viernes, 1 de noviembre de 2013



Trujillo Trashumante: 200 años después[1].

Yherdyn Peña[2]

El pasado de estas latitudes que hoy día llamamos Trujillo, se encuentra enraizado en algunas decenas de siglos atrás, hombres errantes provenientes de los andes colombianos de manera progresiva fueron ocupando este territorio. Herederos de los chibchas; Timotíes y Cuicas se hicieron domadores de los páramos de la serranía trujillana. Modelaron de la misma manera los valles fértiles, se hicieron agricultores, constructores de obras y de dioses, delinearon todo un imaginario que inundó como una nutritiva brisa a los más apartados recodos de la Trujillanidad.
En este incesante devenir, los primeros pobladores irrumpieron en la geografía para convertirla en su espacio vital, la hicieron suya, no para poseerla, si no, para compartirla, la amaron y por ello, la volvieron poesía, la convirtieron en canto, la trasmutaron en madre paridora de benéficos atributos, la hicieron suya para protegerla, la volvieron refugio, o aún mucho más: hogar. La parsimonia debió ser característica de éstos, nuestros primeros pobladores, la frugalidad de los gestos y la convivencia hermanada de seguro estampó su cotidianidad.


Es por ello, que su cosmogonía se encuentra íntimamente ligada a ese entorno benefactor, la luz y el calor del astro rey, dador de energía y vitalidad, luz matutina que irrumpe cada día e impulsa a las nuevas acciones,  la pálida luna que reivindica el encuentro y comprende la soledad, la naturaleza toda, dadora de vida, del fruto, de la sombra y de la bestia, hermosa y amenazante…   es de esta manera, que Chía, Chez e Icaque, danzan sobre el territorio timotocuicas y los acunan y resguardan y los nutren, los hacen ver un mundo con los ojos del agradecimiento y del valor.
A pesar de ello, es bueno señalar que en gran medida, para los hombres y mujeres de estos tiempos, esta temporalidad es mera suposición, vulgares conjeturas o delirios de trasnochado… qué razones conducen a tales apreciaciones. Qué acciones concretas provocaron esta crisis de desmemoria, qué avatares conllevaron a la usurpación de un pasado que se conjuga entre lo místico y el sueño, entre la ilusión y el desencanto, que se confunde en muchas de las veces con la magia y que se decanta ineludiblemente en el olvido.


Realizar tales interrogantes puede provocar un repentino y sorpresivo ataque de sinceridad. De la misma manera, sería acción genésica de respuestas sobre una identidad trujillana a medio hacer, a medio recorrer, identidad no pretensiosa, pero que tampoco esté cargada de una falsa modestia. Que no busque ensalzar todo Lo Trujillano, por el simple hecho de ser trujillano, pero que mucho menos pretenda encamisar  las potencialidades y oportunidades en taras  ideológicas que conduzcan a la ruta del fatalismo.
Por esta razón, se señala, que nuestro pasado se enmarca en una tríada de elementos que se contraponen y se ocultan mutuamente. El uno niega al otro, y el último los niega a ambos, desde esta dinámica solo se logra construir una memoria a retazos desintegrados que poco o nada significan para quienes desean hacerse de una identidad a partir de ella.
Es por ello, que el 09 de octubre de 1557; la llegada del invasor español, invasor tanto en cuanto, irrumpe en estas tierras, entra por la fuerza, y ocupa irregularmente el espacio de los otros y busca borrar la alteridad, pretende desde sus acciones la uniformidad, subyuga la identidad del indígena, del habitante primigenio de estas tierras y lo hace “idéntico” a través de la aniquilación. Pero dicho aniquilamiento no es tan solo físico, también lo es espiritual: sus dioses quedan proscritos, su lengua lentamente desaparece, su existencia misma se mengua bajo los estertores de la colonia.


En este sentido, Trujillo, nace de un doloroso parto. El español aventurero, para llegar a estos confines primero hubo de desarraigarse de su tierra natal, la España de sus orígenes quedaba atrás en el tiempo, provocando con ello la añoranza del hijo que abandona su hogar, el extremeño mira el horizonte y suspira y busca reconciliarse con su pasado, rebautiza y funda, vuelve este nuevo mundo una reconfiguración de aquel que había dejado atrás. Por su parte, el indígena se opone, resiste, se somete… se dispersa y se hace anónimo. Paso a paso, el aborigen deja la escena, se vuelve leyenda, se vuelve historia por obra y gracia de la escritura del español que atrapa el acontecer con su mirada y sus prejuicios, la posteridad contará con un recordatorio en la voz del español. Érase una vez un mundo…
Y de esta manera, Trujillo se vuelve andariega, recorre tierras y deambula de un extremo a otro. Se muda, se refunda una, dos… seis veces, el español es el gran protagonista, el indígena entra y desaparece en la escena, la ciudad de Trujillo se vuelve madre procreadora de nuevas ciudades, se asienta con sus hombres y sus instituciones, se perfila como enclave europeo en este lado del atlántico sin percatarse siquiera que ya no es Europa, ha trasmutado en algo nuevo, en espacio – tumba de dos mundos que se aniquilaron, que dieron lo mejor y lo peor de sí para modelar esta nueva espacialidad.
España no se entera de su muerte e insiste en mantenerse en pie, y Trujillo por su parte se hace próspera y monástica, su nombre se vuelve eco de pujanza y bienestar. Sus ondas se dispersan, y sucumben en el mar, seducen a corsarios carroñeros que devoran las entrañas de la ciudad. Cenizas, desolación, tristeza y horror florecen en la portátil primogénita de los Andes venezolanos. No fue suficiente, la naturaleza sacude sin clemencia a sus moradores una y otra vez. Sendos terremotos dejan por el suelo lo que Gramont había dejado de pie. Algunos se preguntan si no será la respuesta de los dioses Cuicas que llegan un siglo después. Los dioses tardan pero no olvidan.  
Ante esta realidad, el trujillano se vuelve errante, los llanos, Mérida, Maracaibo se convierten en anfitriones de los forzados peregrinos trujillanos. Son pocos los que permanecen, son pocos los que se mantienen luchando contra la adversidad: cuando no es la política, son las plagas, o ambas. Se asientan iglesias y escuelas, se forman cabildos y cabildantes… Trujillo persiste y sobrevive al tiempo. Se forma el ciudadano trujillano; apegado a la tradición religiosa y monárquica, la fuerza de la costumbre durante tres largos siglos constituyen el motor principal de esa trujillanidad palpitante pero frágil.
Y precisamente, esa fragilidad se pone a prueba en el año de 1810. Para más señales: 09 de octubre. Esta fecha es testigo de un nuevo acto sacramental, una nueva transfiguración se sucede; el ciudadano trujillano sufre una metamorfosis, de la crisálida republicana emerge batiendo sus alas un trujillano de nuevo cuño. Aquel que se circunscribe a una nacionalidad emergente, dubitativa, que apenas comienza a dar sus pasos, pero la empresa autonomista ha comenzado a engranar su maquinaria; transcurrirán años, antes que esta se ponga a tono. Pero los motores de la revolución independentista empujarán a nuevos derroteros a los pobladores trujillanos.
Este deambular por la causa republicana procreará todo un constructo teórico discursivo que busca sustentarse en la novedad. Trujillo, rasga sus vestiduras coloniales, imprime una nueva dinámica, entra en disputa, hace la guerra a muerte y se convierte en cruzado de la libertad, abandona sus tierras, se vuelve adalid de la justicia, edificador de una nueva sociedad, pero no mira atrás… todo es novedad, todo es creación o adquisición, el pasado queda de lado, es desechado.
La independencia devora la memoria forjada en tres siglos. La guerra es objeto de culto, veinte años consolidan la historia de un pueblo, el transcurrir del tiempo no ha hecho mella, y nos sumergimos en una eterna adolescencia histórica, somos por siempre los recién creados. Nos resumimos lastimosamente en un puñado de acciones reconocidas por los otros, pero dejamos de mirar aquello en lo que nos miramos y nos reconocemos nosotros mismos.
Esta rutina pareciera provocar que el trujillano se encuentre estancado en una memoria forzada, cargada de fragmentos inconexos y que a su vez se encuentre en la eterna espera de un nuevo acto fundacional, de la instauración de toda una carga ritual que conlleve a una nueva creación de lo que somos. A doscientos años del proceso independentista, el trujillano se encuentra encadenado a un barco sin timón, a la deriva histórica, a la espera de nuevos asaltantes, algunos ya han asomado sus rostros, otros de seguro esperan a tiempos más tempestuosos.
Y es que acaso es negativo, celebrar los doscientos años de la independencia, podría inquirir cualquiera, no, rememorar no le hace daño a ningún pueblo, lo perjudicial es sumergirse en la borrachera de la celebración de actos acaecidos hace doscientos años y que no sepamos cómo estas acciones se concatenan con los doscientos años posteriores, y que a su vez no se asuma, que los sucesos producidos en las primeras décadas del siglo XIX fueron fecundadas en la forja de los tiempos predecesores.
Si se asume esta actitud, qué pasará una vez que culmine el ciclo bicentenario. Podrá el trujillano proseguir viviendo en dos momentos históricos que se confunden malintencionadamente: el independentista y el ahora. Se podrá continuar persiguiendo por los rincones como exclusivos de la historia trujillana, aquellos momentos que nos relacionen con la magna gesta de la independencia. Y si no los hallamos, nos podemos dar la licencia de crearlos, convencido que con ello se hace más glorificante la historia de la patria chica.
Para ir concluyendo, se puede afirmar que Trujillo y el trujillano no han cesado en su deambular perenne, pero en el contexto de esta conmemoración, se puede reflexionar si se enrumban al progreso, sustentado en el reconocimiento de un continuo humano que trasciende a un simple capítulo de la historia patria, o si muy al contrario, se acepta con resignación de condenado que debemos asirnos con toda la fuerza a este episodio porque no se tiene nada más.






[1] Presentado en las IV Jornada Verdades y Mentiras sobre Trujillo el 08 de Julio de 2011. Sala de Cine “José Ignacio Cabrujas”.
[2] Profesor de Historia Regional en el NURR – ULA.

1 comentario:

  1. Según lo leído puedo opinar que Trujillo sola a sido objeto de cambios, cambios que no a pedido, primero los españoles los cuales desplazaron bruscamente a los indiginas convirtiéndolos en una simple leyenda. luego tenemos el proceso independentista que nos ha llevado una confusión mas. Trujillo solo a sido objeto de transformaciones inesperadas y obligadas.

    ResponderEliminar