos”. Más tarde se incorporarán a este polo de desarrollo la Av. Coro que se empalmará con la Ayacucho. Y por último la Buen Pastor, la Calle Miranda y la Av. Libertador, que enlazarán a los barrios que surgirán a las márgenes de la Av. Coro.
La presencia en el sector El Vergel de la amenaza de fiebre amarilla, flagelo que había atacado constantemente a la ciudadanía trujillana, será en un principio un dique de contención para la ocupación de la zona (información suministrada por el Sr. Ramón Moncayo, septiembre de 2002).
Por otro lado, el cementerio del Buen Pastor jugará ese papel cargado de la contradicción que hacíamos referencia en los párrafos anteriores, ya que era un lugar de encuentro obligado de los diferentes sectores con la zona, pero que además generaba siempre ciertos niveles de rechazo a convivir con la última morada de sus coterráneos.
La actividad poblacional desarrollada río arriba desde los inicios mismos de la colonia a las márgenes del Río Castán permitió la presencia muy temprana de considerables niveles de contaminación del río, el cual corre a los pies de Santa Rosa, y producto de esta contaminación, no permite su aprovechamiento en las diferentes labores cotidianas aunado a la estrechez del valle fluvial en que se encuentra este sector, lo que impide desarrollar una actividad agrícola de consideración. Hasta hoy día se tiene tan sólo referencia de un sembradío de caña a las márgenes de ese río aunque no se determina la extensión.   
De la misma manera, se logró, por la voluntad inquebrantable de aquellos pobladores iniciales, superar lentamente la mayoría de estos obstáculos y gradualmente se le fue ganando terreno a la adversidad, pero es necesario recalcar que no todo era opuesto al desarrollo de esta zona. Si bien es cierto que había suficientes condiciones que frenaban la población de esta área no es menos cierto que también existían otros elementos que permitieron la consolidación de la Otra Banda en el incesante transcurrir de los años. Estos elementos los podemos señalar en los siguientes aspectos:
La compartida Quebrada de los Cedros, permitía a una buena parte de los habitantes de la zona gozar de una fuente de agua constante (aunque esta no llegó a beneficiar a las zonas más altas). Igualmente en los alrededores de El Paramito se contaba con una pequeña pero significativa fuente de agua, en lo que hoy día se conoce como la Calle El Rosario o más popularmente La Playa. Esta desapareció producto del urbanismo. En la parte alta de La Tunita también se cuenta con la existencia de “La Quebradita”, que le aportaba el agua esencial para el desarrollo de las actividades humanas. Nos parece importante resaltar que estas fuentes de agua nunca han podido solventar la difícil situación originada en los espacios medios de estas populosas comunidades por ausencia del preciado líquido. 
La existencia en el Cerro El Paramito y en La Tunita de una Mina de la piedra utilizada en la construcción de las edificaciones que a mediados de siglo XX se comenzaron a desarrollar en la ciudad. Y además sirvió para la construcción de las viviendas de los moradores del sector. Es importante resaltar por ejemplo, que gran parte de la piedra utilizada en la construcción del actual Palacio de Gobierno fue extraída de estas zonas. Esto generaba una fuente de empleo de subsistencia, ya que algunas personas obtenían contratos que consistían en cargar la piedra picada, llevarlas hasta un lugar determinado, para más tarde ser trasladada hacia los sitios en donde serían utilizadas.
Otra fuente de trabajo que comenzó a desarrollarse, fue la extracción de arena proveniente de La Playa (Calle El Rosario) la cual era distribuida por latas, esta arena además fue utilizada como material para la construcción de viviendas más estables y de mayor permanencia. Esta doble función permitió el asentamiento cada vez mayor de grupos humanos que optaban por mejoras en su calidad de vida y la veían satisfechas hasta cierto punto al contar con casas más resistentes y por lo tanto más seguras.
 Son muchos los elementos que se conjugan en los espacios de Santa Rosa que permiten la consolidación de lo que es hoy día: el sector más populoso del Municipio Trujillo. Si en los párrafos anteriores se mencionaba la influencia del distanciamiento de las viviendas en las relaciones cotidianas de los habitantes, esto no imposibilitó la solidaridad como tradición ancestral heredada, por lo que es muy común la aplicación de maneras de convivir, producir y construir partiendo de estas prácticas, entre estas maneras, destacan:
El uso del conuco como medio para la obtención de bienes para el consumo diario de la familia campesina ahora radicada en la ciudad.
El convite y la mano vuelta como estrategias para la construcción y el cultivo.
Igualmente estuvo fuertemente arraigada estuvo entre el campesinado que llegó a ocupar los espacios de Santa Rosa la costumbre de construir el rancho de “vara en tierra” con la concepción de que es producto de la herencia indígena.
Del mismo modo se acostumbraba la serenata nocturna sobre todo los fines de semana, que no sólo permitía a grupos de jóvenes (varones) congregarse y compartir, sino que además servía para cortejar a las damas, convirtiendo dicho cortejo en una actividad de honda vinculación social.
Se tenía como costumbre, que los grupos de mujeres se dirigieran a las quebradas para lavar la ropa en donde aparte de hacer una actividad doméstica se aprovechaba para el encuentro de la vecinas de la zona. Esta actividad servía de sustento económico a muchas de los hogares pobres de Santa Rosa, ya que dichas mujeres lavaban la ropa de otras familias que pagaban (por lo general se cancelaba por docena de piezas lavadas) por la realización de esta labor. Mas tarde se fueron creando los lavaderos públicos que hasta hace unos años atrás se podían apreciar en las adyacencias de la Cárcel Nacional de Trujillo, por la Avenida Libertador, los que permitían continuar con este encuentro entre las vecinas de la localidad.
Igualmente, se tenía por conducta habitual la utilización del muchacho de servicio dentro de las familias pudientes y debido a la comprimida situación económica, muchos de los niños y jóvenes de Santa Rosa cumplieron con esta actividad. Generalmente eran entregados a estas familias, para que sirvieran allí a cambio de sustento y en algunas ocasiones estudio (testimonios de los señores Jacinto Peña y Ricardo Perdomo).
Otra de las costumbres era la tertulia nocturna en las esquinas y lugares públicos, donde se encontraban los vecinos para conversar y divertirse, cosa que en algunas de las zonas del sector no se ha perdido del todo.
Debido a las pocas probabilidades de crecimiento económico en nuestras tierras. Los procesos migratorios a las ciudades en donde se percibía el florecimiento de una economía industrial no eran desconocidos para los habitantes de Santa Rosa, donde el mito del petróleo se acentuaba como la panacea para las dificultades que debían afrontar ocasionada por la difícil situación.
La rígida educación era otra de las características de esa sociedad en la que tuvo su génesis el Sector de Santa Rosa. Un marcado respeto hacia los demás (sobre todo a las personas mayores) era la directriz fundamental de estas enseñanzas. En este sentido, radicaba la proyección de los valores establecidos en una formación que estaba en primer término en manos de la familia. Se pueden percibir hasta ya entrada la segunda mitad del siglo XX los últimos vestigios de una educación de carácter tradicional.
De igual forma, era muy común en la sociedad trujillana y por analogía a la comunidad de Santa Rosa en esas primeras décadas del siglo XX y subsiguientes, la práctica del cambio de visitas, que solía utilizarse entre familias allegadas, y que consistía en el simple echo de intercambiar visitas entre sí con el objeto de conversar y compartir momentos de esparcimiento (testimonio del Sr. Ricardo Perdomo).
Asimismo, no era extraño para niños y adultos el uso frecuente de leyendas con intenciones de amedrentar a quienes osaran a salir tarde por las noches. Por calles de Santa Rosa se han paseado (según la imaginería colectiva) la llorona, el silbón, hombres sin cabeza y ánimas en pena de incontables personas que debido a su mal vivir quedan condenadas por la eternidad a tener su alma en pena.
Es de resaltar, que una de las cosas que se disfrutaban constantemente era el juego de bolos de tierra. Estos bolos eran frecuentes en las zonas populares de la Parroquia. Hoy son contados los bolos que en toda la ciudad se encuentran, ya que los mismos han ido desapareciendo por que han sido desplazados por otro tipo de actividades.    
La vida del habitante de Santa Rosa transcurría de manera tranquila, exceptuando quizá algunos sobresaltos que ocasionaban eventualmente costumbres y tradiciones propias de la región. Es muy común encontrar infinidad de prácticas relacionadas con la celebración de ciertas festividades, como el carnaval, la navidad, semana santa, el día de la patrona (Santa Rosa de Lima), el velorio de la cruz. Ejemplo de ello es el intercambio de platos de una casa a otra con hallacas, dulces, mojo de pescado, o los preparativos para las buscas de niño, con guarapita, chicha de maíz y un buen sancocho. O igualmente aquellos encuentros entre vecinos para entonar los cantos para el velorio de la cruz o de un angelito hijo de uno de estos.
Realmente son muchas las acciones que se producen en torno a cada una de estas tradiciones en las cuales no profundizaremos, ya que las mismas las estamos proponiendo como herramientas para la enseñanza de la historia y que con el testimonio oral de los habitantes más viejos de una comunidad es posible reconstruir inicialmente su historia, la que luego puede corroborarse a través de documentos oficiales, y cómo esa historia perviviente en el imaginario colectivo, conforma el sustento identitario de sus habitantes por generaciones. 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS


BRICEÑO Peroso, M. (1984).  Historia del Estado Trujillo. Caracas. Academia Nacional de la Historia.

BRICEÑO, A.  (2002).  La ciudad portátil. Trujillo, Venezuela. Fondo Editorial Arturo Cardozo.

DELGADO, S. (1962).  Crónicas municipales. Trujillo, Venezuela Ejecutivo del Estado. 

MARTÍNEZ, M. (1999).  La investigación cualitativa etnográfica en educación.  México. Trillas.

ONTIVEROS, T. (1995)  Historias de identidad urbana: composición y recomposición de identidades en los territorios populares urbanos. Caracas: Tropikos.

ROBLES, L. (1996).  Tradición oral: Floklore, mitos y leyendas. Actual. 34. 141 – 167.

SANTIBÁÑEZ, H. (2003).  La memoria de los barrios. Congreso Virtual 2000. www. antropología.com.ar





[1] La presente constituye parte del Trabajo de grado titulado: Los mitos y tradiciones trujillanas como elementos reconstructivos de la identidad regional. (ULA – 2003).
[2] Esta clase de comentarios surgen a partir de las decisiones tomadas por el ejecutivo nacional de trasladar a estos pacientes a colonias ubicadas en Cabo Blanco en las costas venezolanas y en la isla de Providencia ubicada en el Lago de Maracaibo. Aunque literalmente no hallan sido lanzados al mar, socialmente fue percibido de esta manera.
[3] Aunque no hemos hallado datos precisos que confirmen si realmente fueron dos curtiembres diferentes las que existieron o tan sólo una que fue trasladada de un lugar a otro

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