miércoles, 13 de noviembre de 2013

INDEPENDENCIA:
Discurso y poder.
Yherdyn Peña*

            El siglo XXI se caracteriza por la simultaneidad, la inmediatez, la velocidad y la intrascendencia de las continuas tendencias modales que cada vez resultan más efímeras. La desvalorización del sujeto es otra de las realidades latentes en nuestro contexto actual, y por ello, su comprensión pierde interés y relevancia. De igual manera, se desvalora el conocimiento del pasado producto de la asimilación de una existencia finita que se ve reducida al instante; todo aquello que no es ahora, no posee notabilidad; el instante se convierte de esta manera, en el único tiempo en el que se puede conjugar al individuo.               
José Antonio Páez
            Y en medio de esta tormenta, nuestras escuelas y universidades no han logrado asimilar aún esta situación, puesto que éstas marchan a una infinitésima velocidad con respecto a la que imprimen los cambios que se suscitan en la sociedad; quedan rezagadas y buscando explicaciones desde cuadros de valores obsoletos y a través de instrumentos que pierden su validez en la medida que resultan poco menos que aplicables a estas nuevas realidades.
            De la misma manera, es necesario señalar, que la violencia como instrumento fáctico de los poderes que se disputan la hegemonía en el seno de la sociedad ha enseñoreado todos sus ámbitos, y a su vez ha pretendido distorsionar la realidad presente construyendo nuevos referentes y significados de nuestro pasado histórico. El cual, al ser banalizado resulta fácilmente fracturable y sus distorsiones son casi imperceptibles por las generaciones que acuden a esta resemantización de la historia.   
            Y en este sentido, el incontenible e inalcanzable tiempo remonta las estepas en las que se fragua la esencia misma de la historia, inconmensurable como la propia existencia pareciera que se nos escapara del alcance, que ese nuestro pasado se diluyera a causa del más ingrato de los visitantes: el olvido. Hoy, rememoramos fechas, exaltamos nombres de manera indiscriminada, arropamos percepciones carentes de sentido e incurrimos en la falta sin igual de la reproducción de estereotipos construidos desde los discursos oficiales, entiéndase: desde los discursos de los poderes.
            En este orden de ideas, señalamos que, el manejo del pasado como herramienta para justificar actuaciones, glorificar y sobredimensionar realidades ha sido una constante en el quehacer sociopolítico humano. Es por esta razón, que a doscientos años de nuestra independencia resulta apremiante que el discurso que sobre este hecho se construya y se transmita, nos permita la consolidación de una república en que la unidad desde la diversidad sea el motor que ponga en marcha nuestra cotidianidad. No basta con la grandilocuencia encendida desde multitudinarias concentraciones para reconocernos parte de un colectivo, no es suficiente la recurrencia del discurso mediático para considerar de buena fe, que estamos asistiendo a la configuración de la identidad del ser social republicano. Realidad que por cierto, producto de la actual polarización en el panorama político nacional produce que los sujetos que la conforman se cohesionen en torno a fracciones y parcialidades desde las que se desdibujan las condiciones propias de la nacionalidad. Asistimos igualmente a la divergencia absoluta e irreconciliable sobre los orígenes y sentidos de nuestra vida republicana a partir de visiones maniqueístas y descontextualizadas del pasado.

Luisa Cáceres de Arimendi
Ejemplo de la mujer luchadora

            Por tal razón, esta generación bicentenaria está convocada innegablemente a “…buscarse en las ausencias de su historia. Eso es, escudriñarse en cada agujero cultural vivido y como corolario de una hechura social originaria.[1] Tal como lo expresara Berrios (2007: 51). Pero para ello, resulta necesario que se comprenda que en la construcción de nuestra historia, la retórica ha sido el método privilegiado en el estricto sentido de la búsqueda de la belleza y la proyección de vigor en el estilo con el cual se ha llevado a efecto. Con esta actitud, se ha alterado, se ha ocultado o se ha mentido sobre la realidad histórica para satisfacer percepciones particulares y convalidar proyectos políticos en diferentes etapas de nuestra historia.
            A partir de esta afirmación, se puede además señalar que el espacio primordial para dichas mistificaciones en la historia venezolana ha sido precisamente el período de la independencia, catorce años de nuestra historia – los de la guerra de emancipación - sobrepasan con creces el centimetraje dedicado a cualquier otro acontecimiento de la misma. De esta manera, el proceso independista se convierte en el cero histórico para los venezolanos. Lo que a claras luces nos expresa la obligación que nos convoca al estudio de los acontecimientos que enmarcaron esta realidad.
            Se destaca desde estas líneas que la condición otorgada a la independencia como única matriz generadora de historia acarrea implicaciones muy serias dentro del proceso formativo de la identidad nacional, la construcción del imaginario colectivo se consolida negando incluso a las propias razones que provocaron la ruptura con el nexo colonialista del imperio español, socava la ilusión de efectuar una mirada longitudinal que trascienda a los estertores del sistema republicano, puesto que a partir de esta realidad, se asume que hemos sido concebidos en el fragor de la guerra y que somos hijos de la confrontación y la división. Este será el signo que nos identifica y que se arraigará en la conciencia ciudadana. Producto de estas aseveraciones, resulta necesario que, “… en los signos cotidianos (se desenmascaren) las falsas evidencias, “lo que cae por su propio peso”, lo “verosímil”, los mitos; en una palabra, las ideologías que concurren siempre a un idéntico fin: deshistorizar la historia y universalizar lo contingente. (Giménez, 1976: 277)[2].
            Indicamos de igual manera, que la heroicidad, lo súperhumano, lo epopéyico y lo individual han sido la marca de fábrica del hecho independentista en la historia presentada a las nuevas generaciones, convirtiendo a este evento en una simple “… alegoría, mistificación social y código pequeño burgués…” (Ob. Cit: 277). Trasmutando a la historia y a sus personajes al submundo connotativo del mito, el cual, “es a la vez parásito y ladrón de significados: parásito porque se constituye a partir de un significado que le preexiste; ladrón de significados porque injerta sobre el significado de base un nuevo significado que lo distorsiona y lo deforma. (Ob. Cit: 277 - 278).
            Resaltamos por otra parte, que la construcción, desconstrucción y reconstrucción de discursos en torno al hecho histórico se ha conformado en una dinámica que perfila y configura el escenario político nacional en una sucesión de altisonantes pronunciamientos patrioteros en los que en las más de las veces se busca dejar de lado “…el aspecto histórico del sistema primero sobre el que se injerta; (y en este sentido) “el mito se constituye gracias a la pérdida de la calidad histórica de las cosas: éstas pierden en él la memoria de su fabricación (Ob. Cit: 1976: 278).
            Así las cosas, el discurso historiográfico venezolano en general y el relacionado a la independencia en particular es diseñado desde la perspectiva del mito tecnificado, es decir que, “…surge como producto “político”, busca un fin establecido y es creado intencionalmente, por un determinado sector. Generalmente este último se basa en imágenes deformadas e inclusive, el lenguaje en la mayoría de estos casos, es común tan sólo para un exclusivo grupo social. (González y Peña, 2003).[3] De esta manera, la escisión de las colonias americanas al imperio ibérico se constituyó en la pila bautismal de la clase gobernante venezolana. Todos, sin excepción buscan legitimar su poder desde la identificación con la causa patriota de la independencia y con el culto de los héroes de la misma.
            Podemos apreciar que los presidentes, desde José Antonio Páez hasta Hugo Chávez, han intentado cada uno de ellos, identificarse con la figura de Bolívar, todos por igual, han pretendido – de manera manifiesta - exhibir un profundo sentido bolivariano, hoy acudimos a la maximización de esta realidad. Baste con abrir la ventana para encontrarnos con la constitución de una república bolivariana, estados bolivarianos, alcaldías bolivarianas y pare usted de contar. El culto exacerbado a Bolívar, exhibido por los gobiernos de turno de ayer y hoy ha sido la mayor deformación a esa concepción fanática que se ha forjado sobre la independencia, situación que se agrava, si tomamos en cuenta que este discurso poco o nada se ha correspondido con las acciones y ejecutorías de las políticas esgrimidas por estos gobiernos que han tenido la labor de gerenciar al estado.
            Si dedicamos algunos minutos en realizar una sucinta revisión de las contradicciones y ambigüedades que se han edificado en torno a las implicaciones de la independencia, fácilmente se podrían apreciar los claros intereses que las soportan. Veamos:
            Según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), la independencia es una cualidad o condición de independiente y hace una clara alusión a  la libertad de un estado que nos es tributario ni dependiente. Pero, el proceso emancipatorio nacional al no construirse desde un proyecto originario, quedó íntimamente supeditado a los vaivenes de un mercado capitalista internacional manejado por hilos en poder de las grandes potencias extranjeras.            En este sentido, se rompe con el gobierno español, más no con el imperialismo en sus más amplias y diversas expresiones. No se construye un modelo republicano que no parta desde las perspectivas europeas y bajo la tutela del gran “hermano mayor”, lo que fractura de igual manera la otra acepción que posee el DRAE sobre la independencia que refiere a la no admisión de intervención ajena. Intervención que va a estar latente en el caso venezolano durante toda nuestra historia republicana y que va a lucir obscena una vez aparecido el petróleo en nuestro país.
            Por otra parte, si nos remitimos a los hechos históricos desde los cuales se forjó la independencia venezolana se podrá apreciar que inicialmente fueron hombres de letra, de fe y de derecho los que tuvieron el papel protagónico en eventos como el 19 de abril de 1810 (Vicente Salias, José Cortés de Madariaga, Juan Germán Roscio, entre otros), en este sentido, la pluma fue primero que la espada, sin embargo, durante 146 años de historia republicana (hasta 1959) prevaleció la hegemonía del militar y de lo militar sobre la civilidad. Pero posterior al Pacto de Puntofijo e incluyendo a la “V República” el funcionamiento del estado prosigue bajo la tutela de la fuerza armada.
            Esta situación fue uno de los detonantes del caudillismo que marcó la historia de nuestro siglo XIX que tanta sangre derramada le costó al país, que sumió en la ruina a la economía nacional por largos períodos y que hasta hace poco lanzaba un halo de superioridad en organización y eficiencia al estamento militar en la percepción de la ciudadanía venezolana. El militarismo, en la concepción de muchos, refería al orden que amerita un país para su sano desarrollo, que en algunos casos era expresado en el llamado “gendarme necesario” con las consabidas consecuencias que nos vimos obligados a padecer como pueblo.
            Adicional a lo antes expuesto, se puede señalar que además de la invasión napoleónica a la península ibérica y la posterior usurpación del trono español por parte de los hermanos franceses, Napoleón y José Bonaparte (el popular pepe botella) después de la abdicación de Fernando VII y la de Carlos IV reyes de España, la causa fundamental que desencadenó las circunstancia que conducirían a la guerra de la independencia fue el desplazamiento político de los mantuanos por parte de los blancos peninsulares. En el estricto sentido de la palabra, el proyecto independentista, fue un proyecto político mantuano, engendrado en el seno de la burguesía territorial de la colonia que no tenía pretensiones de producir cambios significativos en la estructura económica y social.
            Sin embargo, el discurso dominante se ha encargado de dibujar una ilusión de génesis popular de esta importante acción política y militar. Las clases más desposeídas en las primeras etapas de cambio, poco le importaba que bando resultaba triunfante, si se comprendía que el resultado para ellos sería el mismo: la explotación. El punto de quiebre a mi parecer, se produce en Trujillo el 15 de junio de 1813 con la Proclama de Guerra a Muerte lanzada por Simón Bolívar. Donde necesariamente se inicia el establecimiento de las definiciones ante la amenaza de esta nueva situación. Pero a pesar de esta contundente realidad esa visión romántica prevalece y configura todo un imaginario, donde las clases sociales se asumen como baluartes de la lucha que entregan la conducción de sus destinos a los más preparados, más capaces, en resumen, a las oligarquías. Es el nuevo “contrato social” roussoniano que rige los destinos de la república y que se mantiene vigente hasta nuestros días.
            Puesto que no pretendo extenderme demasiado, quisiera señalar para concluir, que la herencia de la independencia ha servido para estructurar todo un intrincado andamiaje ideológico al servicio de los grupos de poder, y que éste se ha vertido de manera constante a las masas que los han consumido acríticamente generando percepciones erradas que contribuyen más a la divisiones a lo interno de la sociedad que a perfilar el ser cívico que se amerita en los actuales momentos.
            Igualmente es de señalar que el período de la independencia fue una ruptura histórica que puso en crisis al sistema colonial, que producto de las ejecutorías de los gobiernos que la sucedieron se han perdido valiosas oportunidades que puedan conducirnos a una honesta identidad nacional, en la que sin complejos podamos asumir nuestros errores y engrandecernos como patria.
            Por otro lado, se amerita que los actores educativos se aboquen a la profundización de los valores reales de la independencia y las implicaciones que esta acarrea. De la misma manera es necesario el desarrollo de estrategias que permiten echar las bases para el establecimiento de puentes que pongan en diálogo franco a las generaciones del pasado con las del presente. Dichas estrategias deben involucrar los más diversos métodos y técnicas disponibles para optimizar esa comunicación que a cuenta gotas se ha venido perdiendo y que ha fracturado nuestra identidad, porque hemos venido dejando de decirnos quiénes somos.
            Por último se invita a la desacralización de la independencia y de los hombres y mujeres que en ella participaron, porque tan sólo trayéndola hasta los límites modestos del hombre común, ese que día a día debe enfrentar el agreste entorno que lo sumerge en el anonimato podrá servirnos para comprendernos como sujetos de la historia, y apreciarnos, no como extraños ni mucho menos como incapaces, si no como actores que participan en la trama de este devenir que es nuestra historia. Enriquezcamos diariamente el debate sobre nuestras maneras de construir memoria, que no es otra cosa que la forma de rendirnos cuentas.
           
           




* Profesor en el Área de Historia en el NURR – ULA. Trujillo.
[1] Alexi Berrios Berrios en: América en las desgarraduras del tiempo.
[2] Gilberto Giménez, Literatura ideología y lenguaje. 
[3] Trabajo especial de grado: Los mitos y tradiciones como elementos reconstructivos de la historia regional. ULA. 

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