viernes, 1 de noviembre de 2013

En el laberinto de una memoria forzada: mitomanía y militarismo “trujillense”.
Yherdyn Peña*

            Hoy más que nunca, nuestra sociedad se encuentra enmarcada en el seno de una profunda crisis de identidad ciudadana, reflejada ésta, en el derrumbe propio de la ciudad, un derrumbe de tipo físico, palpable en la cotidianidad de nuestros recorridos por las calles, en los cuales apreciamos cómo monumentos y arquitecturas se desmoronan ante la impávida mirada de la gente común y de los gobernantes que la administran. Pero también asistimos a otra expresión de esa crisis de identidad: la referida a la pretensión de desmontar nuestra idiosincrasia, nuestros valores históricos, nuestra memoria…, esgrimiendo los argumentos más disímiles y bajo la égida del funcionariato de la burocracia estadal.
            Se puede remitir la situación que atraviesa particularmente la ciudad de Trujillo a un ejercicio de analogía con una familia cualquiera, en donde uno de sus miembros rechaza a reconocerse desde su propio pasado, y para ello, se le antoja transfigurar su ascendencia, ocultando, mintiendo y alterando parte o la totalidad de su estirpe. Negando por ejemplo, lo pusilánime de un abuelo maltratador y pícaro, o esconder la existencia de un tío narcotizado y sumergido en el mundo delictual, sin tomar en consideración que lo desee o no, ambos personajes constituyen parte de su configuración doméstica. Y que ambos representarían una lección para ser aprendida por las generaciones legatarias.

            En virtud de lo hasta aquí señalado, se evidencia la gravedad que estas intenciones pueden acarrear, pero dicha amenaza se ve magnificada cuando las pretensiones de alterar esa memoria se corresponde a un discurso desde el poder, y que adicional a ello, se intente imponer en el colectivo como un dogma religioso.
            Por tal motivo, es de reconocer que lo glorioso de un pasado no radica tan solo en las hazañas logradas, en el heroicismo de personajes casi sobrehumanos, en las riquezas que se pudieron acumular, lo grandioso se establece en reconocer las debilidades que fueron superadas, saberse asediado por errores sobre los cuales hubo la voluntad de corregirlos, y que aquellos que en su momento no fueron corregidos quedan en la memoria para que de esta manera no vuelvan a ser repetidos.
            Entonces, pudiéramos interrogarnos, si la historia es concebida como un diálogo permanente entre el pasado y el presente, esta ciencia contribuye como instrumento trascendental para construir una sociedad más vivible,[1] si esto fuese así, qué favor le haría a la sociedad falsear la memoria desde un monólogo engendrado en un presente oportunista. Que como monólogo no acepta ni permite el debate, y que arroja al fuego a la disidencia. De tal forma, desde discursos altisonantes se pretende embriagar al colectivo para de esta manera sumergirlo en la más absurda de las farsas, que desde una retórica de “lo popular” pretende precisamente extraerle al pueblo la posibilidad de contarse, de identificarse y reconocerse como parte sustancial de algo a lo que ha pertenecido desde tiempos pretéritos.
            Esta arrogante actitud de pseudos historiadores y cronistas trasnochados que se erigen cual Dédalo en arquitectos de murallas discursivas de una laberíntica identidad que por órdenes o bajo la complaciente mirada de un Minos “trujillense”, encierran al minotauro de la mentira, y, el imaginario de los jóvenes, púberos y niños de nuestras escuelas y liceos, resulta sacrificado en una interminable perorata que tiene por objeto modelar la identidad de las nuevas generaciones.
            En consideración a lo expuesto, es bueno señalar que, “Una sociedad se representa a sí misma y encuentra su identidad mediante el sistema simbólico (componente principal del imaginario) que los líderes crean y transmiten (difunden) a través del discurso. (Dávila, 1992: 30). Y por esta razón es que urge desentrañar los elementos discursivos (signos, símbolos, íconos…) que constituyen el lei motiv de los promotores de la “revolución” decembrina que tomó por asalto a las instituciones culturales de la ciudad de Trujillo.
            Es bueno resaltar de igual manera que los saqueadores, los culturicidas que asestaron este golpe actuaron con la misma conducta que asumen los imperios colonialistas, quienes se apropian de los espacios rituales, aquellos lugares de culto de los pueblos invadidos y sobre éstos consolidan sus instituciones, para de esta manera suplantar los viejos discursos por los nuevos, por los del conquistador.
            En este orden de ideas, el profesor Barreto, nos señala de manera muy precisa ese juego que desempeñan los elementos discursivos en la constitución del SER puesto que nos indica:
El hombre al leerse a través de signos y símbolos – motivos y de los textos, lee lo que el hombre cuenta de si mismo. En un hacer narrativo se reúnen los relatos donde se dispone, desde su imaginación creadora y productora la fenomenología del hombre capaz y sus procedimientos.[2]
Y es aquí precisamente donde se concentra la acción interventora de quienes se autopromueven como modeladores de la nueva trujillanidad, puesto que pretenden (con sus limitados recursos intelectuales, académicos, morales, más no económicos) deshacer todo el constructo narrativo que por siglos ha constituido nuestra historia y nuestra identidad.
En este sentido, en un foro que sobre la memoria convocó el CILL[3] señalaba para ese momento que una de las amenazas que afrontaba el SER trujillano, estaba concentrada en el hecho, “…que  la desmemoria se convierte en la única forma de memoria presente en nuestra convivencialidad, el olvido y la desaparición del sentido de pertenencia son claras expresiones de esta realidad”. (Peña, 2009)[4] y por esta razón es que no nos sorprende el silencio que ha provocado en muchos sectores de la población la situación por la que atraviesa la historia trujillana. Y por ello la necesidad de desnudar y caracterizar las pretensiones de estos profanadores.
Estas líneas deseo utilizarlas para retrotraer su mirada por un instante a la década del 30 del siglo XX cuando en Europa, Hitler y su entorno político construyeron lo que Furio (1972: 38), denominó como mito tecnificado, convirtiendo su odio a los aristócratas, los capitalistas, los comunistas y los liberales, así como a los judíos y a todos aquellos que no pertenecieran a la raza aria, en un discurso político de consumo colectivo, que degeneró como ya sabemos en el terrible holocausto NAZI, guardando las distancias, aquí también estamos acudiendo a la construcción del andamiaje de otro mito tecnificado. El cual posee claros tintes de corte militarista y ensalzado desde una narrativa mitomaníaca.
Reforzando lo expuesto se puede percibir, la excesiva fijación hacia el procerato militar independentista, borrando la participación de tribunos civiles exceptuando aquellos que tuvieron activa participación en acciones que nutren el acto bélico (tal es el caso del Padre Rosario y su supuesta coautoría de la Proclama de Guerra a Muerte), a tal punto se ha llegado, que del salón de los próceres del Centro de Historia del Estado Trujillo, fueron despachados todas las figuras civiles, y aquellas figuras militares que no se correspondían a la época de la independencia corrieron con igual suerte.
De esta manera, este discurso se constituye en un afianzador de los ejes propios de la ideología militarista, a saber: el “patriotismo”, expresado en el caso particular de la manera más burda posible,  el respeto a la jerarquía, que en el caso de Trujillo se traduce en el sometimiento al poder establecido; por último, y acaso el más grave, el recurso a la fuerza como medio de resolución de los conflictos aplicado además en la forma en que se tomaron algunas de estas instituciones culturales.
Prosiguiendo con la revisión de esos signos y símbolos desde los cuales se pretende generar el entrampamiento de una memoria malformada, se aprecia como asumen una clara tendencia morbosa a desfigurar los hechos, y buscan engrandecer la realidad de cuanto ellos dicen, y como ejemplo clarificador, se encuentra la bizarra figura femenina que emula a la de las amazonas de la mitología griega. Bravías guerreras, oradoras consumadas y mártires de la independencia con elevados rangos militares. En el folleto (con rasgos de pasquín) titulado “Generala post morten Dolores Dionisia Santos Moreno[5]” cuyo autor no quisiera recordar, concentra todas las dotes, aptitudes y actitudes del género humano en tan inesperado e inconcebible personaje, que si no fuera por su mala escritura sería de interesante estudio en el ámbito de la ficción.
  Esta tendencia a mitificar o admirar exageradamente a personas o cosas rompe todos los parámetros, puesto que no se limitan a esta simple iniciativa, si no que van más allá: hacen brotar de su delirio a dichos personajes y los convierten en figura de adoración e idolatría. Pero además de ello, aquellos personajes de los cuales si se reconoce su existencia pretenden elevarlos aún más otorgándoles nuevos rangos militares; tal es el caso de la Capitana Barbarita de la Torre a quien la ascienden de golpe y porrazo a Coronela y de la misma forma, al Coronel Antonio Nicolás Briceño a General, todo esto unido a un empeño enfermizo por borrar todo vestigio de la colonia (ya siento cerca los señalamientos de traidor de la patria) destruyendo íconos de este período: los bustos de Cristóbal Colón, Diego García de Paredes y de don Sancho Briceño, negándole de esta manera a las nuevas generaciones las posibilidades de reconocer a esos “genocidas”, “asesinos”, “vándalos”… y todos los epítetos que se les desee anexar pero que constituyen base sustancial de nuestra nacionalidad.
 Pero es de reconocer de igual manera, que, la majestuosidad del nuevo procerato engendrado en este proceso no podía ser de menor talla, puesto que su creador ha tenido la facultad de labrarse en el mundo de las letras (según currículo expuesto en sus “obras”) por un extenso período que abarca aproximadamente un siglo y cuarto, produciendo artículos, trabajos de grado y unos cuantos miles de poemas que nutren tan basta labor literaria.
Verdaderamente, pareciera esto, una obra bufa para desternillarse de la risa, pero la gravedad que reviste el caso nos invita a reflexionar sobre el quehacer de quienes deseamos defender la verdad histórica, puesto que, la acción deformadora está siendo ampliamente dirigida a los sectores más vulnerables e impresionables de nuestra población: los niñas y niñas de nuestras escuelas, por esta razón, se desprende una necesidad de acción educativa que permita contrarrestar tal arremetida.
La imagen que sobre nosotros mismos podamos poseer en el mediano plazo, estoy seguro que se desprenderá de los resultados que de esta confrontación discursiva se genere, veremos si podremos mantener nuestro continuo histórico en base a nuestra memoria, tradición y valores; o si al contrario, nuestra esencia nacerá de un decreto impuesto para la construcción de un gentilicio “fru frú” conducente a la satisfacción de la vanidad de una logia de “iluminatis”. La mesa está servida y todos estamos invitados al banquete.


* Profesor de historia en la ULA – NURR. Fundador – coordinador del Taller de Historia “Abya Yala”.
[1] Torres (2003: 144). Extraído de: Ciencia del Terruño (notas sobre Historia Regional y Local). Disponible en: www.anhvenezuela.org/pdf/boletines/350/35007.pdf.

[2] Barreto, 2009: 22. Extraído de: Comunicación Paradójica entre novela y cultura…
[3] Jueves 22 de octubre de 2009. Foro: “De Antonio Nicolás Briceño a Mario Briceño Iragorry.”

[4] En. El Dilema de Construir Memoria, Cifra Nueva, Julio – Diciembre Nº 20. ULA.
[5] Imprenta del Estado Trujillo. 2010

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